Pensamiento
Barcelona independiente
Hace unos años, el Ayuntamiento lanzó una campaña para promover Barcelona como "la ciudad abierta". Durante unos meses esta apertura se proclamó en carteles que colgaban de farolas por toda la ciudad. Esto ocurría después del Foro Internacional de las Culturas y mientras la ciudad se jactaba de ser la capital del Mediterráneo. Incluso ganó la candidatura para albergar la sede mediterránea de la Unión Europea, aunque todo ello acabó en decepción. Inexplicablemente, nadie había previsto que los países árabes no querrían sentarse en la misma mesa que los israelíes y viceversa.
Todo esto parece un sueño ahora mismo. De ciudad abierta queremos pasar a cerrar las verjas y una vez más, retirarnos detrás de las murallas de la ciudad. Sin embargo, ¿de verdad quiere esto Barcelona, de verdad anhela este magnífico aislacionismo? ¿O es que ha sido invadida por una revuelta de campesinos, reducida y silenciada por una nueva oleada de segadors?
Los favorables a la independencia saben que si no pueden conquistar Barcelona y su periferia, su causa está perdida de antemano. Pero la ciudad se resiste a entregarse
Durante la pasada década, Barcelona ha pasado de ser una ciudad mediana y provinciana que había descubierto cómo venderse a sí misma, un lugar donde los inmigrantes era gente de Murcia y Andalucía y los únicos paquistaníes en las calles eran turistas británicos, a ser una ciudad europea moderna. Ha integrado una gama completa de colores de piel y una babel de lenguas, mientras continúa siendo sin complicaciones -y de hecho, de manera natural- bilingüe. La ciudad incluso puede presumir de una cocina internacional que se extiende desde los doner kebabs en un extremo, a los asadores argentinos y las exquisitas delicatessen japonesas en el otro.
Inevitablemente, no a todo el mundo le gustan estos cambios pero así es como es una ciudad moderna. Para su crédito, y dada la velocidad a la que han ocurrido los cambios, la ciudad se ha adaptado bien y ciertamente ha recibido con los brazos abiertos el vigoroso influjo de nuevas caras y nuevas culturas. Ha habido pocos conflictos y apenas casos de violencia, lo cual es algo que ni París ni Londres pueden decir de ellas mismas.
Dependiendo de dónde trazas la línea -los límites oficiales de la ciudad o lo que se conoce por la gran Barcelona- en la ciudad viven entre un tercio y dos tercios de la población de Cataluña. Los favorables a la independencia saben que si no pueden conquistar Barcelona y su periferia, su causa está perdida de antemano. Pero la ciudad se resiste a entregarse.
Por ello ha llegado la hora de que la ciudad realice una acción preventiva antes de que caiga, como Phnom Penh, frente a un ejército de payeses enfurecidos. Ha llegado la hora de que Barcelona haga una declaración unilateral de independencia de Cataluña. En lugar de ir atrás en el tiempo a los años de un sueño del siglo XVIII de un nuevo y resplandeciente Estado-nación, o peor, a un refugio medieval, ¿por qué no ir incluso más atrás, a la ciudad-Estado, y tomar a las antiguas Atenas y Roma como modelo? Después de todo, Barcelona es más antigua que Cataluña, igual que Roma antecede a Italia y Estambul, entonces Constantinopla, es mucho más antigua que Turquía.
Ha llegado la hora de que la ciudad realice una acción preventiva antes de que caiga, como Phnom Penh, frente a un ejército de payeses enfurecidos
En lugar de la antigua Atenas, Barcelona podría transformarse en un Berlín mediterráneo, aunque sin el muro y sin las tensiones de la guerra fría; un oasis urbano pujante e independiente, libre de las banales riñas y acusaciones que pasan por cultura política tanto en España como en Cataluña. Como sucedió en Berlín, los mejores y los más brillantes, los más creativos e iconoclastas irían en multitud a la ciudad, cuyos límites podrían extenderse para incluir a nuestros hermanos y hermanas multiétnicos de Hospitalet, Besós o Cornellà.
En un tiempo en el que el 78% de la gente en el mundo desarrollado vive en ciudades, el Estado-nación es un anacronismo. Declarar Barcelona independiente sería un paso adelante, un paso al futuro en lugar de quedar encadenados al pasado. El futuro es urbano y las ciudades están, de forma creciente, desarrollando identidades separadas, distintas de los estados de los que constitucionalmente forman parte. Hay un mundo de diferencia entre Nueva York y Estados Unidos, entre Londres e Inglaterra o entre Sydney y Australia. Lo mismo es cierto respecto a Barcelona y la Cataluña rural, y todo el mundo lo sabe.
Como Berlín, una Barcelona independiente podría mirar, a la manera de Jano, a ambos lados: hacia Cataluña y hacia España, haciendo y tomando lo mejor de ambos al mismo tiempo que se mantiene al margen de sus estériles e inacabables trifulcas. La ciudad podría devenir un faro en la península ibérica, donde a menudo el sol es la única cosa que resplandece. Podría ser una gran ciudad, una ciudad moderna. Una ciudad abierta.