La reciente Conferencia Política del PSOE brinda una excelente oportunidad para plantear, por enésima vez, el asunto de la substantividad y función del socialismo democrático. Algunos retos de la socialdemocracia en España: ¿Qué significa ser de izquierdas durante las primeras décadas del siglo XXI en un mundo globalizado en que el liberalismo es hegemónico? ¿Hay que seguir jugando el papel de catch all party -el partido que atrapa cualquier movimiento antiliberal- con el revoltijo ideológico que ello implica? ¿Es conveniente participar en el frentismo que propone el ex comunismo reconvertido en el magma de la llamada izquierda plural? ¿Cómo recuperar el voto joven sin incurrir en un juvenismo cándido y objetivamente prepolítico? Sobre el desafío planteado por el secesionismo catalán, ¿por qué no asumir sin complejos la legalidad constitucional?
En cualquier caso, la socialdemocracia debe rechazar determinadas ideas y propuestas -antirreformismo económico y laboral, democracia participativa, nuevo tiempo y nuevo mundo- que, en el mejor de los casos, no conducen a ninguna parte. Y -consecuencia de lo anterior- debe superar el estadio de la utopía negativa por el que hoy transita: el 'no' a la globalización liberalcapitalista, el 'no' a la reducción de impuestos para crear empresas y atraer inversiones, el 'no' a la unidad del mercado español, el 'no' a la gestión privada de servicios públicos por razones de eficiencia, el 'no' a la reforma laboral por sistema, el 'no' a la meritocracia en la escuela o el 'no' a la reforma del sistema energético, todos esos -y otros- noes, se traducen en una socialdemocracia en estado de promesa negativa permanente. La utopía negativa puede conducir -acepten el filosofema- a una izquierda solipsista que se aleja del mundo real al reducir la complejidad de lo existente a un yo político aislado. Lo peor que le puede ocurrir a la socialdemocracia es devenir una suerte de SFIO: aquella Sección Francesa de la Internacional Obrera que, de redefinición en redefinición, de refundación en refundación, llegó a la irrelevancia política.
La socialdemocracia solo tendrá presente y futuro si se mueve -cosa que ya ocurre, aunque de forma acomplejada- en el marco conceptual de la ideología liberal
Es cierto que la socialdemocracia ha abandonado la ilusión fáustico-prometeica que le hizo confiar en un sujeto privilegiado del cambio y en el progreso ilimitado de la Humanidad. Hoy sabemos que el proletariado, a pesar de todo, se ha integrado en la prosperity capitalista y que el progreso es reversible. Es cierto también que la socialdemocracia ya no habla de las leyes inexorables de la Historia -algún rebrote hay, conviene decirlo- que llevan a la destrucción del capitalismo y a la instauración del socialismo. Todo ello -esas renuncias: realidad obliga-, hay que celebrarlo. Un esfuerzo más. La socialdemocracia ha de asumir que la caída del Muro -además de hundir al comunismo- falsó un par de creencias socialistas: la posibilidad de alcanzar una sociedad reconciliada y no escindida; la bondad de lo colectivo frente a lo individual y del intervencionismo estatal frente a la iniciativa privada. La caída del Muro puso límites -no todo es posible ni deseable- a la ideología socialdemócrata.
Así las cosas, ¿qué hacer? La socialdemocracia solo tendrá presente y futuro si se mueve -cosa que ya ocurre, aunque de forma acomplejada- en el marco conceptual de la ideología liberal. Si, en buena medida, el liberalismo se ha acercado -política de redistribución de la riqueza- a la práctica socialdemócrata, ahora la socialdemocracia debe acercarse a un liberalismo que está ganando la batalla de las ideas. En este contexto, la retórica izquierdista -"más rojos", señalan algunos socialistas- se agota en sí misma y evidencia la debilidad de una alternativa que podría implicar un paso atrás hacia posiciones presocialdemócratas. Grave error. ¿Acercarse al liberalismo? Democracia formal y libertad de mercado. Y Constitución: en la democracia liberal -la única democracia realmente existente-, el llamado "derecho a decidir" se ejerce en el marco de la legalidad. El derecho a decidir, a la manera del nacionalismo catalán -¿hay que recordar, otra vez, que el sujeto de soberanía es el pueblo español?-, no existe. Una falacia. Una manifestación de populismo localista en beneficio de determinados intereses políticos, económicos y simbólicos. Demócrata es quien cumple y hace cumplir la ley.
Concluyo con lo que muchos de ustedes probablemente estarán preguntando. ¿Qué diferencia entre uno y otro? La diferencia entre la política de un partido socialdemócrata y un partido liberal viene dada -hay campo por recorrer- por las prioridades, acentos, matices, ritmo, audacia y capacidad de liderazgo y gestión del reformismo posible. Si la socialdemocracia no acepta la senda de la liberalización, puede transformarse en una preferencia cultural o en un toque de distinción. O -peor todavía- en una marca prêt-à-penser y prêt-à-porter de temporada. Si eso ocurre, todos perderemos.