A propósito del polémico informe del Consejo del Audiovisual de Cataluña (CAC) sobre algunas opiniones emitidas en determinados medios de comunicación de ámbito nacional, me viene a la memoria lo que decía Alexis de Tocqueville en su Democracia en América sobre la libertad de prensa: "Confieso que no profeso a la libertad de prensa ese amor completo e instantáneo que se otorga a las cosas soberanamente buenas por su naturaleza. La quiero por consideración a los males que impide, más que a los bienes que realiza".
Salvando las distancias de tiempo y lugar, creo que las palabras de Tocqueville siguen siendo de actualidad por cuanto la libertad de prensa y, por extensión, la libertad de expresión constituyen hoy igual que ayer la esencia misma de la democracia tanto por su influencia en la vida política del Estado como, sobre todo, por su papel determinante en la formación de la opinión pública. No en vano fue el propio Tocqueville quien dijo que "la democracia es un régimen de opinión pública", y no hay opinión pública sin libertad de expresión. De ahí que, si es verdad que la libertad de expresión conlleva algunos bienes indiscutibles, no es menos cierto que más importantes todavía me parecen los abundantes males que puede evitar, males potenciales que cabe resumir en uno solo: la tiranía de la mayoría, ya sea parlamentaria o gubernamental, ya sea sociológica.
Tan convencidos están los nacionalistas de representar en exclusiva la catalanidad que confunden los ataques a su proyecto secesionista con ataques a la nacionalidad catalana o a la catalanidad a secas
Por todo ello, la existencia de un ente público como el CAC encargado de "velar por la neutralidad y honestidad informativas" me parece de suyo problemática, en la medida en que, sin perjuicio de lo que disponga el Código Penal, tratar de limitar la libertad de expresión se me antoja por lo general equivocado, pues creo que para disfrutar de las incalculables ventajas que procura la libertad de expresión, es necesario asumir también los perjuicios que conlleva. Pero lo que me parece de todo punto inaceptable es la naturaleza básicamente política de sus funciones y de su actual composición, precedida por cierto de un ignominioso tira y afloja entre los partidos políticos con representación en el Parlamento autonómico catalán, discusión en la que la escasa o nula experiencia profesional de los candidatos en el sector audiovisual, lejos de constituir una desventaja, parece haber sido un valioso mérito.
No es de extrañar, pues, que las conclusiones del informe de marras no estén basadas en criterios periodísticos o comunicacionales, sino en consideraciones de carácter rigurosamente político a todas luces orientadas a alimentar la torticera impresión, concienzudamente auspiciada por los partidos nacionalistas, de que la catalanofobia se extiende a ojos vistas por el resto de España. A tal respecto, no es baladí el hecho de que, en su informe, el CAC diga que 13TV e Intereconomía TV fomentan el "odio, menosprecio o discriminación por motivos de nacionalidad u opinión". Tan convencidos están los nacionalistas de representar en exclusiva la catalanidad que confunden los ataques a su proyecto secesionista con ataques a la nacionalidad catalana o a la catalanidad a secas.
Insisto, no es casualidad que el CAC, en cuanto estructura de Estado avant la lettre, hable de odio, menosprecio o discriminación por motivos también de nacionalidad, y no únicamente de opinión. Porque si ahora resultase que, quienes se suponía que no sabían hacer otra cosa que agitar el resentimiento anticatalán, se limitan en realidad a decir pestes de la opinión de los independentistas catalanes -por muy intolerables que me parezcan algunas de las descalificaciones de los agitadores-, se derrumbaría entonces el principal banderín de enganche del independentismo, que no es otro que recordarnos de continuo a los catalanes el dogma de que España, no sólo nos roba, sino que además no nos quiere.
Puede parecer una exageración, pero los independentistas, que no se cansan de repetir que irán hasta el final de lo que llaman el proceso catalán, no dan puntadas sin hilo
Con todo, hay que admitir que en esto los nacionalistas son coherentes porque tan reduccionistas son al erigirse en albaceas exclusivos de las esencias catalanas como a la hora de encumbrar al lenguaraz Jiménez Losantos como encarnación de España. Así, cuando a él le da por ponerlos a caer de un burro, cosa bastante frecuente por otra parte, en realidad es España en peso quien arremete contra Cataluña entera. Y el CAC, claro está, lo único que hace es levantar acta de tamaña agresión nacional, no vaya a ser que algún día haya que probar ante la comunidad internacional la discriminación que "por motivos de nacionalidad" venimos sufriendo los catalanes en España.
Puede parecer una exageración, pero los independentistas, que no se cansan de repetir que irán hasta el final de lo que llaman el proceso catalán, no dan puntadas sin hilo. En este sentido, conviene recordar que, hace escasos meses, varios eurodiputados nacionalistas catalanes, vascos y gallegos liderados por Ramon Tremosa, basándose entre otras cosas en un batiburrillo de declaraciones, artículos y reportajes aparecidos en medios de comunicación públicos y privados de nuestro país, denunciaron en el Parlamento europeo que el Estado español favorece, por acción u omisión, la discriminación nacional y la banalización del nazismo.
En un régimen como el que establece la Constitución de 1978, de derechos y libertades individuales y de reconocimiento y garantía de la autonomía de las nacionalidades y regiones que integran España, la denuncia de Tremosa y compañía clama al cielo. Pero el hecho de que un organismo público como el CAC abunde en las mismas ficciones con fines partidistas resulta sencillamente escandaloso.