Marieke Lucas Rijneveld (a la izquierda) en el acto de entrega del Premio Booker

Marieke Lucas Rijneveld (a la izquierda) en el acto de entrega del Premio Booker

Poesía

La traducción y la pureza de sangre

La idea de que un escritor solo debe ser traducido por alguien de su raza, como ha sucedido en Holanda con Amanda Gorman, supone impugnar el valor de la traducción

9 marzo, 2021 00:00

Se puede hacer un panegírico de la traducción acudiendo a textos clásicos, la mayoría escritos en otras lenguas, pero traducidos a la nuestra. Y si ámbitos literarios como el anglosajón o, menos, el francés no fueran tan reacios a traducir (España es uno de los países donde más se traduce, si no el que más), también autores de nuestra lengua podrían decir en otros idiomas lo que han dicho en el nuestro: la traducción es una bendición, argamasa entre culturas, nexo, puente, vínculo al que debemos estar agradecidos.

¿Agradecidos? Bueno, no siempre. Porque luego viene el resentimiento y vuelve a resucitar a Harold Bloom, ese muy influyente catedrático de Yale al que se vende como representante de lo WASP [White, Anglo-Saxon and Protestant] cuando en realidad es hijo de una minoría, la judía (por más insoslayable que sea en lo intelectual) y alguien que comenzó expresándose y entendiendo solo una lengua, el yiddish, ese gazpacho hebreo con guarnición de otras lenguas que arraigó en Brooklyn y ciertas zonas de Manhattan y que ha llegado hasta a dar un Premio Nobel: Isaac Beshavis Singer.

El crítico literario Harold Bloom

El crítico literario Harold Bloom

Nadie podrá negar a los judíos haber padecido incontables persecuciones. Tampoco que sobre estas, de manera específica o sobre la identidad hostigada y los pogromos de un siglo u otro, bajo regímenes distintos, han padecido. Walter Benjamin, Stefan Zweig, Imré Kertesz, lo han hecho, y se les ha traducido. Y no han tenido que ser personas de ese pueblo las que han trasladado sus libros a otras lenguas. Tampoco se ha exigido que sean solo mujeres, o adolescentes o niñas, las traductoras de Anna Frank. No se había contemplado hasta el momento la necesidad de que las novelas de Toni Morrison, Maya Angelou o Chimamanda Ngozi Adichie hubieran de ser traducidas exclusivamente por mujeres negras. Y sin embargo, como la igualdad de derechos no va pareja del deseo de una sociedad sin barreras en la que la igualdad sea real sino, antes bien, una forma de mantener diferencias, el último escándalo surgido en torno a lo que debe o no debe ser es que la escritora contratada en los Países Bajos para traducir el poema que la joven Amanda Gorman leyó durante la toma de posesión de Joe Biden, texto que se va a publicar en numerosas editoriales de todo el mundo, ha renunciado a realizar su trabajo por el “clamor” en su contra. 

¿Y cuál podría ser esa oposición, esa animadversión contra Gorman? ¿Tanta fuerza tiene aún hoy día el Ku Klux Klan? ¿Conserva su poder el nazismo en un país en el que, como en Suecia o otros, hubo centenares de jóvenes que se alistaron en las Waffen SS de Hitler? La respuesta es más sorprendente aún que eso: una señora montó en cólera porque Marieke Lucas Rijneveld, la traductora elegida, no es negra, define su sexualidad como “no binaria” y, en consecuencia, no puede haber experimentado lo que Gorman, el bagaje que la llevó a leer ante todo el mundo (con su vestuario de lujo). Es lo que alega Janice Deul, que así se llama la escandalizada.

Lo chocante no es la reacción de Deul, sino que tal memez haya sido tenida en cuenta hasta crear una bola de nieve que ha dado con la traductora en el suelo, incluso con verdadero o impostado sonrojo por haber osado traducir el poema (mantengamos la convención de llamarlo así) de la joven negra. La elegida, de 29 años, había sido escogida nada menos que por la misma Gorman, de 22 (quien por otra parte tampoco es que haya sufrido mucho personalmente; ha podido estudiar en una buena universidad, ampliar sus estudios en España y ahora saltar a la fama y a una respetable cuenta corriente con los derechos de autor de sus líneas, que numerosos poetas califican de más bien endebles). Y es ganadora del Premio Booker Internacional. ¿Hay por otra parte tantas mujeres negras, no que sepan el inglés de Gorman, sino que manejen con brillantez el neerlandés de Cees Nooteboom? Quizá la cualificada para ello sea la que levantó la liebre y ello explique su berrinche.

Amanda Gorman

Lo que ha venido a hacer Deul, ella sí negra, y todos quienes la han seguido en el linchamiento es sancionar la idea de que a un autor solo puede traducirlo alguien que sea un calco de este hasta en eso que tantas veces tiene menos importancia que la clase social o la educación: el color de la piel. O el sexo. Reducido al absurdo el argumento, un escritor solo podría ser traducido por sí mismo, pues cualquier otra persona puede tener elementos de su biografía que la invaliden para la tarea. ¿Y qué decir de la religión? Dante, vetado para los traductores agnósticos. Que no ponga un cristiano sus manos sobre Bertolt Brecht.

Rijneveld ya sufrió acoso en su pubertad. No es algo nuevo aunque venga vestido con otros pretextos. Este biologismo de salón, este racismo hípster de redes sociales, tiene además el corolario de que, si solo puede traducir a otro alguien que sea idéntico a él como dos gotas de agua entre sí, si tanto se restringe la traducción, ¿por qué no limitar en consonancia la lectura? Si un texto no es para que lo traduzca cualquier traductor solvente, ¿por qué creer en la superstición de que pueda leerlo cualquier buen lector? La coherencia exigiría compartimentar y que cada cual lea lo suyo: los de pelo rizado a los de cabellos ensortijados, las cortas de vista a las miopes, las paliduchas a las casi albinas, los viejos a los ancianos. Quédese cada cual en su tribu, en sus limitaciones.

George Steiner

George Steiner

Eso es precisamente lo contrario a lo que representa la traducción, que parte de la curiosidad, no de estar uno pagado de sí mismo, que tiene su origen en la alteridad, no en la tautología. Los griegos del XVIII tenían semiolvidado a Sófocles, y fue un alemán, Hölderlin, quien lo aireó con sus traducciones. Sería inexplicable la Escuela de Traductores de Toledo, en el siglo XII, de no haber habido en su contexto diversidad de culturas, lenguas, religiones. Allí intervenían griego, latín, árabe, hebreo y castellano no como armas arrojadizas sino para hacer acueductos de conocimiento cuyos caudales aún llegan hasta nosotros. Con las mismas piedras, unos construyen conductos, canales, arcos, y otros aspiran a reconstruir la Torre de Babel (precisamente, un gran estudioso de la traducción, George Steiner, tituló su ensayo sobre la traducción Después de Babel). En términos lingüísticos, la traducción es sinónimo de apertura y antónimo de enclaustramiento y solipsismo

Matilde Horne tradujo a Tolkien sin ser un don de Oxford preocupado por la Edad Media, Jenny Rowland hizo lo propio con los poemas galeses de Llywarch Hen (además un viejo). ¿Y a cuántos rusos con barba ha vertido la mexicana Selma Ancira? Juan Manuel Rodríguez Tobal romanceó a Safo. Y reo de apropiacionismo, ¿qué fue lo que hizo Ezra Pound con Li Bai, Confucio o Arnaut Daniel? Maribel Cruzado, debe de haber sido particularmente culpable al haber puesto en español al negro homosexual neoyorquino Langston Hughes, siendo ella blanca, mujer heterosexual y zaragozana de nación.