Si he de hacer caso a una encuesta de urgencia realizada entre amigos y conocidos, la respuesta a la pregunta del título es que no, o que les suena vagamente, pero no la sitúan, o que añada el apellido (Safka) a ver si hay suerte. La cantautora norteamericana Melanie (a secas) falleció hace unos días a los 76 años (Nueva York, 1947 – Nashville, 2024), me enteré por Instagram y la prensa tradicional ha ignorado el óbito, supongo que, porque también se había olvidado de ella, como casi todo el mundo. De hecho, la sombra del olvido acechó muy pronto a la señorita Safka (padre de origen ucraniano, madre italiana): a mediados de los años 70, ya se la consideraba una folk singer del montón que había tenido su momento, lo había dejado atrás y no merecía tener una carrera como la de Joni Mitchell, Emmylou Harris o Linda Ronstadt. Creo que es uno de los olvidos más injustos de toda la historia de la música pop. Melanie Safka escribía buenas canciones, tocaba decentemente la guitarra y tenía una voz muy especial, ideal para melismas y cambios súbitos de tono. Nos dejó, además, unos cuantos hits teóricamente memorables, aunque no deben serlo tanto cuando la pobre mujer se muere y a nadie parece importarle.
En el célebre festival de Woodstock de 1969 solo actuaron tres mujeres (o nueve, según otras versiones), y una de ellas fue Melanie, que llegó al escenario prácticamente por azar. Era la una de la mañana y le tocaba actuar al grupo escocés The Incredible String Band, que empezaba a electrificar sus conciertos y no quería electrocutarse, ya que caían chuzos de punta y la única protección para los músicos era una lona de más que dudosa impermeabilidad. Su productor, el gran Joe Boyd, consciente de la oportunidad que se les ofrecía de llegar al público norteamericano, intentó convencer a Mike Heron y Robin Williamson (más sus respectivas parejas, Rose Simpson y Licorice McKechnie) para que actuaran en formato acústico, pero no coló. Melanie rondaba por allí, dijo que ella ya se apañaba con una guitarra acústica y le daba igual mojarse y acabó llenando el hueco de la Incredible String Band: de esa experiencia sacaría uno de sus primeros hits, Lay down (Candles in the rain), que grabaría en 1970 acompañada por los Edwin Hawkins Singers.
Ese mismo año, viajó a Inglaterra para participar en el festival de la isla de Wight, donde fue presentada por alguien que, aparentemente, nada tenía que ver con ella, Keith Moon, el salvaje baterista de los Who. Dos años después, Melanie consiguió vender en todo el mundo tres millones de copias de la canción por la que más se le recuerda (entre los cuatro que la recuerdan), Brand new key, utilizada en un montón de películas (incluida Boogie nights), tema de engañosa apariencia infantil en el que sus recursos vocales brillaban especialmente. Tuvo otros dos grandes éxitos con sendas canciones gloriosas, What have they done to my song, ma y Peace will come (According to plan). A principios de los años 70, sus álbumes se vendían muy decentemente (producidos por su marido, Peter Schekeryk, fallecido en 2010 y con el que tuvo dos hijas, Leilah y Jeordie, y un hijo, Beau Jarred) y parecía que su muy interesante carrera estaba prácticamente encarrilada (recomiendo a los neófitos Garden in the city, de 1972, y Madrugada, de 1974, en el que la canción que le da título es una preciosidad).
La chica que cantaba Brand new key
Pero todo se torció en 1976 con un disco espléndido producido por el gran Ahmet Ertegun, Photograph, que cosechó unas críticas hiperbólicas que no se correspondieron con las ventas: Photograph fue, básicamente, un disco ignorado. Y la pobre Melanie apenas levantó cabeza a partir de entonces, por mucho que siguiera grabando con regularidad (cuando murió, estaba trabajando en un disco de versiones que sería el número 32 de su carrera). Hiciera lo que hiciera, se había quedado convertida para siempre en la chica que cantaba Brand new key y a la que, al parecer, le había pasado por encima la historia del pop.
Jarvis Cocker, líder del grupo Pulp, la rescató momentáneamente en el 2007, invitándola a actuar en el Royal Festival Hall de Londres, pero, a diferencia de Morrissey con los New York Dolls, no consiguió un tardío despegue de su carrera. Juraría que la historia ha sido tremendamente injusta con Melanie Safka al convertirla en una especie de souvenir de la era hippy (cuando ella nunca se consideró como tal), en un producto fechado en el verano del amor que caducó al cabo de cinco o seis años. Si hubiese muerto joven, tal vez se habría producido una reivindicación póstuma, como las de Nick Drake o Sandy Denny, pero parece que las señoras de 76 años carecen del más mínimo glamour. Ignorada durante más de cuarenta años, Melanie Safka lo ha sido también a la hora de despedirse de este mundo, recordada únicamente por cuatro gatos sentimentales como el que esto firma.