A finales del siglo XX, tal vez porque ya me sabía a Sinatra de memoria, me obsesioné con su amigo Dean Martin, el eterno segundón del gran Frank, el hombre que debía soportar los chistes de su jefe y compadre en los escenarios de Las Vegas (¿mi favorito?: “Dean ya no bebe. Ahora mete el whisky en el congelador y se lo come”). Cuando me dejaron rodar mi primera película, Haz conmigo lo que quieras (2004), trasladé mi fijación al personaje que interpretaba Emilio Gutiérrez Caba, aunque para ahorrar tuviésemos que recurrir a covers del artista que, más o menos, daban el pago. Yo ya sabía que Frank era el rey del cool, el que mejor cantaba, el que más triunfaba, el que más señoras de buen ver se llevaba a la cama, pero… Había algo en Dean que me resultaba irresistible y que supongo que era una mezcla de su voz, su posición de underdog, su papel en Río Bravo y haber interpretado (hasta la saciedad) una de mis canciones favoritas de todos los tiempos, Memories are made of this, un aparente homenaje a la vida y al amor que, en el fondo, es de un fatalismo demoledor.
Dean Martin se llamaba realmente Dino Crocetti y había nacido en Steubenville, Ohio, en 1917. Su madre era ama de casa. Su padre, Gaetano, ejercía de barbero. Acostumbrado a hablar italiano en casa, a Dino se le reían en el colegio por lo mal que hablaba el inglés. Antes de dedicarse a cantar y a actuar, pasó por una serie de oficios a cuál más cutre, destacando levemente en el de boxeador bajo el alias de Kid Crocetti. Cuando empezó a cantar en clubs, lo hizo con el de Dino Martini. A mediados de los 40 conoció al cómico Jerry Lewis y compuso con él una pareja de mucho éxito en el circuito de locales nocturnos, del que ambos pasaron al cine entre 1949 y 1956, unos años en los que llegaron a rodar dieciocho películas que funcionaron la mar de bien en todo el mundo. Se separaron porque ya no se aguantaban, pero los aficionados a las teorías conspiratorias lo pasamos muy bien con la novela de Rupert Holmes Where the truth lies (2003), inspirada en la pareja y posteriormente llevada al cine con no mucho acierto y aún menos presupuesto por Atom Egoyan.
En el Rat Pack de Sinatra, Dino ejerció siempre de segundo de a bordo, relegando a Sammy Davis a un papel marginal y a Peter Lawford al de mueble no especialmente feo, pero tampoco muy útil. Nunca tuvo la voz de Frank, pero consiguió que la suya resultara ideal para su repertorio, que frecuentemente exhibía un tono italianizante (pensemos en sus hits That´s amore o Mambo italiano). A diferencia de su jefe, Dean no parecía tomarse casi nada en serio, y menos que nada, a sí mismo. Cultivaba su fama de borrachuzo y fumador impenitente (acabaría sucumbiendo a un cáncer de pulmón en 1995) y cantaba y actuaba como si no le supusiera el más mínimo esfuerzo, por mucho que brillara en ambos cometidos. Daba la impresión de que Sinatra había tenido que esforzarse para ser Sinatra, mientras que Martin lo único que tenía que hacer era, como el personaje de una canción de los Beatles interpretada por Ringo Starr, comportarse con naturalidad. ¿Hay algo más cool que eso?
Probablemente, se tomó su carrera con absoluta seriedad, pero siempre se esforzó en ocultarlo. En el cine, le daba lo mismo participar en buenas películas que aceptar la primera tontería que le proponían, consiguiendo a veces trascender la tontería en cuestión, como demostró interpretando al agente secreto Matt Helm en una serie de largometrajes de los 60 surgidos a rebufo del éxito de los de James Bond: entre trago y trago y polvo y polvo, Matt conseguía salvar a la humanidad de alguna amenaza gravísima, ¡y sin dejar de cantar en algún momento, siempre sin venir a cuento, That´ s amore!
Tras tres matrimonios fallidos, a Dean Martin se le empezó a ir la vida al carajo en 1987, cuando su hijo Dino (dedicado brevemente al pop con el trío Dino, Desi & Billy), falleció en un accidente aeronáutico. Cayó en una depresión demoledora de la que no se recuperó jamás. De repente, la existencia ya no era esa fiesta interminable y en general divertida que duraba desde los tiempos en que compartía escenarios y platós con Jerry Lewis, sino una pesadilla insoportable. Sus últimas imágenes, hecho polvo, alcoholizado a más no poder, cenando pasta con whisky en el restaurante Da Vinci de Beverly Hills, recuerdan poderosamente a las del Pescaílla sacando la basura en El Lerele tras la muerte de su hijo, Antonio, y su mujer, Lola Flores. Tal vez por eso los uní a los dos en mi película: disculpen el autobombo, pero si alguien tiene curiosidad por verla, está colgada en Amazon Prime. Aún no he perdido la ilusión de rodar otra, pero estoy a punto y trato de tomármelo como Dino, aparentemente, se tomaba las cosas.