Si le comentas (a alguien de tu quinta: con los más jóvenes ni lo intentes, pues te mirarán como si les hablaras de algún oscuro faraón egipcio) que te acabas de comprar el último disco del grupo británico Madness, lo más probable es que coseches respuestas a la gallega, o sea, en forma de pregunta: “¿Pero no se habían muerto?”, ¿Todavía graban?” o, en el peor de los casos, “¿Aún siguen dando la chapa?”. Recomiendo, pues, hablar de Madness únicamente con quienes aún conservan por ellos el aprecio que les cogieron en 1979, cuando escucharon por primera vez el tema instrumental One step beyond y, a partir de ahí, se engancharon a su peculiar sonido, a su no menos peculiar visión del mundo, a su descacharrante sentido del humor y a su aparente falta de pretensiones (felizmente falsa), más allá de pasarlo bien y hacérselo pasar bien a sus seguidores.
Más de cuarenta años después, Madness sigue en activo y acaba de publicar un álbum estupendo, Theatre of the absurd presents: C'est la vie. Sus miembros han envejecido, han engordado, se han quedado calvos o las tres cosas a la vez (el cantante, Suggs McPherson, conserva el pelo, aunque se ha puesto un poco fondón), pero siguen siendo los mismos de siempre, pese a que parezcan haberse olvidado por completo del ska de sus inicios, cuando esa versión acelerada y mucho más estimulante del reggae (por lo menos, para mí) vivió una breve etapa de esplendor gracias a grupos como Bad Manners, The Beat, The Selecter y, sobre todo, The Specials.
Madness nunca fue una banda de ska strictu sensu. No había negros en el grupo, ni jamaicanos, ni mestizos de ningún tipo. Solo eran una pandilla de gamberros blancos, tirando a paliduchos, de Camden Town cuyas influencias iban de los Kinks (la más evidente, no tanto por la música, sino por la ironía y la tendencia a la observación social, por una desacomplejada britishness, que no contribuyó precisamente a su popularidad en los Estados Unidos, y por un amor sin fisuras hacia su ciudad natal, Londres), al vaudeville entendido a la inglesa (nada que ver con lo que aquí llamamos vodevil), pasando por las canciones de tono tabernario y el humor británico de las comedias de la productora Ealing Studios. En el continente se les hizo cierto caso (especialmente en España), y también encontraron su público en algunos países de Sudamérica, pero tengo la impresión de que en los USA nunca les acabaron de ver la gracia (aunque ellos no se lo tomaron a mal: satisfechos con jugar habitualmente en campo propio, acabaron convertidos en uno de esos tesoros nacionales que los ingleses suelen cuidar tanto y tan bien).
Madness tuvo un montón de hits en los años 80: One step beyond, Baggy trousers, Our house, House of fun, It must be love, The wings of a dove…En los 90, medio desaparecieron, ayudados por las idas y venidas del guitarrista C.J. Foreman, quien, de vez en cuando, tenía la impresión de estar perdiendo miserablemente el tiempo con sus compadres. Entre el teclista Mike Barson, el saxofonista Lee “Kix” Thompson (autor de One step beyond) y el cantante Graham “Suggs” McPherson, el grupo se mantuvo vivo, aunque dedicándose básicamente a actuar en casa, revisar el viejo y glorioso material y convertirse en leyendas vivientes (una de las cosas que más sacaba de quicio a Foreman). Yo mismo, pese a lo que los había querido, me fui desinteresando de ellos hasta que, en 2009, me sorprendieron con un disco sensacional, The Liberty of Norton Folgate, que demostraba que, a su manera, Madness aún era capaz de tomarse relativamente en serio.
Fatalismo y conciencia del absurdo existencial
The Liberty of Norton Folgate era un brillante álbum conceptual sobre un barrio de Londres cuya principal fuente de inspiración podía encontrarse en aquellas estupendas operetas de los Kinks que a Ray Davies le dio por escribir en los años 70: Preservation, Soap Opera o Schoolboys in disgrace. Quince años después, a finales del 2023, llegó Theatre of the absurd presents: C'est la vie, una reflexión musical sobre el absurdo de la existencia en la que van de la mano el vaudeville y Samuel Beckett, un disco inspirado por el aislamiento de los confinamientos de la pandemia que muestra a unos Madness más viejos, menos gamberros y algo más preocupados por ese mundo que los rodea y que todo parece indicar que se va rápidamente al carajo. Ni rastro del ska inicial, pero sí eficaces arreglos orquestales, potente presencia de la sección de vientos, un Suggs en plenas facultades vocales y hasta la voz del actor Martin Freeman (inolvidable doctor Watson en Sherlock, gran serie de la BBC) en funciones de maestro de ceremonias e introductor de actos y canciones de la obra (inconexa e irrepresentable, pero da lo mismo).
C'est la vie es un disco que demuestra que Madness no vive de rentas, aunque sus años dorados tuvieron lugar hace cuatro décadas. Puede que algún día les pase como a los Sparks, que, de repente, tras años y años de ir a su bola sin que se les hiciera mucho caso, devinieron relevantes y probaron que no solo en España el que resiste, gana, y le toque a Madness ser reconocido como una formación fundamental del pop global. De momento, hay que conformarse con ser una gloria nacional en Inglaterra (sobre todo, en Londres) y apoyarse en los extranjeros que los queremos desde finales de los 70 y que ya nos hemos acostumbrado a hacernos con sus discos en Amazon porque no llegan a las escasas tiendas que quedan. Como no hay dos sin tres, espero que después de The Liberty of Norton Folgate y Theatre of the absurd presents: C´est la vie venga una tercera entrega de esta irónica serie de operetas pop. El paso del tiempo ha reducido las ganas de hacer el ganso que tuvieron los Madness de jóvenes, pero su mensaje (una mezcla de jolgorio, lirismo, nostalgia, fatalismo y conciencia del absurdo existencial, todo junto y bien revuelto) ha ganado en enjundia sin caer en un exceso de trascendencia y sin que ninguno de sus miembros muestre la más mínima tendencia a chochear.
C'est la vie es una obra hermosa y divertida y más seria y ambiciosa de lo que parece. O sea, lo que Madness ha sido a lo largo de toda su peculiar carrera. Y sí, todavía graban. Y no, no están muertos.