Marceline Desbordes-Valmore, la poeta olvidada de la modernidad francesa
La editorial barcelonesa Somos Libros resucita la obra poética de la mujer que fascinó a Baudelaire, Rimbaud, Verlaine o Balzac con versos en los que canta al amor y habla de política
22 mayo, 2019 00:00“Uno de las más grandes poetas, no diría del siglo XIX francés, sino de todas las épocas”. Con estas palabras definía Louis Aragon a Marceline Desbordes-Valmore, una poeta aclamada por los más destacados autores del Romanticismo y el Simbolismo francés que, sin embargo, el tiempo ha ido dejando de lado, condenando a un olvido que ahora la editorial Somos Libros trata de remediar con la publicación de Poemas elegidos, una selección de poemas de Desbordes-Valmore traducidos por Valèria Gaillard y con prólogo de Pere Gimferrer.
Marceline Desbordes nació tres años antes de la Revolución Francesa, en la localidad de Douai, en el norte de Francia, en la región de Norte-Paso de Calais. En la Francia postrevolucionaria, y en un ambiente particularmente golpeado por la miseria, la vida se hace difícil y las ansias de encontrar una salida se convierten en el único motor para seguir adelante. Cuando apenas tenía diez años, Marceline viaja junto a su madre a la Isla de Guadalupe en busca de una mayor prosperidad, seducida por la que, aparentemente, había encontrado uno de los primos de la madre de la poeta. La isla de Guadalupe no depara grandes éxitos y, apenas dos años después de llegar, Marceline se ve obligada a regresar a Francia, esta vez sola, pues la peste amarilla se ha llevado por delante la vida de su madre y una revuelta de los esclavos hace imposible la permanencia en la isla.
Marceline regresa a casa, a los brazos de su padre. No tardará en independizarse y buscar en el mundo del espectáculo una forma de supervivencia. El éxito poético fue posterior. Antes, triunfaría como actriz y cantante de ópera. Es en los escenarios donde conoce a su marido, Prosper Valmore, cuyo apellido decide incorporar al suyo y, de hecho, firmará su primer libro de poemas, Les Élégies, Marie et romances, publicado en 1819, con el nombre de Marceline Desbordes-Valmore. Había llegado a la poesía como autodidacta. Aprendió leyendo los versos de los más renombrados poetas, algunos de los cuales, como Lamartine, no tardaron en reconocer su talento. No fue el único: la publicación de Poésies en 1939 despertó, de inmediato, el interés de autores como Balzac, Baudelaire o Sainte-Beuve, toda una institución dentro de la crítica literaria en el París del XIX.
Marceline Desbordes Valmore (1786-1859) / TOURNACHON.
Como recuerda Pere Gimferrer en el prólogo, Baudelaire fue el responsable de “una reseña excelente, en la que reconoce que, tratándose de una poesía que aspira casi a lo contrario de la suya, le es imposible no admirarla”. El autor de Arde el mar subraya el entusiasmo del padre de la poesía moderna por la poeta, algo que puede, en parte, sorprendernos hoy, pues no está exento de cierto paternalismo e incluso misoginia, muy presente –recuerda Gimferrer– en la crítica literaria del momento. En los textos de la época, los poetas y críticos solían demostrar un cierto desdén hacia la literatura escrita por mujeres, en buena medida por “su curioso desconocimiento de la poesía escrita por mujeres en otras eras, incluso en Francia”.
A pesar de todo, la actitud de Baudelaire está lejos de la de Barbey d’Aurevilly, cuyo visto bueno “es al tiempo arrebatado y condescendiente”. El entusiasmo del autor de Las flores del mal por la obra poética de Desbordes-Valmore parece estar impregnado de menos prejuicios, completamente ausentes en Rimbaud, que, si bien no dejó nada escrito acerca de la poeta, siempre le mostró admiración. Así lo recuerda Verlaine, que reconoce que llegó a la poesía de Marceline gracias al autor de Una temporada en el infierno. No solo será lector de la poesía de Marceline, sino uno de sus principales valedores, al incluir un texto sobre su poesía en Los poetas malditos, donde Marceline destaca por ser la única mujer. “El texto de Verlaine”, escribe Gimferrer, “extenso y desordenado, es, pese a su carácter heteróclito, el mayor as de Marceline ante la posteridad. Iba dirigido al gran público, y eso explica en parte sus altibajos y zigzagueos; pero es el único que contiene observaciones métricas, como el uso por Marceline de lo que Verlaine llama versos de once pies”.
La poesía de Desbordes-Valmore se define, por un lado, por el carácter elegiaco y amoroso y, por el otro, por el interés social e, incluso, político. Es precisamente este carácter político de algunos de sus versos lo que despierta la atención de Aragon y, en cierta manera, la acerca, aunque solo a nivel temático, a Victor Hugo. En estos Poemas escogidos, la temática amorosa predomina. En muchos de ellos, también en aquellos de temática más social, Dios es una figura recurrente, aunque Desbordes-Valmore está lejos de ser una poeta religiosa. Lo amoroso dialoga, en su obra, con su mirada política, pues en ambos tipos de poemas encontramos el interés por el otro, en muchas ocasiones un ser desclasado o marginal. En sus poemas el sentimiento de amor es muchas veces entendido no solo como expresión de afecto entre dos amantes, sino como muestra de empatía, amistad y comprensión.
Más próxima al Romanticismo de Lamartine y de Musset en un primer momento, Marceline no fue ajena al Simbolismo de Baudelaire. Publicó su último poemario, Bouquets et prières, en 1843. Tras su muerte, en 1859, fueron publicadas poesías inéditas. “Soy madre, dejadme pasar,/ pediré de nuevo a la surte/los frutos de una flor al azar, / niños robados por la muerte./ Creador de sus tiernas gracias,/ tú que cuentas los lamentos,/ dime si con un mar de lágrimas, / ¡mis hijos me serán devueltos!”, leemos en El alma errante, el último poema incluido en el libro.
Desbordes-Valmore no es la única escritora que la tradición y las historias literarias han olvidado o, en el mejor de los casos, cuya existencia han reducido a una nota a pie de página. Desde la crítica de los Estudios Culturales, el Feminismo y los Estudios Queer se ha subrayado en más de una ocasión no solo la necesidad de repensar el canon, sino la posición hegemónica desde la cual éste ha sido elaborado. Más allá de estas disquisiciones, lo cierto es que hay una renovada conciencia en torno a la necesidad de rescatar autoras y artistas que, por el simple hecho de ser mujeres, han sido borradas de la historia. La recuperación de Flora Tristán por la editorial Ménades, de Carmen de Burgos por Cuadernos del Vigía y Huso Editores, de Elisabeth Mulder por la Fundación Banco de Santander o de Desbordes-Valmore por Somos Libros son la demostración de la necesidad de reescribir una historia cultural parcial y con demasiados vacíos.
A través de la colección Mitades de una gota, Somos Libros quiere recuperar algunas de las poetas más significativas del XIX y del XX, acompañando sus poemas con fotografías y manuscritos y conscientes de que, como diría Aristóteles, “la poesía es más profunda y filosófica que la historia”. Con Desbordes-Valmore, este sello editorial ha inaugurado esta colección, cuyo segundo título lleva la firma de Concha Méndez, la poeta y autora teatral de la Generación del 27 que murió en el exilio, en México, en 1986. “Nací en medio de la modernidad, del canto a los medios de transporte, a la velocidad, al vuelo. Mis primeros poemas están llenos de estas cosas: de los clamores a la era moderna, de aviadores, aviones, motores, hélices, telecomunicaciones”, recordaba Méndez en sus Memorias habladas, memorias armadas, libro que, gracias a editorial Renacimiento, podemos encontrar desde hace poco más de un año en los estantes de las librerías, donde también los lectores pueden encontrar Surtidor, el segundo poemario de Méndez que acaba de reeditar Cuadernos del Vigía. A estos dos libros se unirá en poco menos de un mes los Poemas elegidos.