Aunque no es precisamente un tema de vida o muerte, reconozco que me intriga el regreso de Abba. Tras 39 años de relativa inactividad --no han dejado de ganar dinero con su repertorio clásico--, los suecos han decidido volver a grabar y actuar. Más o menos, ya que pretenden, o eso insinúan, enviar de gira a unos bonitos hologramas que reproduzcan el aspecto que tenían en sus años de esplendor. Puestos a buscar motivos para este retorno, uno acaba recurriendo a lo que solía decirle Holmes a Watson cuando tocaba resolver un peliagudo enigma: si eliminas todo lo imposible, lo que queda, por inverosímil que parezca, es lo que es. Así pues, veamos:
Abba no vuelven por dinero porque están más que forrados y siguen vendiendo discos, más probablemente que la mayoría de grupos y solistas actuales. Tampoco vuelven porque tengan nada nuevo que decir: las dos canciones que han filtrado de ese álbum que saldrá en noviembre podrían haber sido compuestas en 1976. Nos queda, pues, una posible maniobra para esquivar el aburrimiento, amenaza que se cierne sobre todos los clásicos de su gremio y que explica, sin ir más lejos, las interminables giras de Dylan o los Stones. O la posibilidad de un último y definitivo pelotazo financiado por quienes no los disfrutaron en su época de esplendor (de ahí lo de los hologramas juveniles: pueden haber pensado que nadie tiene ganas de ver a dos hombres y dos mujeres de setenta y tantos años dando saltitos en el escenario, aunque tal cosa no suceda en el caso de Mick Jagger). Pero la teoría Holmes no me acaba de funcionar: eliminar lo imposible no conduce necesariamente a que quede algo claro, por inverosímil que resulte. Lo único que está claro es que Abba no tiene ganas de salir de gira, pero sí de despachar nuevas canciones que suenan igual que las viejas.
Puede que lo más intrigante sea el tono retro futurista de la propuesta, al que contribuye esa foto en la que se ve a los miembros del grupo embutidos en esos ridículos trajes trufados de gadgets y botones que se usan en las películas de efectos especiales para la captura de movimiento. De hecho, lo de enviar a trabajar a tus dobles no es cosa de ahora mismo. Ya en los años 80, el grupo alemán Kraftwerk tuvo la idea de fabricar cuatro robots que se fueran de gira mientras ellos se quedaban tranquilamente en Dusseldorf. Lamentablemente, no hubo manera de que esos robots, que llegaron a fabricarse, aunque a medias, fuesen capaces de aporrear como Dios manda los sintetizadores, así que todo quedó en una ingeniosa broma conceptual que dio para algunos artículos en la prensa y poca cosa más. En el caso de los hologramas, esa técnica lleva años aplicándose, aunque con escaso éxito: los conciertos de fiambres tan gloriosos como Roy Orbison o Maria Callas no han pasado de meras atracciones de feria. Puede ser, eso sí, que la tecnología haya avanzado tanto que los conciertos de los avatares de Abba constituyan una experiencia fabulosa, pero eso está por ver: si se consigue que el público se sienta como en una actuación de Abba en 1976, me callaré la boca y aplaudiré la iniciativa.
De todos modos, me seguirá faltando la respuesta para la pregunta que me mantiene desvelado (es un decir): ¿por qué volver a la carga 39 años después cuando no hay nada, ni financiera ni creativamente, que obligue a Abba a cantar e interpretar de nuevo? Si fuera Holmes, diría que lo único que me queda, tras descartar lo imposible, es que estemos ante un paso de gigante en la fabricación de una realidad alternativa que resulte creíble. Igual, mientras no mirábamos, la simulación ha llegado a una perfección tal que la hace indistinguible de la realidad. Puede que después de la resurrección de Abba en su juventud, lleguen las de Humphrey Bogart, Ava Gardner y James Dean, que se lanzarán a protagonizar películas y series de televisión, aunque lleven décadas muertos. Si la retirada de Kabul parece a veces un remake de la fuga de Saigón cuando la guerra de Vietnam, rodado tras comprobar que había un público nuevo para una vieja experiencia, las resurrecciones digitales de cantantes y actores podrían representar un asalto definitivo a esa realidad a la que cada día le cuesta más demostrar su existencia. Que un grupo tan conservador y tan poco vanguardista como Abba sea la punta de lanza de una nueva realidad alternativa suena un poco raro, pero cosas más raras se han visto y no podemos dejar el futurismo en manos de Mick Jagger y Keith Richards: esos dos todavía se lo pasan pipa interpretando Satisfaction cada noche en una ciudad distinta del planeta.