En una democracia se presupone que cada persona puede escoger el partido que desee, aquel que más se ajuste a sus convenciones y que cada uno deposita su voto en función de lo que cree que es mejor para el país o, en su defecto, lo menos malo.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, asusta ver como en Cataluña se otorgan carnés ya no solo de buenos y malos catalanes sino ahora también de buenas y malas personas. Sí, ya sé que resulta increíble lo que acabo de decir, pero no estoy exagerando. El sábado, el diario digital Directe publicó el siguiente titular: "Ciutadans, el partit de les males persones". ¿Y qué han hecho los miembros de este partido para recibir semejante calificativo? Pues nada más y nada menos que criticar que se destinaran 200.000 euros a cubrir la cadena humana del 11 de septiembre en lugar de pagar a las farmacias. Se puede estar de acuerdo o no con el comunicado firmado por Jordi Cañas, portavoz de este partido, pero parece difícil justificar a partir de este hecho que él o sus votantes sean malas personas.
La reacción de los militantes y simpatizantes de Ciudadanos no se hizo esperar y lanzaron en Twitter la etiqueta #josócmalapersona (yo soy mala persona). A la media hora de lanzarlo ya era tendencia en Barcelona y, poco después, número dos en toda España, lo cual tiene bastante mérito si tenemos en cuenta que se estaba celebrando la Conferencia Política del PSOE y que, además, era día de partido de fútbol. Eso implica que mucha, muchísima gente se sumó a la acción, es decir, que los pobres de Directe debieron de pasar muy mal día al sentirse tan rodeados de malas personas.
Es un tipo de discurso que empieza a hacerse muy frecuente lo cual acaba resultando una velada amenaza a todo a aquel que se atreva a disentir del discurso oficialista catalán
Si tan solo fuera esa noticia quizá no habría que darle más importancia porque, total, un mal día lo puede tener cualquiera y todos podemos equivocarnos a la hora de dejar ir nuestros dedos sobre el teclado y publicar una noticia con un titular desafortunado. El problema es que es un tipo de discurso que empieza a hacerse muy frecuente lo cual acaba resultando una velada amenaza a todo a aquel que se atreva a disentir del discurso oficialista catalán.
Por poner algunos ejemplos, hace unos meses, Joaquim Maria Puyal dijo en una entrevista al diario Ara, citando a Jordi Mir, que "los enemigos de Cataluña, en Cataluña manifiestan sus puntos de vista en catalán". No nos especifica quiénes son esos enemigos pero, de entrada, no suena muy tranquilizador saber que estamos rodeados de enemigos que son, eso sí, políglotas.
Más específica resulta Carme Forcadell, presidenta de la Assemblea Nacional Catalana, en una alocución del pasado 26 de mayo:
"Nuestro adversario es el Estado español, lo tenemos que tener muy claro, y los partidos españoles que hay en Cataluña como Ciudadanos y el Partido Popular, que no se tendría que llamar Partido Popular de Cataluña sino Partido Popular en Cataluña. Por lo tanto, estos son nuestros adversarios. Los demás somos el pueblo catalán".
Si tenemos en cuenta que la suma de esos dos partidos fue en los pasados comicios de 746.122 votos, empieza a dar un poco de miedo salir a la calle porque las posibilidades de encontrarse con un adversario son muy altas. Además, ¿dónde quedan adscritas todas esas personas a las que se niega pertenecer al "pueblo catalán" en función del partido por el que votaron en las últimas elecciones? ¿Recuperan su catalanidad si cambian la orientación de su voto? Se me antojan cuestiones de difícil respuesta ya que rozan, ciertamente, lo ontológico. Más allá de eso, no sé si Forcadell es muy consciente de que si al pueblo catalán le restamos esa cifra nos queda un pueblo con una densidad de población bastante mermada y de que, para colmo, la diferencia de votos entre PPC y su partido -ERC- es de apenas 20.000 votos.
El nivel de agresividad y de mala educación que se puede ver en, por ejemplo, las redes sociales es alarmante
En todo caso, se podría pensar que basta con aislar a esas terribles personas que utilizan toda su maldad contra Cataluña para que todo se arreglara pero no, es que aun hay más. Resulta que los socialistas están virando hacia el fascismo según decía en agosto Vicent Partal desde Vilaweb, asunto que debe de considerar muy importante ya que le dedicó dos editoriales. Llama la atención que se utilice precisamente esa palabra por parte de los que se quejan -y con razón- de que se usa con excesiva frivolidad. El PSC es, actualmente, la segunda fuerza más votada, con 524.707 (14,43%) aunque por efectos de la más que cuestionable ley electoral entregó la segunda posición a ERC con 498.681 (12,97%). Así las cosas, entre enemigos, adversarios de Cataluña y fascistas en potencia nos vamos a más de un millón de nuestros conciudadanos.
Se podrá alegar que desde todas las posiciones ideológicas se lanzan insultos y, desgraciadamente, es cierto. El nivel de agresividad y de mala educación que se puede ver en, por ejemplo, las redes sociales es alarmante. Pero todos los casos aquí citados son de personas que, de una manera u otra, se ven favorecidas por el dinero público, es decir, ese dinero que aportamos con nuestros impuestos. Y que te insulten es desagradable, pero que encima lo hagan personas que se ven beneficiadas con parte de tu sueldo es inadmisible.
En Cataluña hay una importante parte de la población que reclama la secesión porque cree que eso es lo mejor y su posición me parece absolutamente legítima y respetable. Creo que actúan desde la honestidad y el deseo de mejorar la realidad y, por eso, es evidente que merecen que quienes actúan como sus portavoces lo hagan desde el rigor y la objetividad de sus argumentos y no desde el insulto y la descalificación de nuestros vecinos, amigos y familiares.