Amor y desamor de Sylvia Plath
Una traducción de ‘Ariel’, el segundo libro de la poeta norteamericana, ofrece en alta fidelidad su lirismo torturado gracias a Jordi Doce y a las ilustraciones de Sara Morante
31 diciembre, 2020 00:10El segundo libro de la estadounidense Sylvia Plath, Ariel, apareció dos años después del suicidio de la autora con un prólogo de su compatriota Robert Lowell. En 2004 vio la luz una nueva versión con los poemas en el orden establecido por la autora (no por su viudo Ted Hughes en la edición de 1965, que es la que se sigue aquí). Es un libro importante, de alta calidad, que se eleva sobre las circunstancias de su muerte y del conflicto entre ambos cónyuges y el papel que cada uno de ellos representó en el drama de su matrimonio (la relación fue contada a su manera en un volumen de versos de Hughes, publicado muchos años después de la muerte de Plath: Cartas de cumpleaños, traducido por Luis Antonio de Villena).
Ariel ya había sido traducido (y muchas veces reeditado, dado el carácter icónico de Plath en el argumentario feminista) por Ramón Buenaventura en Hiperión (1985). Como parte de la Poesía completa de la autora, también había sido vertido por Xoán Abeleira (Bartleby, 2008). Parcialmente, por Raquel Lanseros en Antología poética (Navona, 2018). Jordi Doce, el presente traductor, tiene una acreditada trayectoria después de haberse enfrentado a T. S. Eliot, William Blake, Anne Carson o, sin ir más lejos, a quien fue marido de Plath. Se cumple, pues, como en los anteriores traductores el requisito que garantiza, aunque por sí solo no es suficiente, que una traducción de poesía funcione: haber sido realizada por un poeta.
Ilustración de Sylvia Plath / SARA MORANTE (NÓRDICA)
Hay, con todo, momentos en los que la lectura del original aclarará algún punto oscuro y hasta confuso, que parece decir en español algo distinto a lo escrito en inglés. Sucede con la última estrofa de “El candidato”, donde los versos “Funciona, no tiene ningún defecto. / No tiene un agujero, es un emplasto. / Si tiene un ojo, es una imagen” parecen referirse los tres al hombre interpelado. En inglés hay diferencias entre esa mujer autómata y servil y el tipo que podría ser su esposo: “It works, there is nothing wrong with it. / You have a hole, it’s a poultice. / You have an eye, it’s an image”. Cierto es que el agujero y el ojo pueden referirse también a los de ella (cosificada), entregados a él, pero habría sido mejor en todo caso mantener la ambigüedad.
Plath fue una poeta torturada, con complejos que la persiguieron en enjambre. Habla de su padre muerto o espectralmente de su marido, desdibujado en algunos poemas. Se obsesiona con las abejas (miel, pero aguijones) y las amapolas (flores, pero sangre). “Señora Lázaro”, “Ariel”, “Papá” son composiciones poderosas, pero quizá ninguna como “Tulipanes” sea tan autobiográfica, o tan biográfica con imágenes, símiles y metáforas que tan inmediatamente golpean. En un ambiente de habitación de hospital, en el que ya se ha nombrado a enfermeras, anestesistas y cirujanos dice: “Me han instalado la cabeza entre el embozo y la almohada / como un ojo entre párpados muy blancos que no quieren cerrarse”. O también: “Las enfermeras van y vienen sin molestar / y son como gaviotas que vuelan tierra adentro con su tocado blanco”.
“Morir / es un arte, como todo. / Y yo lo hago excepcionalmente bien”, escribe Plath”. A él se aplicó, culminando el ars moriendi con el gesto de meter la cabeza en un horno de gas. La poesía fue para lo que vivió, y en ella también se esmeró (sin olvidar su novela La campana de cristal y la colección de cuentos Johnny Panic y la Biblia de sueños). El poema “Palabras”, con el que se cierra el libro, expresa esa devoción verbal: “palabras secas, sin jinete, / el ruido infatigable de los cascos. / Y mientras, / desde el fondo de la charca, estrellas fijas / gobiernan una vida”.
Si hay abundancia de imágenes irracionales en la poesía de Plath, ese gobierno de la vida ejercido por las palabras lo consigue con una cuidada disciplina. Que deje a un lado la rima (lo cual da oxígeno a la traducción), y que los versos fluctúen en medida a veces de modo hasta exagerado, tiene como contrapeso una arquitectura simétrica que, salvo en los pocos casos de poemas compuestos por una tirada de versos sin interrupción, sigue modelos fijos: dísticos, tercetos, estrofas de siete versos o las muy empleadas de cinco. La lección es palmaria: la poesía es un artificio en el que hasta lo más informe, las ensoñaciones y las angustias, sigue patrones impuestos por el autor mediante pautas regulares (métricas, de disposición o de ideas).
La editorial Nórdica mantiene una estupenda colección de poesía ilustrada en la que ya han aparecido títulos de Dickinson, Cavafis o Szymborska. Una sugerencia: no relegar el nombre del traductor a un cuerpo de letra inferior al del ilustrador. ¿Una imagen vale más que mil palabras? Puede, pero esto no es al cabo más que una llamativa frase; es decir, no un dibujo ni una fotografía, sino una cadena de palabras. Ningún dibujo o pintura puede ocupar el papel de la palabra en un libro de poesía.
En los libros ilustrados, el ilustrador lleva el texto a su terreno, reinterpretándolo. Eso puede tener mayor o menor fortuna, pero siempre constituye un alejamiento del original. Puede dialogar con este, pero debería hacerlo sin que se note mucho, no interrumpiéndolo o queriendo quedar por encima, como a veces ocurre. Por otro lado, también el ilustrador realiza una traducción a otro lenguaje, el pictórico, que tiene tantos dialectos como ilustradores hay. El riesgo es que no coincida o abiertamente entre en colisión con el idiolecto de la obra que creó el poeta.
En tal caso, con independencia del acierto o no de las ilustraciones, ambos traductores deberían ir a la par, con el mismo nivel de reconocimiento. El traductor importa. Llevar su nombre a la cubierta, algo que no siempre se hace, por desgracia, no basta si como sucede aquí queda en inferioridad respecto del otro traductor. Como es norma de la colección, el texto original se ofrece al final, y tras este, en la pequeña letra roja del colofón, se refiere que el libro ha terminado de imprimirse el 30 de septiembre, aniversario del nacimiento de W. S Merwin. Es un hermoso homenaje a quien, además de importante poeta, fue un traductor de poesía de intereses amplísimos.