La norteamericana Amelia Earhart (1897-1939) fue una pionera de la aviación y, al mismo tiempo, de la reivindicación de los derechos de las mujeres. Fue la primera piloto que atravesó en solitario el océano Atlántico (en 1932, tras un primer vuelo en compañía de Wilmer Stoltz en 1928) y pretendió mejorar su récord en 1937 con una vuelta al mundo que le acabó costando la vida: fue vista por última vez en Lae, Nueva Guinea, el 2 de julio de 1937. Poco después, su avión se precipitó a las aguas del Pacífico, cerca de la isla de Howland, y no se volvió a saber nada de ella. Año y medio después de su abrupta desaparición, se la dio oficialmente por muerta el 5 de enero de 1939.
Laurie Anderson (Glen Ellyn, Illinois, 1947) es una compositora, violinista y cantante a la que algunos solo conocen por ser la viuda de Lou Reed. Pese a sus esporádicos toques pop, Anderson es, de hecho, una artista conceptual que usa la música como un elemento más del arte contemporáneo. Con el paso de los años, en sus discos cada vez se habla más de lo que se canta, o se fabrica una peculiar interpretación vocal en la que a veces no quedan muy claras las diferencias entre canción y spoken word. Anderson se presentó discográficamente en sociedad en 1982 con un primer álbum fascinante titulado Big science, en el que destacaba la que he acabado por considerar una de mis canciones favoritas de todos los tiempos, O Superman, tema elegíaco y oblicuamente sentimental dotado de una gran capacidad para conmover al oyente (o a según qué oyente).
Monólogos con más o menos música
La canción estaba dedicada al compositor francés Jules Massenet (1842-1912), conocido sobre todo por sus óperas y cuya influencia, según los expertos, puede apreciarse en autores como Puccini o Debussy. O Superman duraba cerca de ocho minutos y medio durante los que la señora Anderson se apoderaba enteramente de todos tus sentidos. Cada vez que la escucho (y sigo haciéndolo con cierta frecuencia), noto que se me serena el alma y que experimento algo muy parecido a la elevación (aunque también es posible que uno no acabe de estar del todo bien de la cabeza).
Gracias a O Superman, me enganché a las cosas de Laurie Anderson, que he ido siguiendo, con mayor o menor entusiasmo, hasta la actualidad, aunque la progresiva preminencia del spoken word sobre la melodía musical me resultara cada vez más difícil de encajar. De hecho, su disco de 2010 Homeland fue archivado en una estantería tras una sola audición. Catorce años después, me reconcilio con la señora Anderson y sus monólogos con más o menos música gracias a una obra que roza lo deslumbrante, Amelia, dedicada a la aviadora Amelia Earhart.
Obra inclasificable
Hablando, cantando o una mezcla de ambas cosas, Laurie Anderson ha fabricado una especie de ópera (o de documental sonoro) sobre la célebre pionera de la aviación, cuya voz suena en una de las veintidós piezas de las que consta el disco, que es de esos que no se puede poner de fondo mientras haces cualquier cosa, pues requiere esa completa atención que solo se obtiene escuchándolo mientras lees las letras de los diferentes temas, entre los que, por cierto, no existen las usuales separaciones silenciosas, creándose así un continuo que acaba formando un fastuoso paisaje musical en el que la voz de Anderson suena sobre una orquesta sinfónica que proporciona a Amelia un empaque que no existía en sus previos acercamientos a la palabra hablada.
Amelia es un homenaje de una mujer del presente a una mujer del pasado. Y es casi una carta de amor o, por lo menos, de admiración y reconocimiento hacia una hembra de la especie que se empeñó en seguir su propio y peculiar camino en una época en la que eso era bastante más difícil que ahora. Las letras se centran en el viaje final de Amelia Earhart, formando como una especie de diario de vuelo que se nutre de la escritura de Anderson y de frases extraídas literalmente del que construía la aviadora antes de caer al Pacífico y desaparecer para siempre. Musicalmente, la señora Anderson se ha provisto de la mejor ayuda posible: cuartetos de cuerda, la orquesta de Brno, los coros de Anohni (antes conocido como Antony Hegarty, líder de Antony & The Johnsons)…Y el resultado es una obra tan inclasificable como espléndida que demuestra que a Laurie Anderson, a sus 77 años, le sigue funcionando muy bien el coco y aún no ha dicho todo lo que tenía que decir en su peculiar aproximación conceptual a esa música contemporánea que a veces puede conformarse con la voz humana para ser absolutamente relevante.