“Prefiero que los pasajeros vuelen sin maletas". La frase podría pertenecer a uno de los monólogos de Gila sobre la guerra, a uno de esos que estaban cargados de ingenio y surrealismo. De ironía, incluso. Pero no.
La frase forma parte del sainete que protagonizó hace unas semanas el humorista Michael O’Leary, también consejero delegado de Ryanair, a raíz de las sanciones impuestas por el Ministerio de Consumo de España por las prácticas “abusivas” de su aerolínea.
Y la obra prosiguió tal que así: “Transportar maletas de cabina cuesta dinero. Tenemos personas empleadas para poner maletas en el avión, el avión pesa más y consume más combustible”. “¡Bravo, usted!”, exclamaría Gila, reconociendo las dotes cómicas del humorista irlandés a la hora de utilizar situaciones cotidianas y llevarlas al absurdo.
La verdad es que solo le faltó coger el teléfono. Descolgar uno de esos antiguos teléfonos de baquelita negra, marcar uno a uno los números en el disco rotatorio y llamar a María, la mujer que perdió la mitad de su pierna derecha en un accidente de tráfico y no pudo volar, y decirle: “Disculpe, María. Tenemos personas empleadas en el servicio de atención al cliente que procederán a reembolsarle los 230 euros que pagó por el billete que no pudo utilizar en 2023. Porque así le toca por ley y porque, al no transportarla a usted, el avión pesaba menos y consumió menos combustible”.
Sí, el humorista irlandés O’Leary podría llevarse el teléfono a la oreja y llamar a Conchita Martínez, Belén Hueso, Cisco García y tantos otros a los que ha dejado tirados en tierra por el simple hecho de viajar en silla de ruedas e indemnizarles, tal y como aseguró que haría cuando estos casos de maltrato a personas con diversidad funcional se hicieron públicos.
Y como la repetición es un recurso cómico que funciona de maravilla en cualquier tipo de sketch, O’Leary podría hacer una tercera llamada. Podría descolgar el receptor del antiguo teléfono de baquelita negra y llamar a Luis Carbó, un ciudadano español de 89 años al que impidieron embarcar porque su DNI, emitido en 2006 y sin fecha de caducidad, no fue considerado válido por el personal de la compañía irlandesa: 99999999.
Lo peor de todo es que seguiremos comprando la ropa en Amazon, Zara y Shein; seguiremos comiendo la carne procedente de las macrogranjas de El Pozo o pediremos a un rider de Glovo que nos la traiga; y seguiremos viajando con Ryanair para bailar al son de la música de unos festivales vinculados a un fondo de inversión estadounidense, que invierte su dinero en empresas armamentísticas israelíes y en proyectos inmobiliarios en asentamientos ilegales de los territorios palestinos ocupados.
Porque somos como aquel viejo chiste con el que Woody Allen pone el broche de oro a Annie Hall. “Doctor, mi hermano está loco. Cree que es una gallina”. Y el doctor responde: “¿Pues por qué no lo mete en un manicomio?”. “Lo haría, pero necesito los huevos”.