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Gonzalo Bernardos opina sobre la política catalana

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Pensamiento

La política catalana: el péndulo se mueve mucho hacia la derecha

"Entre los electores, cada vez más ciudadanos tienen claro que el PSC ostenta el poder, pero quienes mandan son los Comuns. Están hartos de sus políticas y buscan un cambio. En las autonómicas, el voto de castigo tendrá una gran importancia"

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Hace una década, un gran número de analistas destacaba el desplazamiento del electorado catalán hacia posiciones independentistas y de izquierda. No obstante, discrepaban en las causas. Para unos, el cambio era la respuesta de los votantes a la crisis económica y a las medidas impopulares adoptadas por el PP. Para otros, el giro venía explicado por la conversión de Convergència en un partido independentista y la percepción de numerosos ciudadanos de que les podía ir mejor solos que acompañados por el resto de españoles.

Una opinión sustentada en los resultados de las elecciones autonómicas, municipales y generales celebradas entre el 24 de mayo y el 10 de noviembre de 2015. En los comicios al Parlament, las fuerzas independentistas lograron una holgada mayoría absoluta, pues obtuvieron 72 de los 135 escaños. De ellas, dos eran de izquierdas y una de derechas.

En las elecciones municipales, los partidos progresistas consiguieron un 40,2% más de votos que los conservadores y, en Barcelona, la formación ganadora fue la liderada por Ada Colau. En las generales, el triunfo correspondió a En Comú Podem. Una victoria arrolladora, pues consiguió un 54,8% más de sufragios que ERC, siendo su lista la segunda más votada.

Los resultados electorales llevaron a varios partidos a cambiar su estrategia y a adaptarla a las nuevas preferencias de los ciudadanos. En ERC, la dirección llegó a la conclusión que su principal caladero de votos eran los simpatizantes de los Comunes. Para atraerlos, debían copiar sus medidas y desestimar otras ideológicamente incompatibles. Entre las últimas figuraba una rebaja de impuestos, una propuesta defendida en diversas ocasiones por Oriol Junqueras.

Por su parte, Carles Puigdemont tomó buena nota de lo ocurrido a Artur Mas. En 2015, la CUP lo envió a la papelera de la historia por ser demasiado de derechas. A raíz de aquel episodio, la posterior Junts per Catalunya dejó de defender medidas propias de un partido conservador y empezó a respaldar algunas de izquierdas. Uno de los apoyos más sorprendentes supuso el voto a favor de la propuesta que obligaba en Barcelona a destinar a VPO el 30% de las viviendas procedentes de nuevas promociones y edificios rehabilitados.

Las principales formaciones catalanas pueden clasificarse en dos distintas categorías: las invariables y las adaptables. En el primer grupo están Comuns y la CUP. Ambas otorgan una gran importancia a las propuestas ideológicas y escasa a las relacionadas con la gestión, pues ésta no les interesa. Las encuestas de opinión les influyen mucho menos que al resto de los partidos, pues esperan que sean los votantes quienes se adapten a sus planteamientos, y no al revés.

En el segundo grupo se sitúan PSC, Junts y ERC. Para ellos, “París bien vale una misa”. Si para gobernar u obtener determinadas prebendas (por ejemplo, la aplicación de la amnistía), han de votar a favor de una medida contraria a la defendida durante la campaña electoral, no tienen ningún problema en “cambiar de opinión”.

Por tanto, su punto débil es una ideología mutable y su fortaleza ha sido su capacidad de gestión. No obstante, en la actualidad, la última ya no es que lo era. En los últimos años, a sus dirigentes les interesa más ocupar el cargo que lo que hacer en él. Por eso, están dispuestos a realizar numerosas concesiones a sus aliados. Cuando las hacen, suelen decir que son fruto de la aritmética parlamentaria.

Por los anteriores motivos, en la última década  Comuns y la CUP han desempeñado un papel en la política catalana mucho más relevante del que les correspondería por su representación parlamentaria. Con Puigdemont, Torra, Aragonés e Illa, ellos han puesto la ideología y Junts, ERC y PSC han ocupado los principales cargos en el gobierno autonómico.

Las principales consecuencias han sido un escaso interés de los sucesivos gobiernos por estimular la actividad económica, la adopción de diversas medidas populistas y la apertura de un gran hueco en el espectro político. Así, por ejemplo, Comuns y la CUP son dos formaciones partidarias del decrecimiento. En otras palabras, de que vivamos peor. Dicen que es imprescindible para salvar el planeta, pero yo creo que se debe a su incapacidad para generar un modelo capaz de crear riqueza.

La adopción de medidas populistas ha sido impulsada por determinadas propuestas ideológicas de Comuns y la CUP, especialmente de la primera. Lo han logrado por tres vías: una notable capacidad de comunicación, la necesidad de los distintos gobiernos de obtener su apoyo y la pretensión de otras formaciones de presentarse ante la ciudadanía como tan o más progresistas que ellas.

A través de protestas en las calles, intervenciones en las redes sociales y presencia en los medios de comunicación convencionales, los Comuns han logrado convencer a una parte de la población de que es un gran problema aquello que no lo es. Un resultado que ha quedado reflejado en distintas encuestas de opinión y provocado que PSC, ERC y Junts cambien su posición sobre distintos temas o radicalicen la que tenían. Un ejemplo de ello es la ofensiva de las distintas administraciones contra las viviendas de uso turístico.

En la actualidad, Salvador Illa es un rehén político de los Comunes. También lo es de ERC, aunque en menor medida, pues Junqueras busca un segundo indulto que le permita presentarse a las próximas elecciones catalanas. Sin sus votos, Illa puede ocupar el cargo, pero no gobernar. Por eso, les ha de hacer una concesión tras otra, incluso legislar sobre materias en las que la Generalitat no tiene competencias. Es lo que ocurrirá si, tal y como ha prometido, el Parlament aprueba una norma reguladora del arrendamiento de temporada.

Por querer ser más papistas que el Papa, Junts y ERC han dificultado la expansión de las energías renovables en la comunidad. Lo han hecho para satisfacer las peticiones de agricultores y ganaderos, congraciarse con los ecologistas e incluso atender las reivindicaciones de otros grupos de presión menos conocidos. En algunos casos porque sus instalaciones ocupan tierra cultivable y en otros debido a que hacen ruido, alteran el paisaje o afectan los hábitats de las aves.

En los últimos años, el gran agujero en el espacio político estaba en el binomio formado por derecha e independencia. Dentro del constitucionalismo, los votantes conservadores han tenido tres alternativas: PP, Vox y Ciudadanos. En cambio, hasta hace poco, los separatistas, ninguna. El vacío lo ha dejado principalmente Junts, pero también un poco ERC al escorarse hacia posiciones más de izquierdas.

En política, los huecos tarde o temprano los ocupa alguien. Aliança Catalana no ha tardado en hacerlo. Es un partido que atrae a los votantes por hablar claro, abordar temas que preocupan a la mayor parte de la población y presentarse abiertamente como un partido de derechas e independentista.

Indudablemente, Aliança Catalana ha tenido suerte, pues tres factores han impulsado su popularidad: los liderazgos de Puigdemont y Junqueras, una política del gobierno de la Generalitat excesivamente escorada hacia la izquierda para una sustancial parte de la población y la creciente desconfianza de los electores hacia los partidos tradicionales. En otro país, ambos dirigentes difícilmente hubieran podido seguir dedicándose a la política, después de su actuación en el proceso independentista.

Entre los electores, cada vez más ciudadanos tienen claro que el PSC ostenta el poder, pero quienes mandan son los Comuns. Están hartos de sus políticas y buscan un cambio que no les pueden dar Junts y ERC, ya sea por la falta de renovación de sus líderes o por actuar como comparsas de los socialistas en Madrid. Ese hastío también se da entre los constitucionalistas y de él se beneficiará más Vox que el PP. En las próximas elecciones autonómicas, el voto de castigo tendrá una gran importancia.

En definitiva, en los comicios observaremos un descenso del voto hacia los partidos tradicionales y un incremento hacia los nuevos. El más beneficiado será Aliança Catalana, surgida para ocupar el espacio vacío dejado por la tradicional derecha independentista.

Algunos la votarán convencidos, como también lo harán con Vox, pero un gran número lo depositará como castigo a las formaciones que hacen lo contrario de lo que dicen. Unos partidos que parecen más preocupados por sus intereses y los de sus militantes que por los de los ciudadanos.

Después de las elecciones, los analistas concluirán que los catalanes se han desplazado hacia la derecha. En consecuencia, los partidos tradicionales cambiarán su estrategia y desharán el camino recorrido durante la última década. Junts abandonará cualquier veleidad izquierdista y competirá duramente con Aliança Catalana por el espacio conservador. Junqueras afirmará que ERC es un partido centrista y los socialistas dejarán de comportarse como marxistas y empezarán a hacerlo como socioliberales.

El resultado será que Comuns perderá cualquier opción de influir de manera sustancial en las decisiones adoptadas por las distintas administraciones catalanas. Por tanto, nuestro país dejará de ser la nación de Europa Occidental donde se han efectuado más políticas populistas de carácter izquierdista durante la última década.

No obstante, el péndulo no se moverá un poco, sino mucho, e irá de un extremo a otro. Aliança Catalana no gobernará, pero sí tendrá una gran influencia sobre el Ejecutivo y el resto de formaciones. No es un deseo, sino lo que creo y lo que indican diversas encuestas. No obstante, espero equivocarme.

En mi reciente cumpleaños, cuando he soplado las velas, he solicitado el regreso de los políticas centristas, el abandono de las medidas populistas y unos dirigentes similares a los que había en las décadas siguientes a la llegada de la democracia. Especialmente deseo el regreso de los que priorizan la gestión a la ideología. Por pedir que no quede.