Más allá de que se vaya sabiendo que lo que ocurrió en la heladería Dellaostia fue lo de siempre, es decir, una catalana maleducada humillando a una pobre trabajadora extranjera acabada de llegar a Cataluña, el suceso ha servido para que me llamara la atención un hecho relacionado con el mismo: hay gente que declara su amor a la lengua catalana. ¿Se puede querer a una lengua? Estando bien de la cabeza, es imposible, de lo que se deduce que quienes la aman no tienen la azotea en muy bien estado.

Ya sé que el amor es muy raro, hay quien se enamora una vez en la vida y hay quien se enamora cada día. Hay quien ama a su perro, hay quien ama su gato y hasta sé de algunos que aman a su señora.

¿Pero a una lengua? Amar una lengua es como amar la ley de la gravedad o la electricidad, cosas que sabemos que están ahí y que de vez en cuando nos son útiles, pero que no tiene sentido que sean objeto de amor. Comprendo a quien dice amar a su lavadora o a un pisapapeles, pero no a quien asegura amar a una lengua, por lo menos la lavadora y el pisapapeles se pueden abrazar, besar, tocar. Incluso hablar con ellos aunque, discretos como son, no respondan a nuestro afecto.

Los que aman a la lavadora o al pisapapeles, con ser raros, no lo son tanto como quienes aman a una lengua. No se conoce el caso de nadie que haya llamado a la revolución porque alguien no usa pisapapeles o porque prefiere lavar su ropa a mano. Los amantes de una lengua, en cambio, son tan extraños que no se conforman con amarla, sino que se sienten ultrajados y ofendidos si los demás no la usan, con lo que, más que sentir amor, diríase que padecen alguna patología psiquiátrica. Uno no se solivianta porque los demás no hagan uso de aquello que ama, como saben todos los novios y maridos de este mundo.

El amor es un bien escaso, conviene usarlo en lo que vale la pena y no malgastarlo en cosas inútiles. Lo más bonito del amor es cuando es correspondido, eso también lo saben todos los novios y maridos de este mundo, lo saben incluso los dueños de una mascota, pero ¿cómo diablos va a correspondernos a nuestro amor una lengua? Eso es como amar a una nube, que por bonita que nos parezca -las hay con formas bien curiosas, hasta fálicas, con perdón- no es más que vapor de agua, y al vapor de agua le da absolutamente igual que lo amemos, que lo odiemos o que nos desentendamos de él. El vapor de agua va a lo suyo, como las lenguas.

Hay amor de madre, amor platónico, amor posesivo y amor a Dios, pero incluso éste último tiene una razón de ser, como es procurarnos una vida eterna, casi nada. Amar una lengua no nos proporciona nada, como no sean problemas al cometer faltas de ortografía, es el amor más inútil que existe.

Imagino que, para los amantes de una lengua, la gramática es como el Kama Sutra, un libro que les enseña las distintas formas que hay de usarla y de disfrutarla, ya ha quedado claro que son gente extraña. Para esa gente, hablar más de una lengua debe de ser como traicionar al amor de tu vida con cualquier pelandusca que te sale al paso, da igual que no la quieras, que la hables solo como pasatiempo, esas cosas no se le hacen a una lengua, un políglota es tan traidor como un polígamo.

Curiosamente, quienes dicen amar una lengua se refieren siempre a la suya propia, no se conoce el caso de un catalán que afirme amar la lengua bantú, pongamos por caso, o la finlandesa. Lo cual nos lleva a concluir que, en el fondo, amar una lengua es una forma de nacionalismo, y así confirmamos que los que aman una lengua no están bien de cabeza. Igual que los nacionalistas.