J.V. Foix y el exilio (catalán) de la cultura hispánica
Edicions 62 recupera la correspondencia entre el poeta y Joan Gili, fundador de Dolphin Books, uno de los sellos más influyentes de la cultura hispánica en el exilio
4 mayo, 2021 00:00“Es fa tard. Pugen, dels jardins, olors tèbies i comença a sentir-se el xiuxiueig dels cors encisats a quatre cantons del carrer. “London Colonial” emet en orgue, una solemne pel so i majestuosa per l’esperit tocata de Bach, el diví”. Así terminaba una de las primeras cartas que el poeta J.V. Foix le escribió a su cuñado y amigo Joan Gili. En 1935, Gili se había establecido en Londres, donde había fundado la Dolphin Bookshop, librería y luego editorial dedicada a difundir la cultura hispánica, uno de los sellos más representativos e influyentes del exilio, tanto en su primera etapa londinense como luego desde su definitiva sede en Oxford, donde se ubicó durante la Segunda Guerra. Gracias a la interesante correspondencia que se ha publicado entre Foix y Gili, Entre llibres i llibres. Correspondència 1935-1983 (Edicions 62), en edición impecable de Margarida Trias, podemos recordar la obra del poeta y la labor cívica del editor.
Josep Pla decía que la guerra civil había terminado con el sentido del humor y el espíritu de concordia del país. Repasando la actividad que Joan Gili llevó a cabo en Inglaterra, en una época además muy difícil, no podemos sino echar de menos la idea de cultura hispánica que la Dolphin fomentó. En Londres, Gili entró en contacto con el exilio republicano, en especial con el círculo de Rafael Martínez Nadal, el amigo de Lorca; con Gregorio Prieto, Luis Cernuda, Tomás Harris, Arturo Barea o Josep Trueta. Cuando en 1936, Unamuno viajó a Inglaterra para ser investido doctor honoris causa por la Universidad de Oxford, Gili quiso conocerle y le propuso editar una selección de sus ensayos en un volumen que terminaría publicándose en 1938, con un prólogo del hispanista J. B. Trend. En 1939, la Dolphin tendría su primer gran éxito editorial con una antología de Lorca, propuesta por Martínez Nadal.
Al mismo tiempo, Gili se preocupaba por la difusión de la lengua y la literatura catalanas. En 1943 publicó una Introductory Catalan Grammar, que en seguida se convirtió en una obra de referencia en el mundo anglosajón. Y en 1953 salió la Anthology of Catalan Lyric Poetry, que incluía seis poemas de Foix y que fue durante mucho tiempo la antología de poesía catalana más ambiciosa que se había hecho en el extranjero. Antes también se había publicado una antología de Juan Ramón Jiménez o la primera edición de Ocnos, el libro de poemas en prosa de Luis Cernuda. La Dolphin Books es una metáfora de lo que fue la cultura española antes de la guerra civil.
“Vull ésser sant i heroi, duc i senyor / del meu país i la més vasta Espanya”, escribió Foix en uno de los sonetos de Sol i de dol (1947), unos versos que hoy resultarían impensables. En su lúcida vejez, Foix, a la pregunta de si se consideraba independentista, solía contentar con un categórico: “¡yo soy universalista!”. Y en 1985, en conversación con Narcís Comadira, el poeta criticó muy severamente la deriva folklórica que, bajo el gobierno de Pujol, había emprendido la cultura catalana: “Aquí todo enseguida es nacional, el himno nacional, la diada nacional…Y este idealismo nos mata. Todos los idealismos pecan de no saberse adaptar a la realidad”. Foix eligió vivir sobre todo en el catalán, su lengua, que elevó a una de las cotas líricas más altas de la esfera europea, comparable, en intensidad y alcance, a lo que hicieron en sus respectivas tradiciones Ezra Pound o Basil Bunting, Eugenio Montale o Mario Luzi. No hay, en toda la generación del 27, un poeta de su magnitud.
A Foix le acompaña la leyenda de poeta oscuro e incomprensible, divulgada, entre otros, por Josep Pla, que solía decir de su amigo que era “un gran poeta catalán que escribe en checoslovaco”, una frase que no hace sino demostrar las limitaciones de Pla, al menos como lector de poesía. Gabriel Ferrater, que fue su mejor crítico, ya llamó la atención sobre el malentendido en sus brillantes lecciones sobre la poesía de su maestro. La obra de Foix no tiene nada que ver con el vago surrealismo que la mayoría de poetas de aquella generación cultivó, una especie de escritura automática aderezada con impresiones vanguardistas, sino con un sentido extremo y oníricamente detallado de la realidad. Como el propio Ferrater dijo en unos versos de su “Poema inacabat”: “el superrealisme, usat / amb talent, és més realista / que el realisme academista”.
Todos los poemas de Foix tienen un trasfondo histórico o circunstancial muy concreto que se oscurece por un exceso de claridad y precisión. Su sentido de la prosodia es además infalible, como reconoció Carles Riba en uno de sus escasos elogios. No hubo reto métrico que se le resistiera, desde la estrofa más cerrada al verso suelto o el poema en prosa, un género que dominó como nadie. Por otra parte, su uso de la lengua no es gratuitamente arcaico, sino el resultado de un trabajo muy hondo del oído, que supo aunar el estilo de Llull o Ausias March con el habla de su tiempo. A veces uno tiene la sensación de que Foix bucea en la lengua viva para sacar a la superficie lo que el habla contiene, en un movimiento inverso al que suelen recorrer los poetas clasicistas, que apartan y congelan el lenguaje, como muchas veces hace Riba, sin ir más lejos.
La correspondencia con Gili nos permite reconstruir lo que fue la lenta gestación de su obra, primero durante la guerra y luego bajo la dictadura. Su caso es bastante particular. Descendiente de pastores de un pueblo de Lérida, sus padres se establecieron en el siglo XIX en Sarrià, donde fundaron una pastelería que todavía existe y en la que Foix nació y trabajó toda su vida, “como un empleado más”, en sus propias palabras. Antes de la guerra civil, Foix se dedicó sobre todo al periodismo, en el diario La Publicitat y en otras revistas de la época. En aquellos años sólo publicó dos libros de prosa poética vanguardista, aunque ya había escrito muchos de los poemas que iría publicando poco a poco en su madurez.
Como advirtió Ferrater, Foix supo dilatar con astucia el lento estallido de su fama. No deja de sorprender siempre el moroso y casi clandestino trabajo de los mejores poetas, encerrados en su mundo y en su rutina, indiferentes, hasta cierto punto, a la actualidad literaria. Como Wallace Stevens, que fue hasta el final un ejecutivo impecable de una compañía de seguros y que apenas se movió durante toda su vida de la anodina ciudad de Hartford, Foix se pasó la larga posguerra incubando el grueso de su poesía, trabajando los inviernos en la pastelería familiar y descansando en verano en su casa de Port de la Selva. Su biografía es muy sucinta. En la correspondencia con Gili hay un párrafo censurado, a petición del editor, que se refiere a la separación del poeta de Victoria, hermana de Gili, con la que Foix estuvo casado desde 1931 hasta 1948, cuando la mujer decidió impugnar el matrimonio ante el tribunal de la Rota, alegando que aún era virgen. Desde entonces, Foix vivió solo, en compañía de una criada a la que llamó Gaudiosa, dedicado a estudiar, escribir y pasear. Murió a los noventa y cuatro años, en 1987, lleno de días.
Como advirtió Ferrater, Foix supo dilatar con astucia el lento estallido de su fama. No deja de sorprender siempre el moroso y casi clandestino trabajo de
El ciclo poético que conforman, sobre todo, Sol, I de Dol (1947), Les irreals omegues (1949) y Onze Nadals i un Cap d’Any (1960), constituye una experiencia literaria insustituible. Se trata, a menudo, de una poesía lítica, llena de fósiles e imágenes alucinadas, primitiva y ultramoderna, metropolitana y marítima. Foix fue uno de los poquísimos poetas españoles que sintió el mar, como luego Carlos Barral, con cuya poética tiene algunas concomitancias: “Mar vital quan floreja l’aurora; i obscura / En els horts cirerers de l’ocellós crepuscle / quan tornen els velers, vetusts, i el port llumeja”. La capacidad de Foix para crear adjetivos inesperados y exactos, como aquí “ocellós crepuscle” (imposible en castellano, se refiere a un crepúsculo lleno de pájaros) es de una fertilidad pasmosa. Uno imagina inmediatamente esos versos en inglés: “Lively sea when dawn flourishes; and dark / In the cherry orchards of the birdish twilight / when the sailboats return, ancient, and the port flickers”. La presencia del mar, al amanecer o con las últimas luces, es inmediata.
Exceptuando los navideños, únicos en el género y de obvia raíz cristiana, los poemas de Foix son de estirpe lucreciana, como los de Wallace Stevens, que podría haber suscrito el verso “Es per la Ment que se m’obre Natura”. Su mundo es muy afín a los presocráticos, sobre todo en los poemas que transcurren en el paisaje, tan griego, de Port de la Selva o de Cadaqués. Como tantos poetas de su generación, la ausencia de un verdadero romanticismo en su lengua le apartó de la exploración de la intimidad del sujeto, la gran asignatura pendiente hasta Ferrater, que también denunció esa laguna en Pla.
En nada se manifiesta tanto la opresión del catolicismo como en esa reticencia tan española a la intimidad, común a muchos escritores muy distintos. En su caso, Foix hizo de la necesidad virtud y se aprovechó de la carencia para forjar una poesía que es a la vez ancestral y vanguardista, sin ceder nunca ni a uno ni a otro extremo, seguro en su dicción y coherente hasta el final en su mundo privado. El trabajo que hizo fue titánico, lo mismo que el de Joan Gili en otra dimensión. Recordarles hoy invita a la melancolía. Es una tragedia que, un siglo después, España esté aún como si no hubiéramos aprendido nada.