La encuesta electoral publicada por La Vanguardia el pasado domingo ha suscitado llanto y crujir de dientes entre los partidos catalanes aparentemente más asentados: leve caída del PSC y ensayo de desastre general para Junts, que perdería a una parte importante de su parroquia en beneficio de la matamoros de Ripoll, Silvia Orriols, y su pandilla, Aliança Catalana.

El hecho de que Vox y AC sean prácticamente lo mismo -Vox en toda España, AC únicamente en las provincias levantiscas del nordeste- les pasa por alto a los votantes de la señora Orriols, para los que aquí, los únicos fachas son los fans de Santiago Abascal (que santa Lucía les conserve la vista).

Vox y AC están unidos por el asco al moro y la teoría del reemplazo (cada uno la suya). Es decir, que el Islam se está colando ladinamente en España, o en Cataluña, y de aquí a 20 años iremos todos con burka, las mujeres, y chancletas, los hombres, y nada acabará quedando de la España o la Cataluña cristianas. El hecho de que la inmensa mayoría de inmigrantes árabes se mueva mayormente por las cosas del comer no parecen tenerlo en cuenta.

Puede que la inmigración árabe no sea la más fácil de gestionar, dados sus planteamientos teocráticos y su manía de comportarse como si nunca hubiese abandonado sus países de origen. Se quejan Vox y AC de que los árabes no se integran, pero eso no se le puede exigir a nadie, a no ser que le dé por la delincuencia o el terrorismo. Yo mismo no me considero del todo integrado en Cataluña, pese a haber nacido en Barcelona, pues eso requiere cumplir unas exigencias a menudo indigestas (lo mismo sucede en cualquier parte del mundo: desconfiemos de quien cumple al 100% con todos los tópicos patrióticos), pero a lo máximo que llego para demostrar mi disidencia es a escribir artículos (y algún libro) riéndome de los nacionalistas.

En vez de la integración, lo que debe exigírsele a cualquier foráneo es que no moleste. Y hay que reconocer que la inmigración árabe es la que más molesta con su empeño permanente de mostrar su superioridad sobre el infiel, ya sea rebanándoles el clítoris a las niñas o casándolas con un primo de Fez al que no han visto en su vida o, en casos extremos, organizando una matanza en la Rambla. Pero se trata siempre de casos aislados a partir de los cuales es difícil apuntarse a la teoría del reemplazo, pudiendo mejor hablar de cierta cerrazón étnico-religiosa que hay que combatir social, política y policialmente. Una invasión compuesta de muertos de hambre es algo que no se ha visto nunca, por mucho que, a la extrema derecha, española o catalana, le convenga para agitar cual espantajo terrorífico. Otra cosa es el tradicional asco al moro que se escondía bajo la supuesta hermandad histórica entre España y Marruecos que tanto le gustaba pregonar al Caudillo: mi difunto padre, que nació en Melilla, me dijo de pequeño: “Hijo mío, el moro es traicionero”.

Mucha gente se pregunta por los motivos del auge de Vox y AC, que, por cierto, es equiparable al de la extrema derecha en Francia, Italia, Reino Unido, Alemania o Hungría. Por una parte (la historia se repite), está de moda, sobre todo entre los jóvenes, que ya no se acuerdan de Hitler, Mussolini o Franco (si es que saben quiénes son).

Por otra parte, la ineptitud y la progresiva cretinización de la izquierda le han hecho perder su aura moral que, durante años, se mantuvo incólume gracias a políticos ya desaparecidos (en el caso español, pienso en Semprún o Solé Tura). El estado actual de lo que queda de la socialdemocracia en España es lamentable. La caída en la ignominia la inició Zapatero (falso Bambi guerracivilista y ruin) y la culminó Sánchez con sus secuaces corruptos.

Ante el espanto que suscitan PSOE y PP, es hasta cierto punto normal que los jóvenes busquen nuevas opciones políticas (también yo me apunté a Ciudadanos hasta que el majadero de Albert Rivera optó por el suicidio, enviando al carajo diez años de esfuerzo y trabajo). Y las únicas que tienen son Vox y AC, a la derecha, y Sumar o Podemos, a la izquierda. Resulta curioso, eso sí, que formaciones tan rancias y anticuadas, que reivindican dos ideas tan infames como el fascismo y el comunismo, gocen de tanto predicamento entre la chavalería, a la que les parecen nuevas.

Los partidarios del puñetazo en la mesa (y en los genitales) consiguen ver al neofalangista Abascal como un caudillo liberador. Mientras AC atrae a los lazis que se han cansado de disimular y quieren expresar su racismo sin limitaciones, hartos ya de tanta componenda democrática.

Y así hemos llegado a esta situación, en la que lo que tenemos da asco y lo que vendrá también. Que tengan ustedes un gran día.