Europa vive un momento definitorio. Su identidad y fortaleza se enfrentan tanto a amenazas externas, como la agresión de Vladímir Putin en Ucrania o el desprecio de Donald Trump por la Unión, como internas, particularmente por parte de los llamados patriotas, formaciones nacionalistas de extrema derecha que conforman el tercer grupo de la Eurocámara.

Vox, que, a imitación de las políticas de Trump, juega con la idea de deportar a inmigrantes ilegales, convirtiéndolos en chivos expiatorios de los males sociales, ha vuelto a sacudir el tablero del debate. Esta estrategia, carente de cifras concretas, pero cargada de inflamación, ignora la realidad crucial: tanto nuestro país como el conjunto de Europa necesita inmigración en las próximas décadas para enfrentar la pérdida de millones de trabajadores por el declive demográfico.

El envejecimiento de la población europea es un desafío estructural. Las proyecciones indican que, para el 2050, la UE podría perder más de 45 millones de trabajadores debido a bajas tasas de natalidad. Sin una inmigración activa, los sistemas de pensiones, la competitividad económica y la capacidad de Europa para competir en un mundo global estarán en riesgo.

Los inmigrantes, lejos de ser un problema, son parte de la solución: cubren sectores esenciales, desde la sanidad hasta la construcción, aportan a la innovación y revitalizan la demografía del continente. Negar esta evidencia es condenar a Europa a un declive inevitable.

En este contexto, la retórica de Vox resulta no solo divisiva, sino profundamente contraproducente. Aunque no ha especificado cuántos inmigrantes ilegales pretende deportar, pues a veces son millones y otras solo los que delinquen o atentan contra nuestras costumbres, su discurso agita el espectro de expulsiones masivas como una solución simplista.

Al igual que Trump, que ha demonizado a los inmigrantes para galvanizar a su base electoral, Vox los convierte en chivos expiatorios, atribuyéndoles problemas complejos como la inseguridad, las agresiones sexuales, el encarecimiento de la vivienda o el desempleo. Esta estrategia, además de humanitariamente inaceptable, agravaría la crisis demográfica y fracturaría la cohesión social que Europa necesita para enfrentar sus retos globales.

En Cataluña, el nacionalpopulismo de Aliança Catalana añade otra capa de complejidad. Las encuestas auguran una notable subida de esta formación en detrimento de las fuerzas protagonistas del procés. Su discurso aúna un identitarismo excluyente, que combina hispanofobia e islamofobia, y un claro rechazo al proyecto de integración europeo.

Su ascenso refleja el auge de movimientos que, bajo la bandera del separatismo local, alimentan la fractura y la antipolítica. Este fenómeno, que encuentra eco en otras regiones del continente, amenaza con fragmentar aún más el apoyo a la UE en un momento definitorio.

Las amenazas globales no ceden. Putin, con su militarización y desafío a la seguridad europea, busca desestabilizar la unidad del continente. Trump, con su desdén por la UE y sus caprichos, socava la alianza transatlántica y refuerza la urgencia de una Europa más autónoma en defensa.

En este escenario, las debilidades institucionales de la UE —burocracia lenta, política exterior y seguridad fragmentada y falta de soberanía compartida— se hacen más evidentes. La gestión de la inmigración requiere una política migratoria común, que combine integración ordenada, respeto por los derechos humanos y medidas para impulsar la natalidad y la formación de los trabajadores europeos.

La identidad europea, plural y resiliente, debe traducirse en políticas valientes que rechacen el populismo, ya sea el de Vox, que imita a Trump, o el de Aliança Catalana, que apuesta por la exclusión localista. Europa debe abrazar la inmigración ordenada como un pilar de su futuro, reformando sus instituciones para gestionar los flujos migratorios con eficacia y humanidad.

Solo así, la UE podrá contrarrestar las presiones de Putin, la indiferencia de Trump y las divisiones internas, proyectando sus valores de democracia liberal y preponderancia del Estado de derecho en un mundo incierto.