Letra Clásica
Pepín Bello, Joaquín Reyes y Jerry Lewis en el CA2M
Como nos gusta reír, la exposición 'Humor absurdo' está condenada al éxito. Y acaso no solo en Madrid
2 febrero, 2020 00:00El jueves por la noche llevé a unos amigos extranjeros al Centro de Arte 2 de Mayo (CA2M) de Móstoles para la inauguración de la exposición Humor Absurdo, subtitulada Una constelación del disparate en España y comisariada por Mary Cuesta. Me preguntaron mis amigos si existe un humor específicamente español; no supe qué decir, así que les puse algunos ejemplos, como la burla cruel del Lazarillo o de los poemas satíricos de Quevedo; les conté el chiste del tartamudo que solo sabe pedir en el bar “un vasito de vino tinto” y quiere superarse aprendiendo ante el espejo a pedir también “un café”; e imité a Dalí respondiendo a un periodista yanqui que quería saber si era un “eccentric”, a lo que el pintor respondió con su habitual voz engolada: “Dali is eccentric ANDDDD con-céeen-tric”.
Les describí aquel cortometraje de Gómez de la Serna que de vez en cuando puede verse en el Reina Sofía, donde lleva en la mano derecha un gigantesco guante de goma, con el índice extendido, y habla, perora disparatando, sobre la importancia de la mano, la mandona del hombre poderoso.
Estaba por encima de mis posibilidades explicarles, en inglés, la gracia del sketch de Martes y Trece sobre la empanadilla de Móstoles, no digamos ya la gracia de Joaquín Reyes y los demás miembros de Muchachada Nui, que durante estos años tanta alegría nos vienen deparando con su fértil ingenio.
Ni tampoco es traducible el talento surreal de Pepín Bello, el longevo y estéril amigo de Lorca, Buñuel y Dalí, que le admiraban y adoraban y que trataban siempre de asociarle a sus aventuras artísticas para que explotase de una vez su creatividad. En vano, porque aparte de su conversación, que se ve que era divertidísima y estimulante, la única obra de Pepín fue el anaglifo: una breve composición de cuatro versos, de los cuales los dos primeros tenían que repetirse y ser sustantivos, el tercero tenía que decir siempre “la gallina”, y el cuarto, algo que nada tuviese que ver con los tres precedentes. Por ejemplo, “El té / el té / la gallina / y el Teotocópulis”. Los compañeros de la Residencia de Estudiantes se aplicaron a emularle, y Lorca, por ejemplo, dejó este anaglifo: “Guillermo de la Torre, / Guillermo de la Torre, / la gallina / y por ahí debe de andar algún enjambre.” Con la práctica se fueron relajando las severas reglas de composición del anaglifo, y así el de Pepín que más me gusta –aunque de Pepín Bello me gusta todo, incluido el libro de conversaciones que sostuvo con David Castillo y Marc Sardá— dice: “El ateneísta / el atenistae / el ateneistaie /el ateineistaie / es una mezcla de marista y erisio que me ha subyugado.” Ni idea de qué será “erisio”, ¡Pero cuánto me gusta! Tanto como “subyugado”.
En éstas que el taxi llegó al CA2M, y todo esto de lo que les había venido hablando durante el largo viaje desde Madrid hacia la noche de Móstoles estaba expuesto, como una proyección de mi discurso, en las paredes del centro de arte, además de muchas cosas más, entre ellas los dibujos de Goya y de Cesc, los sketches de Faemino y Cansado, las revistas La Codorniz y Hermano Lobo, los collages de Cifré y de Amparo Segarra, y otros mil exponentes de derrapajes lingüísticos y de humor sin sentido de tiempos de la República, de la Dictadura y la Monarquía, en un aluvión caótico y sugestivo de disparates. Diría que lo más valioso de la exposición es que ponga de relieve un patrimonio copioso que se prolonga durante generaciones e incluso siglos, al que no suele prestarse atención, en el que se manifiesta con un chasquido modesto la chispa de la inteligencia y que está salpicado de logros, de magia.
Como nos gusta reír, la exposición Humor absurdo está condenada al éxito. Y acaso no solo en Madrid, en Móstoles, sino también en otras ciudades españolas adonde podría llevarse fácilmente, pues no es muy cara y sí fácilmente transportable.
En el CA2M, como si fuese la pieza más importante de las expuestas, me encontré al mismísimo Joaquín Reyes vivito y coleando y elegantemente vestido como siempre. Estaba acodado en un murete y parecía la estatua de sí mismo. A punto estuve de abordarle para manifestarle cuánto los admiro, a él y a sus amigos; aunque no conozco a Reyes sé que a todo el mundo le gustan los halagos. Hay que estar muy alerta para prestar resistencia a la adulación, sobre todo si ésta es sincera. Pero me abstuve, pensando que en realidad ya conozco a mucha gente y esa noche ya había hablado mucho. Y además me pareció que podía ser inoportuno: me acordé de Jerry Lewis recibiendo los saludos y elogios de perfectos desconocidos mientras transita a buen paso por la calle de El rey de la comedia, y respondiendo con un vago ademán, con circunspecta educación, deseoso solo de llegar pronto a casa.