Que Pedro Sánchez seguirá tiempo al frente de la nave española es equivalentemente tan obvio como que Junts per Catalunya no tensará nunca la cuerda para hacerle caer. Sánchez podrá terminar su legislatura antes de tiempo por mil razones, pero entre ellas resultará difícil que exista un detonante que tenga que ver con la presión o la actuación de los nacionalistas catalanes de derechas.

La obra teatral de la negociación entre ambos avanza. Servirá para ver unas cuantas escenas sin desperdicio. La primera es la petición a Junts del mediador internacional para que retire del Congreso de los Diputados la proposición no de ley para que el presidente se someta a una cuestión de confianza.

José Luis Rodríguez Zapatero ha sido el cabecilla del comité negociador socialista que se ha visto el último viernes en Suiza con la delegación soberanista y con el mediador salvadoreño. Quizá sea mérito suyo también la maniobra que permitirá a la formación de Carles Puigdemont mantener la impostura de ser el azote del PSOE cuando, en la práctica, son su primer y mejor aliado en la presente legislatura. Si los de Junts aceptan que Sánchez no se someta a una cuestión de confianza admitirán, de hecho, que la negociación va bien, que se han conseguido avances y que en el horizonte se vislumbran nuevos pasos al frente que vender a sus seguidores.

¡Qué grandes actores tragicómicos son los políticos de Junts! Una vez más habrán logrado ponerse al frente del movimiento independentista, orillar a ERC y ningunear a Salvador Illa (“este presidente de la Generalitat”, en despectivas palabras de Jordi Turull). Parecerá que son relevantes, seguirán sin ningún resultado tangible para sus intereses, pero acumularán pequeñas parcelas de poder a la vez que le dicen al electorado que ellos son los legítimos representantes de Cataluña. 

El fugado parecía tonto, Turull es de natural mediocre, pero llevan buena marcha en la recomposición de un partido que sus antecesores griparon y por el que muchos no daban ya un euro tras los años buenos de ERC. En Suiza, en Amer o en el barrio de la Bonanova, Junts siguen siendo los más listos del patio político de recreo, socialistas incluidos.

Una de Barcelona: Malestar en el Ayuntamiento de Barcelona por la degradación del entorno del Hotel Arts. La llamada Marina Village es una zona de titularidad privada pero de uso público. El consistorio se ha gastado una suculenta inversión en la zona del Port Olímpic (unos 100 millones de euros) y ahora ve como la antigua zona comercial está repleta de comercios cerrados. A los pies del emblemático establecimiento hotelero y del Casino de Barcelona la decadencia del espacio se intensifica. 

¿Quién es el propietario de estos espacios? Pertenecen a fondos de inversión con quienes el ayuntamiento socialista deberá negociar si quiere que la zona se rehabilite y no proyecte tan desagradable imagen de una emblemática franja de la ciudad. Es curioso que esta sea una de las herencias de Ada Colau después de ocho años en el consistorio.

Y, como contrapunto, el Front Marítim. Los operadores de esa zona no son fondos de inversión con sede en Londres o en Nueva York, sino empresarios e inversores locales con preocupación por el entorno ciudadano que se cuidan de dar dinamismo a los espacios en los que operan. 

Ese colectivo de empresarios no ha tenido casi nunca ni el reconocimiento ni la valoración que merecen. Dudo que a Jaume Collboni le guste más negociar con un fondo sin alma que con un grupo local serio como el de la familia Bordas, por ejemplo.

Está claro que si la actuación municipal se realiza sin prejuicios, que bastantes nos dejó la anterior alcaldesa buñuelo, puede ser positiva en sentido amplio. Y Barcelona sale claramente ganando.