“Alto calado lírico, emocionante, exigente, transparente, que sitúa la inconfundible voz de la autora como una de las grandes poetas”. Con estas palabras describía el jurado del Premio Nacional de Poesía Un número finito de veranos (Milenio), el poemario con que Aurora Luque se hacía merecedora de dicho galardón. La escritora almeriense se unía así al grupo, todavía relativamente pequeño, de mujeres que han sido reconocidas con este premio desde que en 2003 se le entregara a Julia Uceda, la primera en recibirlo.
Doctora en Filología Clásica, Luque es una destacada traductora del griego y del latín. Gracias a ella leemos en actualizadas traducciones los versos de Safo, Catulo o Meleagro. También ha traducido a Renée Vivien y a Louisé Labé, autoras reivindicadas por Luque que, desde sus versos, sus conferencias y sus antologías, defiende la necesidad de recuperar a autoras clásicas. El mundo y los mitos antiguos pueblan sus versos. Admiradora de otras poetas como Ann Carson, relee, reinterpreta y reescribe desde una absoluta libertad, empezando por la formal. Entre sus poemarios destacan Personal y político, Gavieras, Los limones absortos o La siesta de Epicuro.
–En uno de sus poemas define la poesía como un orinque. ¿Es un lugar al que hay que aferrarse para no hundirse?
–En algunos momentos, sí. En situaciones de crisis, cuando fallan nuestros asideros y parece que no encontramos puerto, la poesía se convierte en una especie de refugio al que aferrarse. Es el ancla que lanzas para buscar seguridad en lo hondo. La imagen del orinque responde a ese vínculo con algo profundo, desconocido como puede ser el fondo del mar. Al mismo tiempo alude a la poesía como instrumento que te lleva a eso que está oculto, pero que nunca te falla porque te mantiene aferrado e impide que otras circunstancias te zarandeen.
–Esta noción de profundidad sirve para comprender su poesía, compleja en su contenido, pero no necesariamente en la forma.
–Como poeta ni me preocupo ni busco conscientemente que mi poesía sea más o menos compleja. Me gusta la complejidad en cuanto que, como lectora, pienso que la poesía demasiado sencilla puede consolarte, acompañarte y la puedes fácilmente compartir, pero se desgasta con rapidez. Me gusta pensar la poesía como un reto a la hora de contemplar el mundo. Observarlo de forma no rutinaria, captarlo bajo perspectivas raras. Me preocupa mucho esto a la hora de escribir, no tanto si el poema resulta complejo o no. De lo que se trata es de abordar las oscuridades y ambigüedades del mundo y reflejar mi perplejidad hacia el lenguaje, hacia sus paradojas y su insuficiencia.
La poesía nace también de esta consciencia, de saber que no siempre puedes expresarlo todo, que no puedes ir más allá de un lenguaje que ha terminado siendo lo que nos dicen que tiene que ser y que pierde así su potencial. Piensa en la gramática, en la sintaxis e, incluso, en la semántica: cuando el lenguaje se vuelve muy normativo deja a la poesía en la puerta de atrás, fuera, con hambre. Como poeta tengo la necesidad de intentar abrir esa puerta, porque la poesía requiere preguntarle algo más a las palabras, hacer que el lenguaje diga lo que aparentemente no puede decir.
–Me resulta interesante que al hablar de su idea de la poesía no haya mencionado la tradición clásica, a la que siempre se hace referencia en sus poemas.
–Cuando me ponen la etiqueta de autora que dialoga con el mundo clásico pienso que es cierto. Las referencias al mundo clásico están ahí, son visibles, pero no agotan mi poesía. De hecho, si la poesía no naciera de esas inquietudes de las que te acabo de hablar y se limitara a referencias, no tendría sentido. No me dedicaría a esto. Escribiría ensayos más o menos académicos sobre el mundo clásico. Dicho esto, es evidente que los mitos están presentes en mi poesía, y lo están porque me resultan no solo familiares, sino elásticos: son relatos abiertos, profundos y oscuros sobre la mente y el comportamiento humano, sobre nosotros, con los que podemos dialogar. Son susceptibles de ser releídos y reescritos. Para mí, es muy atractiva la posibilidad de reflexionar sobre lo que pensaría Eurídice cuando está en el mundo de los muertos y plantearme que, quizás, le interesaba más explorar ese universo oscuro que volver a la vida detrás de un amante. Ser como otros héroes –Odiseo, Dante, Eneas– que hacen conocimiento de esa experiencia.
–Su aproximación al mundo clásico está hecha desde una perspectiva, formal y temática absolutamente contemporánea. Casi podríamos decir que es rupturista.
–Me alegra escuchar esto. Todas las etiquetas son reduccionistas. Cada libro nuevo surge de inquietudes nuevas. Personal y político tiene mucho que ver con la crisis económica que vivimos en 2010 y sus problemas. Por esto, me inquietan a veces ciertas aproximaciones que lo reducen todo a uno o dos aspectos y no permiten ir más allá.
–¿Por querer ir más allá ha escrito un libro de haikus?
–Sí. Cuando lo escribí en 2005 sentía la necesidad de hacer algo nuevo, intentar algo diferente. Me interesaba enfrentarme a una poesía más despojada, más contenida y, por qué no decirlo, mucho más difícil. Estos haikus nacen de mi cansancio ante las formas poéticas utilizadas hasta entonces. Me cansé de mí misma.
–¿Entiende la escritura como una experimentación continua?
–Experimentación sí, pero dentro de mis obsesiones. Creo que todas las personas tenemos un número limitado de maneras de asombrarnos, y preguntas sin responder que nos hostigan. Hay intereses constantes, y también hay modos y derivas de la poesía que nunca van a despertar mi atención. Pero no es algo que decida a priori. Las preguntas y los temas se van devanando a medida que se escribe.
–Usted se toma mucho tiempo para escribir
–Es necesario dejar pasar varios años entre un libro y otro. No es bueno darse prisa. Veo a cierta gente que llega a agobiarse si no logra publicar un libro cada dos años.
–El ritmo que la industria editorial no es el ritmo que la escritura requiere.
–La poesía no tiene nada que ver con la industria. Los ritmos rápidos son para la novela, no para la poesía. Ningún editor te va a presionar porque ansíe publicar un poemario, a menos que seas Benedetti o uno de esos poetas jóvenes que venden muchísimo, y muy gordo. En términos generales el poeta no tiene la presión de publicar con rapidez. Dicho esto, creo que la lentitud es buena para todo. Los textos deben respirar. Escribir no es fácil. A mí me cuesta mucho dar por bueno un poema. Son meses de trabajo, de dudas, de borradores descartados. Al final el libro es solo la quinta parte de lo que había escrito, porque no quiero repetirme, ni cansar, ni cansarme...
–Parte de esa rapidez a la que hace referencia ha dado lugar, a través de las redes, a una poesía muy comercial pero literariamente bastante cuestionable.
–Alguna vez en las redes encuentras algún poema veloz y sin embargo aceptable. Pero la rapidez no es una buena anfitriona: impide que las palabras del poema se conozcan y se traten entre ellas.
–El Mediterráneo está muy presente en su obra. ¿La poesía es una confluencia de tradiciones?
–Sí, aunque actualmente todo lo que se llegó a considerar exótico ha saltado por los aires. Ya nada lo es. Ahora todo es apropiable. Eso sí, esta apropiación debe hacerse con respeto y así me enfrenté al haiku, una forma poética atractiva por la mirada radical que proyecta sobre la naturaleza, atentísima al entorno. Más allá del elemento nipón, lo que me interesa es su lenguaje, su proceder. Usé su forma para mirar el entorno y reflexionar sobre la confusión en la que vivimos con respecto a la naturaleza. Si quisiéramos, podríamos pasarnos todo el año en una estancia climatizada sin ser conscientes del ciclo anual de la vida. Yo crecí en Sierra Nevada, en la Alpujarra, en un pueblo pequeño, despojada de todas las servidumbres propias de las grandes ciudades. Mi interés por el haiku quizá brota de esta infancia y de una relación con la naturaleza que se ha perdido.
–¿Y esos “limones absortos”, como dice uno de sus poemarios?
–Es el Mediterráneo. Son esos limones del limonero del poeta Eugenio Montale que, en medio de un patio, en pleno invierno, brillan como una señal de una naturaleza viva y cambiante. Más allá de los viajes realizados, siempre he vivido cerca del mar. Para mí es un elemento más, un personaje de mi vida. El mar dulcifica la naturaleza que lo rodea. Dicen que el Mediterráneo acaba donde acaban los olivos, y el olivo es paciente y sabiamente generoso. La presencia de lo mediterráneo en mi poesía se debe, además a las vivencias de la infancia, a posteriores, a poetas de la Grecia clásica. Como poeta andaluza me hubiera podido enamorar de la tradición clásica-barroca renacentista andaluza que barroquiza –valga la redundancia– el lenguaje y tiene la mirada puesta en el juego y la sensualidad verbal, que me seduce pero no me interesa como creadora.
–El Mediterráneo es el espacio donde los mitos viajan desde Grecia hasta nosotros.
–Cierto. Los mitos fueron y siguen siendo una especie de caja de herramientas que están todavía disponibles. Podemos releerlos y reinterpretarlos. Cuando les damos la vuelta, los mitos nos siguen diciendo cosas, nos envían mensajes sorprendentes. Se trata de aproximarse a ellos desde otras perspectivas, poniendo el oído en los silencios de los personajes o en una deriva menos conocida de los conflictos. Es lógico que los mitos hayan sido una especie de Biblia para los artistas, desde los pintores hasta los cineastas. Su belleza, su enorme riqueza, su erotismo y su fuerza dramática, resultan inagotablemente seductores. Los mitos son carnales, sensuales, muy imaginativos.
–No es casual que Blanchot se apoyara en el mito de Eurídice para definir la literatura.
–Pensemos también en Marguerite Yourcenar y en cómo extrajo del diálogo con los clásicos sus mejores páginas para Memorias de Adriano, donde nos encontramos a un gobernante construido desde una mirada moderna sobre lo político. Pensemos en Anne Carson, que rompe los géneros a partir de las fuentes: relee, revisa y reescribe el mundo clásico con descaro y libertad. Me fascina esa libertad para experimentar a través del collage o convirtiendo un libreto de ópera en poema, por ejemplo, a partir de una lectura de los clásicos que subvierte ferozmente cualquier rigidez académica.
–Hablando de modernidad: hablemos sobre Safo, a quien usted ha traducido.
–Estamos en un momento muy adecuado para entender qué quería con su modernísima exploración del deseo, ero hemos tenido que esperar hasta ahora. En el siglo XIX, y hasta bien entrado el XX, con la moral puritana, la negación absoluta del deseo femenino y la homosexualidad, tachada de aberración, con el desprecio hacia la figura de la mujer autora o pensadora… ¿cómo iban a leer y a estimar a la Safo creadora? Los grandes filólogos estaban atrapados en la rígida ética de su tiempo. No tenían la mirada preparada para aceptar la estética de lo fragmentado. U la lírica griega nos ha llegado en papiros rotos e incompletos. La literatura fragmentaria se consideraba como un despojo y, sin embargo, hoy es posible entender a Safo en toda su dimensión a partir de estos deteriorados fragmentos.
–Otra autora a la que ha traducido y que se define por su radicalidad es Renée Vivien.
–Es la representación de esa rebeldía bohemia que caracterizó a muchas mujeres de inicios del siglo XX. Escribió con una libertad que todavía hoy nos sorprende. Hoy está rehabilitada y, por el contrario, poetas que en su momento fueron considerados grandes nombres han pasado a un cierto olvido, nos resultan algo rancios. Pienso en la poesía erótica de un Pierre Louÿs, tan forzada. Vivien, por el contrario, escribió lo que le urgía decir, invocando a Safo como antepasada y maestra por su franqueza.
–En su poema ‘Mujeres de América’ reivindica a una estirpe de mujeres que, precisamente, se definieron por practicar una radicalidad estética y política
–La escritura se convirtió en terreno y herramienta de su lucha. Vivien, que era aplaudida cuando firmaba sus obras con pseudónimo masculino, terminó escribiendo para ella y para unos pocos cuando la tacharon de enferma al decidir firmar como mujer poesía erótica. Ahí está su radicalidad en todos los sentidos: estético y político. Podríamos decir lo mismo de Woolf, aunque ella sí logra publicar. Son muchas las autoras cuya aportación es política porque desafiaron el lenguaje, nombraban lo que no se nombraba, hacían de la escritura una interrogación y un ejercicio crítico. Todo esto fue esencial y caló también en la lucha política. Muchas escritoras combinaron la palabra con la acción abierta, pero escribir ya es de por sí una forma de actuación.
–Usted reivindica el legado de estas autoras olvidadas.
–No me gusta hablar de autoras olvidadas porque el olvido es involuntario y estas mujeres han sido despreciadas concienzudamente por parte de varones que tendrían que haber considerado sus méritos. No se las respetó. Hablar de olvido es ser demasiado suaves. A ellas se les impidió formar parte del canon y de la tradición literaria. Por esto es importante recuperar a Safo, pero no limitarse únicamente a ella. Durante veinte siglos desde la filología y desde la literatura se ha considerado a Safo la única escritora y autoridad poética femenina. Platón y Horacio la consideraban sublime, incuestionable, pero excepcional. ¿Y las demás? ¿Dónde están esas autoras que siguieron la estela de Safo?
Cada siglo iba aniquilando sus obras. No tenía sentido que fueran estudiadas, como hizo Iris M. Zavala en sus ensayos académicos, antes de que se las pudiera leer en ediciones accesibles porque sus obras dejaron de estar en circulación al poco de morir. Por esto, es imprescindible editar, divulgar, publicar sus obras, llevarlas a las librerías y a las escuelas. Desde María de Zayas y Carolina Coronado a Mercedes Pinto, Carmen Conde, Elena Fortún o Luisa Carnés. Yo me ocupé de Mercedes Matamoros, poeta cubana con una obra titulada El último amor de Safo, y de la dramaturga ilustrada María Rosa de Gálvez, que tiene una importantísima carrera teatral con tragedias y comedias de alta calidad. ¿Por qué estas mujeres no se estudian como es debido y tampoco se conocen dentro del ámbito escolar? El número de autoras españolas postergadas en la primera mitad del siglo XX es aún mayor y descomunal el talento desatendido.
–¿Se refiere a las llamadas Sinsombrero?
–Principalmente. La Generación del 27 está en proceso de revisión porque de todos los poetas solo permanecen incuestionados cuatro o cinco nombres geniales. Y, sin embargo, no es fácil cambiar el canon para hacer entrar a autoras como Carmen Conde, que es maravillosa. Es imprescindible citarlas, leerlas, aplaudirlas y volverlas a publicar.
–La editorial Renacimiento lo está haciendo con María de Lejárraga.
–Laura Hojman ha rodado un documental fantástico en torno a una autora que tiene un discurso actual y que sigue vigente. La obra de Lejárraga tiene un calado y un atractivo que no poseen otros autores considerados intocables. ¿Quién lee fervorosamente a Dámaso Alonso? ¿O al Gerardo Diego taurino y tradicionalista? Resisten y brillan Lorca, Cernuda y casi todo Alberti, pero ¿hemos de seguir hablando de Concha Méndez y sus espléndidas memorias como la esposa de Manuel Altolaguirre?
–Usted ha ganado el Premio Nacional de Poesía 2022. ¿Cree que persiste la inercia? ¿Se sigue valorando a los autores por encima de las autoras?
–Por supuesto que persiste esta inercia. No olvides que la primera mujer en ganar el Premio Nacional de Poesía fue Julia Uceda en 2003. Un premio que fue creado en 1924. Ese año lo logró Rafael Alberti. Después de Uceda vinieron más mujeres y, si repasas el palmarés. verás que desde 2003 hay un empate entre ganadores y ganadoras, pero es un empate falso porque no compensa tantos años de ausencia. Y te diré más: conozco a gente, personas que se autodefinen como progresistas, que sostienen que muchas veces se premia a mujeres por ser mujeres, porque ahora conviene, porque es la moda, porque es una medida política. ¿Cómo se puede decir esto? En el fondo, muchos esperan que sea una moda y que pase pronto para que todo vuelva a ser justo como antes.