Ida Vitale: "Si conmigo esperan un poco más, recojo el Cervantes como fantasma"
La poetisa uruguaya, último Premio Cervantes, reflexiona sobre su formación literaria, sus influencias y la apertura mental que para ella supuso su exilio en México
13 mayo, 2019 00:05A sus noventa y cinco años, la poeta uruguaya Ida Vitale acaba de recibir el Premio Cervantes, un reconocimiento que llega tarde a esta poetisa considerada por el crítico Emir Rodríguez Monegal miembro destacado de la Generación del 45, si bien ella afirma no sentirse parte de ningún grupo y rehuir las etiquetas. Discípula de José Bergamín, se formó en Uruguay junto a Juan Carlos Onetti e Idea Vilariño. Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Gabriela Mistral fueron sus primeros referentes. En Barcelona acaba de recibir el premio KM 13.774, entregado en la Casa América de Cataluña, donde ofreció un recital poético ante una sala atestada.
–Me gustaría empezar rememorando la biblioteca familiar llena de libros italianos con la que usted creció, con obras de Carducci, Dante o D’Annunzio, entre otros.
–Esa biblioteca familiar era de mi abuelo, que cuando yo era niña ya no vivía. Obviamente, a los nueve años yo no era políglota, así que esos libros italianos me tentaban como tentaba todo lo que no entendía. Gracias a mi tío, que me leía sus textos cuando yo era todavía pequeña y no sabía italiano, el primer autor italiano del que tuve constancia, más allá de verlo en la biblioteca, fue Goldoni. De todas maneras, estos autores no fueron particularmente determinantes en mi infancia, que fue bastante normal. Empecé a leer libros para niños y lecturas juveniles como Robinson Crusoe o las novelas de Verne, a quien descubrí siendo algo mayor. Verne es un autor que a día de hoy ha desaparecido y no me sorprende, las noticias de los periódicos pueden ser bastante más misteriosas que las aventuras que se cuentan en sus novelas. Por el contrario, nunca leí Salgari y sigo sin haberlo leído.
–Y eso que Salgari era uno de los clásicos por antonomasia de la literatura juvenil.
–Debería haberlo leído para poder compararlo con Verne, pero no lo hice, seguramente porque de chica no me gustaba el italiano, a pesar de que era la lengua familiar. Comencé a interesarme por el italiano en el liceo, donde tuve una profesora estupenda. Recuerdo que cuando la vimos entrar por primera vez en clase nos sorprendió su aspecto: era una mujer muy delgada, mayor, con un sombrerito de flores. Tenía un punto cómico. Entonces, para mí, el hecho de que viniera de Italia era sinónimo de fascismo; rechazaba todo aquello que venía de Italia porque lo asociaba directamente con Mussolini. Ella se percató enseguida de mis prejuicios, así que nada más llegar nos contó que sus seis hermanos habían muerto en la Primera Guerra del lado de Francia. Tras su relato, un silencio plúmbeo invadió toda la clase y durante todo el curso las alumnas fuimos extremadamente disciplinadas en sus clases.
Ida Vitale / LENA PRIETO
–Los libros tenían un puesto protagonista en su casa, donde nació también su interés por la naturaleza.
–Fue a través de todo lo que me contaron sobre una tía mía que se llamaba también Ida y que era botánica. Fue, en efecto, la secretaria de Arichavaleta, el fundador del Jardín Botánico de Montevideo. Yo a mi tía no la conocí, pero heredé su cuarto, en cuyo ropero había una serie de cajitas con gérmenes, semillas, bichitos muertos y cosas raras. La infancia es como una esponja: lo absorbe todo, tanto lo bueno como lo malo. Aquella herencia de mi tía, su interés por la botánica, me influenció. Seguramente si hubiera crecido en una casa de banqueros mi formación hubiera sido distinta. Yo crecí en una casa donde había libros, algunos de los cuales yo no podía leer, porque estaban en italiano, pero por la casa andaba un tío mío que estaba enfermo y que me los leía, traduciendo al castellano. Fue él quien me leyó Goldoni. Eso sí, prefería leer por mi cuenta a que me leyeran: me quejaba cuando mi tío censuraba algunas de las partes que consideraba no aptas para mí o cuando detenía la lectura porque el pobre no encontraba la palabra equivalente en castellano.
–En esta etapa de lecturas juveniles el descubrimiento de Gabriela Mistral fue clave en su formación como poeta.
–Gabriela llegó a mí como lectura escolar. Leímos uno de sus poemas en la escuela sin que la practicante nos explicara gran cosa de aquel texto y, como siempre digo, fue una gran suerte no solo que no nos explicara el poema, sino que yo tampoco preguntara todo aquello que no comprendía de aquellos versos. Fue una suerte porque, al no comprenderlo del todo, ese poema quedó en mi cabeza, que no dejó de dar vueltas en torno a aquello que no terminaba de entender. Siempre hay cosas que no se entienden cuando lees por tu cuenta textos que no corresponden necesariamente a tu edad. Aquel poema de Mistral era triste y melancólico; seguramente hacérnoslo leer fue idea de la practicante que nos lo dictó. Evidentemente, estaba totalmente desubicada, creía que íbamos a entender perfectamente el poema de Mistral, pero no fue así, por suerte. “La hora de la tarde, la que pone su sangre en las montañas….” Así empezaba el poema, ya no recuerdo como sigue.
–En Montevideo, antes de su exilio a México, conoció a otro de sus referentes: Juan Ramón Jiménez.
–Bueno, fueron muchos los nombres importantes a lo largo de mi formación como poeta, pero sí, como dices, a Juan Ramón Jiménez, a quien yo ya había leído, lo conocí cuando vino a Montevideo. Nada más llegar nos dijo que teníamos que tener mucho cuidado con Bergamín, que por aquellos días, si no recuerdo mal, estaba en Brasil. Nunca aclaró el porqué de esa prevención hacia Bergamín, pero imagino que su advertencia se debía a la distancia ideológica que los separaba. [Él era un republicano moderado, mientras José Bergamín tenía posiciones políticas más radicales].
Ida Vitale, poetisa galardonada con el Premio Cervantes / LENA PRIETO
Juan Ramón no sabía, al hacernos su recomendación, que Bergamín era una persona muy discreta: tenía sus amigos, su gente, con la que hablaba seguramente sobre determinadas cuestiones políticas sobre las que, sin embargo, no hablaba con nosotros, con quien andaba mucho. Se sentía solo, había muerto su mujer y nosotros, muy jóvenes, estábamos en la edad de la explotación: queríamos aprovecharlo todo. No podíamos no aprovechar tener cerca a Bergamín, un hombre que nos daba clase, pero que seguía enseñándonos fuera del aula. Era un hombre muy disponible, tuvimos el lujo de tenerlo cerca, siempre estaba dispuesto a conversar con sus alumnos. Bergamín fue una presencia muy importante para nosotros, a veces se juntaba con personas que no nos resultaban muy atractivas desde el punto de vista político, pero con nosotros, que éramos antifranquistas, nunca entró a hablar sobre temas políticos.
–A pesar de todo, él les prevenía ante los discursos que Bergamín les podía dar.
–Al respecto, recuerdo que, en una reunión con distintos jóvenes, Juan Ramón volvió a insistir en que teníamos que tener cuidado con Bergamín y nos habló mal de él. Casi nadie dijo nada, pues no todos los presentes tenían una relación tan estrecha con Bergamín como la que podía tener yo, y fue precisamente por esta relación que tenía con él que sentí que no contestar a Juan Ramón y rebatir sus críticas era una forma de traición hacia mi maestro. Así que le contesté, no recuerdo bien qué, pero algo le tuve que decir. Con su universo tan cerrado, debió pensar que yo era una víctima de Bergamín.
Tiempo después, desde Buenos Aires, me envió una carta en la que me explicaba todo lo malo que representaba Bergamín, hacia el cual mostraba una obsesiva enemistad por cuestiones políticas. Todo esto no alteraba mi apreciación hacia Juan Ramón. Era el poeta, mientras que Bergamín era un profesor estupendo. Fueron dos personajes muy distintos y muy admirables. Seguramente, me hubiera enfrentado a un problema irresoluble si junto a ellos dos hubiera aparecido también Antonio Machado.
–¿A quién admiraba por encima de todos?
–Machado era el poeta primero, el primer poeta que sentí como importante. Machado era el abuelo que una quería tener, mientras que Juan Ramón era un maestro un poco terrible, pero que enseñaba cosas muy importantes.
La poetisa uruguaya, Ida Vitale / LENA PRIETO
–De Juan Ramón aprendió la importancia de releer los textos y el trabajo de corrección.
–Sin duda. Él decía que los poemas tenían que dormir en un cajón. Supongo que hizo dormir muchos de sus poemas cuando era joven, pero no creo que lo siguiera haciendo cuando yo lo conocí. A esa edad, tenía todas sus capacidades en la cabeza, no necesitaba hacer reposar los textos. Lo interesante de Juan Ramón es que ya entonces planteaba una poesía que exigía un esfuerzo al lector, sostenía que lo que se escribe no tiene que agotarse en una primera lectura, al contrario, tiene que exigir constancia al lector, que tiene que saber volver al texto y releerlo.
–En 1973, partió hacia México…
Sí, nos fuimos a México cuando entraron los militares en Uruguay por obra y gracia de un embajador muy comprensivo. Estuvimos en México once años hasta que volvimos a Uruguay. Tres años después de regresar, nos fuimos a Estados Unidos, donde mi marido dio clases en la universidad y yo me dediqué a escribir y a hacer periodismo. Tras fallecer mi marido, decidí volver a Uruguay.
–En México empezó a colaborar con la revista Vuelta, dirigida por Octavio Paz.
–Cuando llegamos a México tuvimos la suerte de que un primo de mi marido estaba vinculado con la revista Vuelta y gracias a él empecé a colaborar. Recuerdo que el primer artículo que escribí para Vuelta fue un texto que no gustó nada a Octavio, que optó por no publicarlo, si bien me lo pagó. Entonces, yo creí que con aquel artículo empezaba y terminaba mi relación con la revista, pero no fue así. Poco tiempo después me volví a encontrar con Octavio, que me dijo: “Tienes que seguir colaborando, pásame otro texto”.
A partir de entonces, volví a colaborar y mi vinculación con Vuelta fue completa, formando parte de su consejo editorial. Ahora bien, sigo sin saber qué había en aquel primer artículo que molestara tanto a Octavio, que era un hombre muy respetuoso, pero, naturalmente, tenía límites. Lo único que puedo pensar es que con ese artículo Octavio me puso a prueba como hizo con mucha otra gente, pues para él había algunas cuestiones que eran inamovibles, ideas que no se discutían. Yo casi siempre estuve de acuerdo con él, aunque a veces me parecía un poco intransigente. Por ejemplo, yo veneraba a Nicanor Parra, pero a Octavio no le gustaba.
Ida Vitale, Premio Cervantes / LENA PRIETO
–Parra es un poeta completamente distinto a Paz.
–A mí me gustaba mucho el elemento irónico que tenía Parra, algo que no tenía Octavio, que se tomaba muy en serio a sí mismo como poeta. Parra era todo lo contrario, él trataba de bajar la poesía de lo alto de la escalera. Yo estoy muy lejos de Parra, que es un poeta muy distinto a mí, pero creo que es muy bueno entusiasmarse con cosas diversas. Hay que tener modelos literarios, pero también hay que saber alejarse de ellos a la hora de escribir.
–Usted, cuyos maestros fueron Juan Ramón Jiménez u Octavio Paz, dijo que el escritor más grande de América era Borges.
–Bueno, sí, aunque es muy absurdo elegir un único autor en un campo tan amplio donde hay tantos nombres relevantes. Y, de hecho, Borges no era el único autor destacable en Argentina, donde hubo poetas tan importantes como Raúl González Tuñón u Oliverio Girondo. Los chilenos tuvieron a Gabriela Mistral, a Neruda, a Parra… Son muchos los nombres que podríamos destacar, algunos de los cuales no son muy conocidos a pesar de su calidad. Es el caso de José Santos González Vera, que tiene un lenguaje muy llano y directo. Su libro Alhué, donde narra la infancia y los años de escuela, es un texto muy notable en tanto en cuanto es bastante incomparable con otras obras. Está escrito con una sencillez muy elaborada.
–Pero, más allá de todos los nombres destacables, usted eligió a Borges como el mejor.
–Sí, es cierto, dije que era el mejor escritor de América en un momento en el que había mucha gente a la que no le gustaba Borges, ante todo, porque lo consideraban un hombre de derechas, aunque era un nombre de centro al que, evidentemente, no le gustaba demasiado la izquierda. A mí me gusta más el Borges prosista que el poeta, es imposible no maravillarse con algunos de sus cuentos.
La poetisa Ida Vitale, Premio Cervantes / LENA PRIETO
Nunca quise conocerlo, pero un día me lo encontré en una esquina de Montevideo, donde acaba de llegar para dar una conferencia a la que yo no podía acudir. Iba por la calle, cargada con una máquina de coser, cuando me lo encontré solito, parado frente a la vitrina de una mercería. Me acerqué a él y le pregunté si se había perdido y a dónde quería ira. “No, no… ¿usted quién es?” me preguntó, como sorprendido de que le hubiera reconocido. “Esta tarde tengo una conferencia y la tengo que preparar”, me explicó. Mientras caminaba iba pensando en lo que diría por la tarde, pero yo estaba preocupada, pensando en las nueve cuadras que le separaban de la rambla, donde daría la charla. No podía dejar de pensar en todos los cruces que había antes de llegar hasta ahí y que debería cruzar solo. Le dije que no podía acompañarlo a pie por el peso de la máquina de coser, pero que iba a coger un taxi y le podía dejar ahí donde él quisiera, pero se negó, siguió su camino. Este fue mi primer encuentro con Borges, al que volví a ver años después en un congreso en México.
–Usted pasó once años de exilio.
–El exilio tiene esa cara mala de extrañar a los amigos, a la familia y al mundo que has dejado atrás, pero en mi caso tuvo también una cara buena que fue México, un país generosísimo con los extranjeros y diferente al Uruguay que yo dejaba atrás, que era y es un país chiquito. Llegar a México fue llegar a un mundo enorme con setenta lenguas dialectales y de grandes extensiones. México fue conmigo muy generoso, encontré gente estupenda que nos recibió sin ninguna obligación. Para mí el exilio significó también una apertura de horizontes en todos los sentidos y esto es bueno.
–Pero la experiencia del exilio no es siempre así. Basta leer los periódicos para ver lo poco acogedores que son los llamados países de acogida.
–Cierto, el caso de México es excepcional. Antes que nosotros habían llegado los españoles, responsables de fundar el Fondo de Cultura Económica, que es la editorial más importante del país y la que hizo conocer a México en toda América. Además, el Colegio de México, institución muy importante, acogió a mucha gente que venía de fuera y se convirtió en un centro de gran importancia. Era una época en la que había mucho trabajo; recuerdo que, al poco de llegar, yo ya podía dar trabajo a uruguayos que conocía y que acaban de llegar. Me ofrecieron tantas cosas que no podía con todo; esta es la prueba inequívoca de la generosidad de México y de gente como Octavio Paz o Juan Rulfo, al que no traté demasiado, pero que estaba allá.
Ida Vitale contesta a las preguntas de la periodista / LENA PRIETO
–Usted es la quinta mujer en ganar el Premio Cervantes, galardón que le llega a los 95 años.
–Sin duda esperan mucho para dar los premios y mientras esperan se les muere algún posible premiado por el camino. Si conmigo esperan un poco más, recojo el Cervantes como fantasma. En España, ¿las mujeres viven más que los hombres?
–Eso dicen las estadísticas.
–Entonces la injusticia es todavía mayor. Yo sospecho que en el caso de mi premio Cervantes hubo alguien que animó al resto del jurado, porque de lo contrario, ¿de dónde me sacaron? No considero que el premio me lo hayan concedido tanto por mis méritos cuanto por el desánimo de la competencia. Sin limitarnos a lo español, ¿cuántas escritoras estupendas hay en Latinoamérica que se merecerían este premio y no lo han recibido? Creo que el hecho de haber publicado en España ha ayudado a que me lo dieran, cosa que no ha pasado con otras poetas que también se lo merecían. Pienso, por ejemplo, en Olga Orozco, que es una escritora estupenda.
Ida Vitale, Premio Cervantes, durante la entrevista para 'Letra Global' / LENA PRIETO
–¿El escaso número de escritoras premiadas y el olvido de otras no es una falta de consideración hacia el talento de las mujeres?
–Sin duda. Si vas al Prado, ¿cuántos cuadros de Artemisa Gentileschi encuentras? Uno, dos… Es cierto que a lo largo de la historia la mujer lo ha tenido más difícil a la hora de poderse dedicar a la creación. La casa y los hijos se le imponían como trabajo principal, pero a esto se añade la ausencia completa de un sentimiento de acogida hacia las mujeres artistas. Digo esto, aunque no es lo que yo viví en Uruguay, un país en el que yo no aprecié machismo alguno, si bien mi marido me comentaba que mi percepción no era correcta: “Lo que pasa es que tú no eres testigo de lo que se habla en torno a una mesa de café de solo hombres”, me decía y seguramente tenía razón. Sin embargo, también es cierto que Uruguay era un país donde las mujeres trabajaban mucho. El problema no es dónde llegan las mujeres en el mundo del trabajo, sino qué oportunidades se les da para que puedan llegar donde quieran y sus capacidades les permitan.