No se arrepiente de nada. Ni siquiera de haber dicho que sí o que no. No cree que se pierdan trenes en la vida: los que se pierden a lo mejor tampoco iban donde uno quería ir. Alude en varias ocasiones a su desintoxicación del alcohol después de diez años de un infierno que le sirve para asegurar que se puede salir de todo, y que todo es posible. Javier Salvago (Paradas, 1950) es poeta y guionista de televisión. Fue Premio Nacional de la Crítica cuando aún no sabía si su vida respondería al lema de sexo, droga y rock & roll que marcó sus años de juventud. Deudor de Gil de Biedma, aunque no lo hubiera leído todavía cuando publicó La destrucción o el humor, reconoce al poeta catalán el liderazgo de toda una generación de literatos.
Salvago fue un inesperado defensor de Bécquer y de Manuel Machado, cuando los progres antifranquistas ponían mala cara al oír hablar del autor de las Rimas o de El mal poema. Y sin embargo, Machado siempre, Antonio y Manuel, incluso como guía para su larga carrera como guionista de cabecera –y de éxito– de ese fenómeno social que fue El Loco de la Colina. Ahora, impecablemente vestido con camisa negra, confirma que los Sex Pistols, Huxley y Orwell tuvieron razón: No hay futuro, vivimos en un Mundo Feliz, y 1984 se ha hecho realidad. Quien escribió a su padre un verso como Ahora será mi hijo quien te vengue, dice que lo mejor de su vida es el nacimiento de ese hijo, y presume de que intente hacer películas y trabaje en una emisora de televisión de los nativos americanos en Los Ángeles.
Hemos contactado por Facebook, porque no usa el teléfono móvil, aunque sí frecuenta las redes por la curiosidad y, ya, cierto hartazgo. Le advierte al fotógrafo de que nunca sale bien en las entrevistas. Viene cargado de libros y los enseña satisfecho, aunque enseguida muestra cierta acidez: "Nadie los lee". Cuando habla, sus respuestas están llenas de alusiones, notas al pie y algún silencio acompañado de una sonrisa ladeada que desmiente el malditismo con el que quiso vestirse este poeta nacido en el año cincuenta.
–Sus cuentos de Corazón de oro son una fantasía distópica. Nunca se ha oído tanto como ahora la palabra distopía, por cierto.
–Se habla de distopía porque ya no se puede hablar de utopía. La utopía murió. Yo creo que las dos grandes distopías, 1984 y Un mundo feliz, las estamos viviendo ya. No nos hemos dado cuenta, pero estamos viviendo exactamente eso, y lo malo es que no nos han dejado ninguna salida. Una de la cosas por las que yo escribo cuentos, aparte de porque me divierte y lo paso bien –los poemas los llevo muy atados, tienen que ir donde yo quiero que vayan, aunque a veces me sorprendan–, es porque a los cuentos les dejo libertad. Parto de una idea y luego el cuento va avanzando por su cuenta, aparecen personajes y situaciones que ni me imaginaba. A veces los termino rápido por curiosidad, porque quiero saber cómo acaban.
Me divierte escribirlos, pero es que además casi todos son una especie de venganza contra ese mundo feliz. Estos relatos (coge El corazón de oro y lo hojea) parecen disparatados, pero están basados en hechos reales. El último hombre civilizado habla de un experimento que se está haciendo ya. Los movimientos antinatalistas y extincionistas que describo en otro están aquí. Me limito a imaginarme qué pasaría si la cosa fuera a más. Lo que ocurre en el fondo de algunos de mis cuentos o está pasando o creo que puede llegar a pasar de un modo u otro. Algunos tienen bastante que ver conmigo. En Manías todas las manías del personaje son mías (ríe y se pone muy serio casi en la misma mueca). Y lo que cuento en Subliminal me está pasando a mí: cada día tengo más miedo a hablar, a expresarme con libertad.
–¿Miedo a ofender, a tener problemas legales o ser rechazado?
–Vamos a ver. (Definitivamente serio) Hay muchos miedos. Cuando escribo, sobre todo en las redes, en mis libros nunca, me expreso con total libertad, pero tengo miedo de ofender a gente que estimo y que no quiero que se ofendan, aunque desde la otra parte dicen todas las barbaridades que haga falta sin preocuparse de si me ofendo yo. Miedo a esta nueva censura mucho más eficaz que cualquier otra practicada en el pasado, a esta nueva inquisición en la que todos, de algún modo, somos inquisidores y nos ofendemos por todo y queremos quemar en la hoguera a quien no piensa, sienta o crea lo que nosotros pensamos, sentimos o creemos. Miedo a que te puedan acusar de un delito de odio por odiar algo o a alguien más que odiable.
El odio es un sentimiento, no un delito. Delito será el que se pueda cometer impulsado por el odio. Pero el odio en sí es un sentimiento humano. También miedo al poder, a las consecuencias que puedan tener tus opiniones. Este es un miedo que no había sentido antes y que debe de tener que ver con los años, que nos vuelven sabios y prudentes, que es una manera de decir cobardes. En el cuento hablo también de un miedo irracional, que es un miedo inducido subliminalmente digamos, y que hace que te sientas culpable de tus opiniones. Porque eso de que nos sintamos culpables de casi todo, hasta de ser pobres, es también uno de los grandes logros del sistema.
–Lo dice un poeta. ¿Escribe poesía ahora mismo?
–Voy a sacar las poesías completas en septiembre con la editorial Renacimiento. Ahí están todos mis libros publicados, con la excepción del primero, que es como un hijo no reconocido, más uno inédito, La vejez del poeta, que no he querido publicar aparte porque cada día tengo menos ganas de publicar libros nuevos. Creo que ya no voy a publicar más. Publicaré las poesías completas y si escribo algún poema más se añadirá a una nueva edición, si la hay. Lo mismo haré con los cuentos. Los recogeré todos en un volumen y si escribo alguno más se añadirá, si procede. También quiero juntar los dos libros de memorias en un volumen.
Quiero dejarlo ya todo recogidito como si me fuera a marchar mañana. Yo dejaría de escribir, si pudiera, pero no puedo dejar de escribir lo mismo que no puedo dejar de hablar. Lo que sí quiero en lo posible es dejar de publicar novedades. Con lo hecho, ya está. ¿Por qué? Porque publicas un libro nuevo y no pasa nada, no ganas nada, apenas se vende, no se lee, en el caso de los cuentos ni siquiera sale una reseña. La poesía, la literatura, me sirve a mí. Por eso escribo. Me ayuda a conocerme mejor, a conocer mejor la vida y el mundo, a mejorar de algún modo, a despojarme de tópicos, falacias, cuentos, ensoñaciones, pamplinas. Luego, uno publica para que haya una respuesta pero, si no la hay, lo de publicar no tiene demasiado sentido.
–¿Es un punto final?
–Se cansa uno de todo.
–¿De leer a otros también?
–También. Uno se conoce ya casi todos los trucos. El mago tiene que ser muy bueno para que te siga sorprendiendo. Karmelo Iribarren creo que ha sido uno de los pocos que me han sorprendido en estos tiempos. Pero, bueno, me parece que ya está publicando demasiado (vuelve a reír).
–Si la guerra que ustedes vivieron entre los poetas novísimos y poetas de la experiencia…
–Los novísimos desaparecieron pronto y duraron muy poco como grupo, aunque sonaron e influyeron mucho. Siguieron, pero ya como ellos mismos, sin etiqueta, siendo Villena, Colinas, Luis Alberto de Cuenca –novísimos estos de segunda hornada, venecianos– que terminó apartándose de la pomposa estética para convertirse en un abanderado de la nuestra, la de la experiencia, una poesía figurativa o, resumiendo, la poesía clara de toda la vida. La guerra fue más con los poetas de la diferencia, pero fue una guerra de la que yo no me di cuenta. Creo que ellos se la tomaron más en serio que nosotros.
–Y la otra sentimentalidad.
–Eso fue un fenómeno granadino, especialmente, aunque yo tuve cierta cercanía con ellos. Creo que, en el mismo tiempo, ellos y yo debimos descubrir la cita de Antonio Machado en el Juan de Mairena que dice: “Mientras llegan los nuevos poetas, los cantores de una nueva sentimentalidad”. Yo llegué a poner esa cita en un poema.
–La guerra, si se puede llamar así, es ahora entre blogueros y poetas de papel.
–Acabo de escribir un prólogo a un joven de Paradas (pueblo sevillano en el que nació Salvago), Rafa Navarrete, que ha publicado un libro con Renacimiento, que si lo cogen Marwan y esa gente se forran. Creo que es mejor que todos los llamados nuevos poetas, esos que venden miles de ejemplares de sus libros y por los que suspiran los adolescentes. No tengo nada contra ellos. Cuando venden tanto será porque hay gente que los compra y los lee con fervor. A mí no me sirve esa poesía, no me dice nada, no está en mi edad mental. Pero esos lectores, si no existiera esa poesía, seguramente no leerían poesía, porque dudo que me leyeran a mí o a gente como yo. ¿Es poesía? Yo entiendo que la poesía es otra cosa, pero también pienso que poesía es todo lo que la gente quiere que sea poesía, lo que le sirve a cada cual como poesía. Todo es poesía, pero no todo es un poema.
–Sus primeros poemas incluían citas del pop. No se habrá enfadado con el Nobel que le dieron a Dylan.
–No, por Dios. A ver, yo ni estaba ni estoy ajeno a nada. Vengo de los hippies, de la mejor música de los sesenta, vengo de todo eso. En mi colección de poemas Esa chica se ha enamorado de ti sonaba de fondo hasta Tequila.
–¿Estamos en un fin de ciclo o nos hemos hecho mayores?
–Las dos cosas, probablemente. Pero yo no creo que ese fin de ciclo afecte a la poesía. Por la poesía ha pasado de todo: dadaístas, surrealistas, postistas, futuristas, creacionistas. Todos han aportado algo y han pasado. Y, al final, Antonio Machado sigue vivo y alumbrando el camino.
–Malos tiempos para la lírica.
–Qué va. No tienes más que meterte en Facebook y las palabras poesía y poeta son las que más se repiten. Tanto que he llegado a decir que la poesía es otra palabra que hay que desinfectar (sonríe). A mí el algoritmo ese de las redes me mete poetas por todos lados… hasta (pone cara de malo) da un poquito de asco. Esas dos palabras, poeta y poesía, dan un poco de asco. Porque del abuso se llega al hartazgo y del hartazgo al asco.
–Se define como poeta, pero ha vivido más de treinta años siendo el guionista de cabecera de un fenómeno mediático como El loco de la colina. Esto sí ha cambiado. ¿Ahora hay hueco para programas como aquel?
–(Bufa)… Yo creo que no. Muchas cosas de las que hacíamos hoy serían políticamente incorrectas. Hoy no se puede ni fumar en televisión, ni casi en la calle, vamos. Después de haber hecho tantísimas entrevistas, miles, con los más grandes personajes del momento y el mejor entrevistador, Jesús Quintero, de eso creo que no hay duda, me pasa que no creo demasiado en el género de la entrevista. Vista desde fuera me parece casi siempre un juego de vanidades, de egos, en el que tanto entrevistador como entrevistado pugnan por ver quién es más brillante. Especialmente en televisión, que es la feria de las vanidades. Los personajes cada vez me interesan menos. Hay muy poca gente a la que a mí me apetecería hacerle una entrevista hoy.
De los políticos, casi ninguno: van a vender su mercancía, su discurso. Si los sacas de ahí no dicen más que tópicos y vaciedades. Los de antes, por lo menos, estaban más vírgenes. No estaban tan maleados. Estos parecen personajes de Gran hermano, vienen con todos los trucos aprendidos. Y es que… (se viene arriba) la política es hoy para la mayoría de los políticos una artimaña para crispar a los votantes en su beneficio y sacar votos sea como sea. Es el reino del fake. Dicen lo que haya que decir con un descaro impresionante y les da igual que sea verdad o mentira. Hoy trincas a uno en una mentira y no se avergüenza, al día siguiente te cuenta otra más grande y no pasa nada. Antes, por lo menos, si cogías a alguien en una mentira se ponía colorado.
–Algo tendrán que ver los medios.
–¿Los medios? Bueno, bueno, si esto algún día mejora y llegamos a un sitio más noble, más respetable, digamos, yo creo que los medios de este tiempo, salvo excepciones, tendrán que sentarse en un banquillo. Nunca como ahora han sido tan furiosamente la voz de su amo, que es la voz del dinero. ¡Cómo defienden cosas indefendibles, cómo atacan a quienes no se merecen tanto ataque! Es tremendo.
–O sea que los políticos mienten, los medios son cómplices ¿y los ciudadanos?
–Cómplices también por no pedir explicaciones y responsabilidades ante cada atropello, por dejar hacer. Pero… es que llevan demasiado tiempo maleducándonos para esto, alimentándonos de basura y de morbo, de frivolidades, de mentiras, haciendo que parezca normal lo que no lo es, que parezca malo lo bueno y viceversa. Y, como te decía, nos hacen creer que vivimos en el mundo feliz, donde todo depende de nosotros, en el que podemos tenerlo todo, disfrutar de todo y, si encima nos sentimos puteados y desgraciados, porque es mentira que podamos tenerlo todo, hacen además que nos sintamos culpables. Nos decimos: algo estaré haciendo mal para no ser feliz como todo el mundo, para no tener un trabajo, un coche, una casa… Seré un inútil, un vago, no me esforzaré lo suficiente, etc.
–¿Es Andalucía su lugar en el mundo?
–Mi lugar en el mundo es cada vez más pequeño. Mi lugar es mi casa, mi calle, mi gente y poco más. Yo nunca me he sentido orgulloso de ser andaluz, ni de ser español, ni de ser europeo, ni siquiera de ser terrícola. Nací en Sevilla, estoy aquí, me siento bien o mal aquí, pero no creo en el orgullo de ser de ningún lugar en particular. No tengo sentimientos nacionalistas ni patrióticos, aunque entiendo que otros puedan tenerlos y que luchen por ellos, siempre que no maten por ellos. Lo que no quiere decir que cuando he viajado fuera de España no haya echado de menos cosas de España y de Andalucía, y me haya alegrado encontrarme con un español o un andaluz. Pero eso es otra cosa. Para mí la patria es la gente. España va bien si a los españoles, a la mayoría de los españoles, les va bien.
–Dice que no le haría hoy una entrevista a nadie. ¿Alguna de las que hicieron Quintero y usted le parece inolvidable?
–Suelo responder a eso, para epatar un poco, que las del Risitas (Ríe gesticulando un poco). No, la edición televisiva tiene una cosa muy buena y muy mala: te pones delante de la pantalla a ver una y otra vez la entrevista grabada, para dejar solo lo mejor, y después de una hora o dos de darle vueltas te das cuenta de la cantidad de tonterías que se pueden decir en un rato, los lugares comunes, los tópicos y las meteduras de pata… Se dice que muy pocos grandes personajes resisten la lupa. Y es cierto. Pero es más cierto todavía si le metes la lupa a sus palabras.
–¿La figura de El Loco de la colina y el propio Quintero son parte de ese montaje?
–No, no es un montaje. El Loco es un mito y una leyenda y a él le gusta serlo. Ha sido muy grande en lo suyo, un innovador, un creador, él es parte de la historia de la mejor televisión en España. El único, que yo sepa, que ha pretendido hacer de la comunicación un arte, y por eso se rodeada de artistas para hacer sus programas: poetas, directores de cine, escenógrafos, iluminadores. Ahora casi nadie hace entrevistas como las que él hacía: sabía escuchar, sabía callar –qué importante es el silencio–, sabía tratar a cada entrevistado como si fuera único.
Si tuviera que volver a la televisión para hacer un programa de entrevistas, cosa que no deseo, solo lo haría con Quintero (pone cara de asustarse) porque los demás, más que entrevistas, hacen un show o un espectáculo. Necesitan rodearse de cosas, de ruido, de efectos. Quizá porque no pueden o no quieren mantener una charla en profundidad. Muchos presentadores creen que el público se aburre si no se le distrae continuamente con muñecos, preparando un guiso o con lo que sea. Mi experiencia me dice que eso no es cierto. El público se puede quedar encandilado escuchando a dos personas diciendo y contando cosas interesantes. No necesita nada más.
–Va a reeditar sus dos tomos de memorias unidos ¿Las escribió para ordenar el pasado, para ajustar cuentas o por ambas cosas?
–El primero –Memorias de un antihéroe (Renacimiento)– lo escribí porque me parecía asombroso haber vivido una infancia como la que viví, en aquel pueblo [Paradas], con aquella miseria, en aquella especie de corte de los milagros, con aquellos locos y aquellos tipos raros, aquellos lisiados de la pasada guerra, viejas enlutadas, solteronas, beatas…, y que el mundo hubiera cambiado tanto en solo unos años… Era como pasar del siglo XIX al siglo XXI, del emigrante de Juanito Valderrama, a los Rolling Stones… Entonces me propuse contarlo para rescatar aquel pasado porque me parecía difícil que alguien más joven imaginara de dónde veníamos. Y luego para contar mi adolescencia en un internado de curas, mi juventud hippie, alcohólica, viajera.
En el segundo libro –El purgatorio (Renacimiento)– sí hay más ajuste de cuentas, aunque tampoco como para que la sangre llegue al río. Es que yo sólo sé escribir desde la verdad, contando las cosas como son o, por lo menos, como yo las veo y las he vivido. Soy incapaz de mentir escribiendo y, además, después de haberme mentido tanto en mis años de vida loca soy incapaz de no decir y decirme lo que yo entiendo por verdad. Y sí, había un cierto rencor contra Quintero en esa segunda parte de mis memorias, el rencor propio, por otra parte, de dos creadores trabajando codo con codo durante treinta años, no siempre o casi nunca con la misma visión ni la misma mentalidad. Quintero no siempre sale como a él le gustaría, pero sale mítico y con su punto canalla, y eso sí le ha gustado siempre. También fue una manera de reivindicar que yo estaba allí currando, que no me tocaba las narices. ¡¡¡Fíjese si curraba que desde que dejé de trabajar he escrito más de siete libros¡¡¡ Escribir por obligación, como yo escribía todos los días, te quita la ganas de escribir por vocación, por necesidad interior.
–Entre tanto personaje importante están los condenados de Cuerda de presos (Programa de entrevistas a reclusos)
–Es el mejor programa que hemos hecho. Fue una de esas experiencias tan potentes que después te dejan como vacío. Había casos terribles y sin embargo no sentí rechazo por ninguno. Miedo, alguna vez. Pero pasó una cosa curiosa: el primer día que entramos en la primera cárcel, creo que fue en Carabanchel, íbamos todos muy juntitos, sin separarnos ni para ir al váter, y luego, al rato, ya te movías por todos lados a tu aire, solo, como por tu casa. Es increíble cómo uno se hace a todo. Y eso es lo malo, que nos hacemos a todo.
–Ha coincidido con la generación de rockeros y flamencos que cambiaron la música y con los políticos que han hecho España ¿Cómo los ve? ¿Han envejecido todos igual?
–¿Siempre pesimista?
–Me da mucho coraje que digan que soy pesimista y que además crean que el pesimismo supone incapacidad de acción. El pesimismo puede poner bombas (se ríe por si la entrevistadora no ha captado que es una boutade). Ni mi poesía ni yo somos pesimistas. Ver la realidad sin anteojeras y llamar a las cosas por su nombre no es ser pesimista. Yo le puedo sacar jugo literario y vital a la vida, aunque considere que es una puta mierda, una puerca miseria. Lo importante es que no te engañen y, sobre todo, que no te engañes.
–Vale vamos a ponernos tiernos: ¿Qué es lo que mejor que le ha pasado en la vida?
–(Calla un rato) Mi hijo, y no es un tópico, es la verdad. El día que nació yo iba por la calle bailando como Gene Kelly en Cantado bajo la lluvia… Pero, aparte de eso, supongo que lo mejor que he hecho es resistir. Sí, resistir. Ser de algún modo lo que quería ser. Fíjese: cuando empecé yo no quería ser un poeta laureado ni un poeta académico, quería ser un poeta maldito, pero igual me ha faltado crueldad porque siempre he sido un niño bueno. Un niño bueno que quería ser malo desde pequeño en el colegio. Toda mi vida queriendo ser malo y no me sale. Una pena.