Unanimidad en el Parlamento autonómico de Cataluña en ocasión del debate sobre la petición del traspaso de competencias para hacer la consulta: todos de acuerdo en invocar fluidamente, sin reparos, a la democracia; en desacuerdo sobre qué es la democracia y sobre la práctica de la democracia. Una victoria pírrica de la democracia que aportará más daños que ventajas a la recta percepción de la democracia.
La invocación tramposa -consciente o inconsciente- de la democracia deriva, principalmente, de la apropiación, con más o menos intensidad por todos los portavoces, de la voluntad de la mayoría de los ciudadanos -aún no expresada en las urnas- y de la relativización, errónea y grave, nítidamente formulada por los soberanistas, de la función de las leyes en la democracia.
En democracia las leyes se cumplen mientras no se cambien. La seguridad jurídica constituye una garantía esencial e irrenunciable; es la primera pieza que cae en la derrota de la democracia. Así ocurrió en los fascismos
En la fase actual de la sociedad post política, las mayorías electorales son inconsistentes en la voluntad y efímeras en el tiempo. El ejemplo más evidente sería la mayoría absoluta del PP de 2012, a la que la eurodiputada popular Teresa Jiménez Becerril apela para justificar la legitimidad del Gobierno de Mariano Rajoy para emprender la contrarreforma de la ley del aborto. ¿Cuánto tiempo duró socialmente aquella mayoría? Y sin embargo, el contrato político de cada período electoral entre los representantes elegidos y los electores obliga a respetar a las mayorías, salvo que se produzca el hundimiento o la incapacidad manifiesta de seguir gobernando del detentor de la mayoría.
Argumentar posiciones, en un sentido u otro, en nombre de una presupuesta mayoría es, cuanto menos, arriesgado y, en gran medida, un "abuso de democracia".
La afirmación de la portavoz de ICV, compartida por el resto de los soberanistas, de que "en democracia la mayoría no pueda estar sometida a un marco político que no acepta", pero que resulta de un marco legal gracias al cual existe, es un despropósito. En democracia las leyes se cumplen mientras no se cambien. La seguridad jurídica constituye una garantía esencial e irrenunciable; es la primera pieza que cae en la derrota de la democracia. Así ocurrió en los fascismos.
La creencia de que la libertad de Cataluña pasa por liberarse de las leyes: Constitución, Estatuto, Tratados de la UE, normas del derecho internacional general..., es ilusoria. Un proyecto político basado en tal supuesto no merece ninguna credibilidad democrática. No puede haber Estado democrático ni democracia sin respeto del marco legal que encuadra la política a todos los niveles.
Una muestra de que la democracia a la carta y al gusto de los usuarios ha impregnado la práctica de la democracia, incluso en las formas, la da la ovación soberanista que recibieron, como si fuesen héroes de una gesta patriótica, los tres diputados autonómico del PSC que votaron sí, cuando en realidad eran flagrantes infractores del acuerdo democrático de los órganos del partido de votar no.
En la explosión actual de pulsiones al fraccionamiento (familiar, territorial, asociativo...) solo nos faltaba el fraccionamiento de la democracia, consumida a la carta y practicada según la conveniencia del momento.