Es verdad que yo le tengo mucho cariño a España. Tengo ese oscuro vicio. Pero siempre he dicho, y lo mantengo, que yo, como española, no perdería ni un minuto de sueño con esto de la independencia. Como española lo tendría claro, si un número suficiente de catalanes coge y se quiere ir, oye, carretera y manta. Y a otra cosa mariposa.
Mis insomnios por este tema siempre han sido y siempre serán como catalana. Es en tanto que catalana, capaz de soltar tacos muy de pagès, muy parecidos a los que soltaba Josep Pla, que todo esto de la independencia me pone los pelos de punta.
Para que se me entienda, les contaré otra de mis aventuras en el lado oscuro de la fuerza. Concretamente en una cena por lo demás muy agradable con el no poco inteligente Alfons López Tena, vocal que fue del CGPJ a propuesta de CiU que hace unos años se atrevió a disputarle ciertos apoyos internos a un Artur Mas todavía tibio y poco dado a lanzarse en patera a las costas de Ítaca. Fue más o menos por aquella época que López Tena alumbró un interesante libro titulado: Cataluña bajo España. La opresión nacional en democracia, de lectura más que recomendable incluso ahora.
Lo peor que te puede pasar si pides la independencia no es que no la consigas. Ni mucho menos. Puede ocurrir que se envenene, por no decir que se pudra, todo lo demás
¿Por qué? Pues porque, insisto, el personaje, innegablemente inteligente, hacía un análisis mucho más fino de lo que se suele encontrar en esta clase de opúsculos. Analizaba el resultado de la estrategia de continua tensión y fricción entre Cataluña y España, y llegaba a la lúcida conclusión de que así no hay quien viva. Que simplemente llega un momento en que o te integras o te vas. O caixa o faixa. Persistir en el si es, no es, en la constante amenaza de divorcio pero sin llegar nunca a materializarlo, es simplemente suicida.
¿Por qué? Por múltiples razones de peso, siendo una de las más elementales que no hay acción sin reacción. Ningún impulso secesionista opera en el vacío. Lo peor que te puede pasar si pides la independencia no es que no la consigas. Ni mucho menos. Puede ocurrir que se envenene, por no decir que se pudra, todo lo demás. Puede ocurrir que Cataluña se convierta en una especie de territorio políticamente y fiscalmente apestado donde ningún partido de ámbito nacional piense que vale la pena invertir ninguna sensibilidad ni por supuesto un duro. ¿Para qué, si hagas lo que hagas te van a decir que España nos roba?
A los indepes de hoy les encanta poner a parir la estrategia de peix al cove que caracterizó los gobiernos de Jordi Pujol. Hasta a Jordi Pujol parece que le ha dado por ponerse a parir a sí mismo. Sin embargo, atención, pregunta: desde que el nacionalismo catalán está lanzado a la actual vorágine soberanista, ¿la situación financiera catalana es mejor o peor? ¿Se ha conseguido un Estatuto que goce de más o de menos respeto? ¿Es Cataluña más rica o más pobre?
Ciertamente se le puede echar la culpa de toda decadencia al enemigo. Pero oiga, si el enemigo español es tan contumaz, sempiterno y previsible; si España rebosa bilis y mala fe anticatalana desde los tiempos de Felipe V o incluso antes; si de verdad todo eso es tan así como se dice, ¿a nadie, pero de verdad a nadie, se le ha ocurrido mejor estrategia para hacer frente al problema? Con catalanistas así de torpes, ¿quién necesita anticatalanes?
¿Quién nos va a compensar a todos los catalanes por los costes del frívolo independentismo interruptus?
Volviendo al amigo López Tena: su libro era fascinante porque se convirtió en una especie de efímera biblia independentista cuando en sus mismas páginas se presagiaba la ascensión y la caída de la burbuja indepe. Ríete de las hipotecas subprime. El independentismo subprime puede hacerle más daño a Cataluña en una sola tarde que muchos esbirros de la España negra en un año. Porque a ver quién y cómo gestiona luego la inmensa mala hostia resultante.
Yo le dije a Alfons, y hablamos de hace casi diez años, que por encima de todo a mí me preocupaba mucho la posibilidad de que la sociedad catalana se pudiese fracturar y hasta escindir. Que se levantaran bruscas barricadas entre identidades interiores. Sabe Dios que ni Cataluña ni Barcelona han sido casi nunca lo que su épica proclama. Quien lo dude sólo tiene que leer a George Orwell. Pero bueno. Habíamos más o menos conquistado una ilusión de memoria y de dignidad común, ¿no? Estábamos más o menos unidos. Ser catalán era por fin llano y fácil. ¿Y si con todo esto nos cargábamos el invento para nada?
Alfons se lo pensó, bebió un sorbo de vino, se lo volvió a pensar y me dijo: "Es posible que tengas razón, pero ese no es mi problema; yo soy valenciano". Cierto. Y a día de hoy es también extraparlamentario. Pero ahí queda su obra, y sobre todo ahí queda esa otra balanza fiscal de la que nadie habla. ¿Quién nos va a compensar a todos los catalanes por los costes del frívolo independentismo interruptus? Este gatillazo a sabiendas, ¿quién lo paga?