En cualquier comunidad hay personajes de opereta, falsos y afectados, que configuran temporalmente su historia. Entre nosotros, la gente catalana, hemos tenido a un tipo amigo de hacerse el importante hasta el no va más y que ha logrado ser considerado como nuestro páter vitalicio. Este hombre, a quien se le ha consentido tamaña impostura, impuso el guión y las maneras que hoy rigen en nuestra política.
Un mediocre listo y sabelotodo, activo y entusiasta, pretencioso e impostor, que fue declarado intocable en nuestros medios de comunicación catalanes. ¿Por qué?
Les diré, amigos lectores, que desde su muy honorable comienzo en 1980 mereció mi mayor desdén por su modo de hacer. Tengo por lema unos versos de Federico García Lorca: "¡Qué blando con las espigas! ¡Qué duro con las espuelas!"; esto es: ser blando con los blandos y duro con los duros. A diferencia de sus adversarios políticos, nunca me reí de él; tampoco me hizo gracia. Nunca me burlé de sus tics y en cambio, siempre me enojó su afición a reñir a quien se terciara y a sobreactuar como sumo pontífice y moderador desinteresado. Un mediocre listo y sabelotodo, activo y entusiasta, pretencioso e impostor, que fue declarado intocable en nuestros medios de comunicación catalanes. ¿Por qué?
Como es de suponer, no engañaba ni engatusaba a todo el mundo. Por ejemplo, el lehendakari Ardanza dijo de él en sus memorias que "en su actitud hacia lo vasco me parecía percibir un toque altivo". No me remontaré a sus escritos previos a su ascensión, ahora no toca. Yo quisiera señalar algunas de las frases que ha dejado en sus tres volúmenes de memorias. En esas páginas puede leerse que Cataluña "siempre ha luchado contra la resignación, contra el inmovilismo, contra el narcisismo y el casticismo, contra la prepotencia y el autoritarismo". ¿Qué catalán matizará esa contundencia? Yo, por ejemplo. Y no la rechazo como nacionalista español, etiqueta que no acepto; llámenme, en cambio, si quieren, españolista y catalanista por reivindicar mi condición española y catalana. Las palabras de ese hombre son las de alguien con quien no hay nada que intercambiar que no sea el sometimiento a sus esquemas.
Ha llegado a escribir que la modernización de España no ayuda tal vez a que ésta acepte mejor a Cataluña, sino que lo hace más difícil
Igual que su mujer, no desaprovecha una sola tribuna pública para marcar las diferencias y no las semejanzas con el resto de España, que es considerado en frente de Cataluña y su contrario. De boquilla proclamó en ocasiones admiración por la cultura castellana. Dice ahora que el independentismo no debe ser antiespañol. Pero ha llegado a escribir que la modernización de España no ayuda tal vez a que ésta acepte mejor a Cataluña, sino que lo hace más difícil. ¡Vaya por Dios! Un laberinto sin salida. También expuso que "si España sigue en su línea de desprecio político y económico de Cataluña podría muy bien ocurrir que la mancha de aceite independentista se fuera extendiendo". Noten que en esta ocasión sí sería apropiado hablar de Estado español, en vez de España. Pero él ya sabe lo que se hace. Él es el gran amo, el señor de la tierra número uno. Aunque no lo reconozcan, hasta los diputados que visten de 'progre' le guardan predicamento.
El timonel declama que "si se renuncia al concepto de nación, ¿qué es entonces Cataluña? Una región. Una región con alguna 'particularidad'. Y si somos una región, en nombre de qué reclamamos un autogobierno que vaya más allá de una gran diputación, que es en lo que quieren convertir a las autonomías". El gran problema es la paranoia narcisista.
Altas personalidades del Estado impidieron que un proceso judicial contra él, por sus enredos bancarios, siguiera su curso. Aun así, dirá: "el dolor lo tengo envuelto en un pañuelo que guardo en el fondo de un cajón de la mesita de noche". Son los mocos pegajosos, porque "si algún día, a la hora de ir a dormir, quisiera hurgar en la herida o cultivar el resentimiento, abriría la mesita, cogería el pañuelo, lo desataría y observaría el contenido". La verdad: no hay por dónde cogerlo. Adiós, adiós.