Movistar acaba de colgar un interesante y sobre todo, emotivo documental sobre el músico británico Pete (ahora Peter) Doherty (Hexham, Northumberland, 1979), dirigido por su mujer, Katia de Vidas. No es un documental canónico sobre el líder de los Libertines y los Babyshambles ni pretende serlo: es tan solo (y ya me parece mucho) una aproximación personal de alguien que lleva queriéndole (y aguantándolo) durante muchos años en lo mejor y, frecuentemente, en lo peor. Estamos ante una historia de amor con final feliz, eso sí, aunque no lo parezca en Peter Doherty. Stranger in my own skin, hecho mayoritariamente de grabaciones domésticas en las que ni la camarógrafa ni el inmortalizado ocultan nada de los estados tan lamentables a los que podía llegar éste con su propensión al alcohol y las drogas. Lo que aparece en pantalla es, francamente, una piltrafa, pero también un tipo sensible y culto que, tanto en grupo como en solitario, nos ha dado algunas de las mejores páginas de la historia del pop contemporáneo (más rockero al frente de los Libertines con su compadre Carl Barat, más lírico, melancólico y hasta folkie en sus grabaciones en solitario). No estamos, pues, ante una biografía al uso (quien busque algo parecido puede recurrir al libro Peter Doherty. Un chaval prometedor, coescrito con Simon Spence), sino ante un retrato íntimo que muestra sin recato alguna la evolución del chico desastroso que salía con Kate Moss y se metía de todo hasta convertirse en el tipo feliz y gordito que es ahora (gracias, en parte, a su novia la cineasta, intuyo), cuando reconoce que le ha sentado muy bien cambiar la heroína por las tostadas con queso de cabra fundido.
Como otros antes que él, Pete Doherty fue el típico ídolo autodestructivo cargado de talento que no paraba de ponerse la zancadilla a sí mismo. Hijo de militar (del que se apartó hasta que coincidieron en la boda de Pete y Katia en Francia y el hombre acabó cantando una canción con los Libertines), creció en diferentes lugares que le parecían todos el mismo (es lo que tienen los cuarteles). La principal diversión cuando destinaron a papá a Belfast consistía en mirar debajo del coche por si el IRA les había puesto una bomba. Llegar a Londres y empezar a hacer el ganso (o experimentar la libertad, si lo prefieren) fue todo uno. Pasó por la universidad (brevemente), conoció a Carl Barat, nacieron los Libertines y, como se dice en estos casos, el resto es historia: expulsión del grupo por asuntos de drogas y por robar en casa de Carl, creación de los Babyshambles, discos en solitario, frecuentes encuentros desagradables con la policía, visitas repetidas al rehab de turno…
Pete Doherty se convirtió durante sus días sin huella en carne de tabloide. A la gente le interesaban más sus meteduras de pata o sus juergas con Kate Moss que su talento creativo. Además de drogadicto, se echó fama de bobo, pues siempre lo trincaban y lo enviaban al trullo o al centro de rehabilitación. Había grabado un espléndido primer disco con The Libertines, Up the bracket (2002), se había liado un poco con los Babyshambles, pero se lució (dicho sea sin ironía alguna) con su primer álbum en solitario, Grace/Wastelands (2009): nada de eso parecía afectar a la imagen de borrachuzo drogadicto y metepatas que le había endiñado la prensa popular británica, a la que le importaba un rábano el infierno por el que pudiera estar pasando el muchacho: como reza el célebre dicho del periodismo sensacionalista anglosajón, If it bleeds it leads (Si hay sangre, en portada).
Historia de superación
Toda esa época horrorosa, afortunadamente, ha quedado atrás y nuestro hombre no solo ha sobrevivido a sí mismo, sino que se le ve sano como una manzana. Un poco gordo, vale, ya no se ajusta al prototipo del beau tenebreux, que dicen los franceses. Pero está vivo y conserva su talento, como se puede comprobar escuchando discos recientes como Pete Doherty & The Puta Madres (2019, su baterista era español) o The fantasy life of poetry and crime (2022, fabricado a medias con el músico francés Frederic Lo). O más recientes todavía, como All quiet on the Eastern esplanade (traducción aproximada: Sin novedad en la esplanada oriental), su tercera entrega con los Libertines, que me ha servido para confirmar al grupo de Doherty y Barat como el último (junto a Pulp) que me ha llegado al alma desde las islas británicas. Pete y Carl se han repartido el trabajo muy eficazmente, encargándose el primero de los temas, digamos, lentos y el segundo de los, digamos, rápidos, consiguiendo fabricar una joyita de pop rock atemporal que, en esta época de raperos y adictos al reguetón, puede que a algunos les suene directamente anticuado.
Es la de Peter Doherty una peculiar historia de superación. Podría haber reventado antes de los treinta y nadie se hubiera llevado la menor sorpresa. ¿Salvado por el amor y el queso? Puede ser. Y también por la suerte y la lucidez. Stranger in my own skin sería una película de visionado doloroso si no supiéramos que todo lo que nos cuenta ha quedado felizmente atrás. Y a ver si ahora, viéndolo sobrio, con bigote y algo fanegas, la prensa británica hace el favor de empezar a tomarse un poco en serio al señor Doherty.