Dice el consejero de Territorio y Sostenibilidad de la Generalidad, Santi Vila, que la sociedad catalana debe "serenarse", pues Cataluña "tiene mucho que perder". Son palabras que reflejan la inquietud de muchos responsables políticos y económicos ante la velocidad de vértigo que está cogiendo el tiovivo soberanista y el temor de que no haya forma de evitar que salga disparado. Descartada completamente la celebración de una consulta, en cualquiera de sus fórmulas, no habría otra salida que un adelanto electoral para liberar tanta tensión y plantar cara a las reiteradas negativas del Gobierno español, razonan los independentistas. Pero este escenario presenta grandes incógnitas para Artur Mas, el único que puede tomar tal decisión como presidente de la Generalidad.
La primera es muy clara: ¿disolver para luego hacer qué? Ir a las urnas el año que viene solo tendría sentido en caso de que el objetivo fuera declarar unilateralmente la independencia, con todas sus consecuencias. Eso supondría la ruptura de UDC y CDC, de manera que Mas concurría a las elecciones mucho más débil. Suponiendo que CDC y ERC sumaran mayoría absoluta en el nuevo Parlamento autonómico de Cataluña, no parece creíble que los diputados (añadiéndoles los de la CUP) dispuestos a declarar la secesión alcanzaran los 2/3. El sondeo publicado ayer por La Vanguardia, que hay que tomar con mucha prevención demoscópica, y que no contempla todavía un escenario de ruptura de la federación nacionalista, lo deja claro: por ahora lo único seguro es que se consolida el trasvase de votos de CiU hacia ERC, que prácticamente empatan en intención de voto. El independentismo, aunque se ha alzado con la hegemonía social y política, no abraza a una mayoría excepcional de catalanes, requisito imprescindible para un cambio histórico de esa naturaleza.
Estaríamos ante una declaración secesionista sin independencia, pero que haría ingobernable Cataluña
Con todo, si el curso de la historia fuera inevitable, tal como advirtió Mas la semana pasada, la declaración podría tener dos variantes. La primera a palo seco, con voluntad de materializarse al día siguiente y ser reconocida internacionalmente. En ese caso, imaginando que las Cortes españolas aceptaran la quiebra del orden constitucional por inacción, las dificultades para la supervivencia económica a corto plazo del nuevo Estado catalán serían enormes. Pero los problemas estructurales tampoco serían menores. Los catedráticos Francesc Granell y Joaquim Muns o el prestigioso jurista Jean-Claude Piris lo han explicado con meridiana claridad: Cataluña quedaría de entrada y durante mucho tiempo fuera de las Naciones Unidas y de la Unión Europea, y de un sinfín de organismos fundamentales para casi todo, empezando por el comercio. Se trataría de un salto en el abismo.
La otra variante de la declaración secesionista sería que quedara condicionada a un referéndum ratificatorio posterior. Se trataría de un mero brindis al sol, un deseo político sin efectos jurídicos. El Gobierno español la recurriría ante el Tribunal Constitucional, como ya hizo con la declaración soberanista de enero pasado, y punto. Aún así, se generarían graves tensiones sociales y políticas y, lo peor, se crearía una situación económica de gran incertidumbre. Estaríamos ante una declaración secesionista sin independencia, pero que haría ingobernable Cataluña.
La primera variante es posible solo desde la locura, mientras que la segunda constituiría una declaración frívola pero igualmente tortuosa. De entrada el riesgo sería sobre todo para el convocante de esas hipotéticas elecciones anticipadas con carácter plebiscitario, que le podría salir el tiro por la culata. Tal vez por ello, ante el peligro de verse arrastrado a escenarios tan inciertos o a nuevos desastres electorales, anteayer el consejero de Presidencia y portavoz autonómico, Francesc Homs, proponía convertir las elecciones europeas de mayo del año que viene en un ensayo general de la consulta. Curiosamente, no en el ensayo de unas elecciones anticipadas sino solo de la consulta a la que Mas se ha comprometido con ERC a celebrar en 2014. Se trataría de una vía de escape que podría utilizarse para liberar mucha tensión soberanista, pero que no obligaría a nada, pues no habría ninguna independencia a declarar al día siguiente, incluso aunque obtuvieran una aplastante victoria gracias a la alta abstención. En pocas semanas, desde CDC han insistido mucho en la formación de una candidatura única, o al menos con ERC, aunque un día con la pretensión de reunir a todos los partidarios del derecho a decidir y otro a los de la independencia a secas.
Desde la formación republicana se miran la propuesta con recelo cuando todavía no se sabe cuál va a ser el contenido de la pregunta a la que Mas se ha comprometido a poner fecha antes de finales de año. Si finalmente no va haber consulta, ni tampoco elecciones anticipadas, ante la imposibilidad como hemos visto de materializar la secesión, la propuesta de ensayo general de Homs suena más bien a vía de escape para ganar tiempo y aguantar en el poder hasta 2016. Una vía para liberar la presión de la calle y para camuflar sobre todo el previsible sorpasso electoral de ERC. En definitiva, una vía de escape para que el tiovivo sobre el que da vueltas Mas no salga disparado en 2014.