Ferlinghetti, el 'beatnik' centenario
El poeta, editor, propietario de la librería 'City Lights Books' y último representante de la generación de la contracultura norteamericana rebasa el siglo
19 abril, 2019 00:00No es muy grande el círculo de escritores, como de personas del común, que alcanzan los 100 años. A los nombres de Ernst Jünger, Nicanor Parra, Francisco Ayala, Victoriano Crémer o Juan Eduardo Zúñiga hay que añadir el de Lawrence Ferlinghetti. En el poeta estadounidense llama la atención la longevidad inusual en una generación cuyos miembros, víctimas de sus propios excesos, a menudo se fueron relativamente jóvenes: Kerouac a los 47 y Neal Cassady a los 41. Varios a los 70, que no es “ni chicha ni limoná” sino whisky, cirrosis o cáncer hepático por el alcohol.
Él, todos los retratos coinciden en ello, fue más templado y calculador. No solo ha hecho versos y ha pintado; mucho menos bohemio que sus amigos, creó una librería y una editorial emblemáticas; es decir, ha tenido que tener la cabeza fría porque, en punto a ser efímero, son estos dos tipos de negocios por lo general mucho más fugaces que la estrella de cualquier poeta maldito, sea beat o no.
Lawrence Ferlinghetti.
De familia desarbolada (llegó a conocer el orfanato), Ferlinghetti participó en el desembarco de Normandía y luego se doctoró en la Sorbona (su madre era francesa). Se estableció en San Francisco hacia 1951, y contribuyó de manera sobresaliente a la vida cultural de aquella ciudad que, si californiana, nada tiene que ver con el sol de Los Ángeles o Malibú, y sí con la humedad y la niebla de Glasgow (que se lo digan si no a Luis Cernuda, que pasó exasperado allí el curso 1961-62). Ahora acaba de aparecer su novela Little Boy, que refleja un yo imaginario que tiene mucho que ver con él pero que no es exactamente él, como no lo era el protagonista de Retrato del artista adolescente de Joyce o el de los últimos libros de Molina Foix.
Naturalmente, ambos son dos de los libros más vendidos en City Lights. Uno de los hitos de San Francisco, allá donde concurre todo aquel que aprecie la literatura o la mitología contracultural, se halla en el 261 de Columbus Avenue. Comenzó siendo una revista, cuyo título homenajeaba a Chaplin. Luego abrió el establecimiento del mismo nombre. Librería de dos plantas en una de las calles en cuesta de la ciudad al lado de un callejón que ahora ostenta el nombre de Kerouac, sus secciones son flexibles y transversales, y atienden más a asuntos y temas que a la división rígida por géneros. Hoy en día es tan icónica como los tranvías para turistas, como el edificio de la cercana Pirámide Transamérica o los trazos rojos sobre azul del puente Golden Gate.
City Lights Bookstore, la librería de Ferlinghetti en North Beach (San Francisco) / CAROLINE CULLER.
De la estirpe de los poetas editores, como Carlos Barral o Abelardo Linares, Ferlinghetti fue, tras escucharlo recitado por su autor en 1956, el editor de Aullido, el polémico poema de Allen Ginsberg que hizo que tuviera que defenderse en juicio por un delito de obscenidad en aquella América pacata. Ganó el pleito y luego publicó a autores como Burroughs, Kerouac o Corso. La difusión de estos ha sido también su obra.
North Beach
En aquel célebre recital de la Six Gallery leyeron por primera vez en público Gary Snyder, Michael McClure y Philip Whalen. Snyder es, con Ferlinghetti, el último autor vivo de aquella generación, y aunque vive en California tras largas estancias en Oriente, lo hace en una cabaña en la sierra, aislado y dedicado a hacer una poesía en la que los indios y la naturaleza se hermanan con los osos o con el ensanchamiento de la conciencia. Whalen, introductor también de la filosofía oriental en los miembros de la generación, acabó haciéndose monje budista (como ese medio beat canadiense, Leonard Cohen).
El Renacimiento poético de San Francisco se reveló contra la férula del New Criticism, tan rígido y rigorista, tan estirado. La de los beat fue la generación que vino a continuación e hizo famosa a San Francisco, aunque no se limitó a esta ciudad. También Nueva York tuvo su protagonismo en el movimiento de escritores bohemios y su Village fue el equivalente del North Beach. Hoy San Francisco ha mutado y en convivencia de mendigos y turistas habría que hablar más de Byte Generation, con el cercano y prosperísimo Silicon Valley, cuna de empresas informáticas.
Un grupo de beatniks en un bar de San Francisco.
Ferlinghetti posee características comunes con los beats, a quienes tanto ha publicado, pero no puede ser considerado en puridad uno de ellos. De hecho, él rechaza serlo. No hubo apenas mujeres entre aquellos tipos, pero se pueden citar los nombres de Diane Di Prima, Anne Waldman, Brenda Frazer y Hettie Jones. Otra figura importante fue el influyente Kenneth Rexroth, también de San Francisco, introductor de tantos asuntos y tratamientos, desde lo oriental al jazz como correlato de cierto tipo de poemas.
¿Cuál es la vigencia de la Generación? No cabe duda de que muchos de sus postulados siguen vivos: la defensa de la libertad individual, el pacifismo, el amor libre. No tanto se ha mantenido el interés por las drogas entre los creadores, pasado el sarampión de décadas anteriores. Si antes los beats se bajaban a México igual que los españoles al moro en busca de alucinógenos y experiencias extremas, como décadas antes Aleister Crowley y tantos otros, hoy son otros los estupefacientes y las adicciones, y ya el budismo, aunque siga interesando, ha sido vencido por el consumismo que aborrecían estos poetas. Aquel vagabundeo es hoy el vuelo barato de Ryanair.
La influencia beat en la literatura en español
Los beats tuvieron un notable impacto en todo el mundo. También en España. Fue temprana la traducción de poemas beats aquí gracias a un monográfico de la revista Claraboya (marzo-abril de 1967) con traducciones de Marco Ricardo Barnatán y otros y un artículo de Ignacio Gómez de Liaño. Allí, no obstante, se confundían los términos beat y beatnik (este último fue acuñación de un periodista con intención despectiva).
Quizá el poeta español más beat de cuantos hubo sea Leopoldo María Panero, que en su libro Así se fundó Carnaby Street (1970) recogía el testigo de aquella sensibilidad disconforme, aunque una vez declaró que no le interesaba Ferlinghetti ni la poesía beat, por su carga conversacional. Mariano Antolín Rato fue traductor de los beats y copartícipe de ese mundo underground. Eduardo Haro Ivars y Antonio Escohotado son también nombres que se pueden aducir como herederos de lo beat. Los Novísimos compartieron muchas características. Otros nombres acreedores a codearse con ellos, o su sombra, son en enumeración caótica (acaso la mejor, tratándose de beats), Jesús Fernández Palacios, Vicente Muñoz Álvarez, Rafael de Cózar, Antonio Cordero Sanz, Álvaro Salvador, Pablo del Águila, Roger Wolfe o Mónica Caldeiro.
El poeta Allen Ginsberg en 1979 / HANS VAN DIJK.
Carlos Edmundo de Ory se carteó con Ginsberg y en el archivo de la fundación dedicada al primero en Cádiz se puede ver un ejemplar de Aullido dedicado/garabateado/ilustrado por el segundo (se conocieron en Nueva York en 1987, en un local del East Village). Ginsberg tradujo con Edith Grossman una colección de poemas del gaditano que se publicó aquel año, pero la corriente de simpatía de este por el neoyorquino venía de antiguo. Música de lobo (1970) recuerda en su título inevitablemente a Aullido. Asimismo puede ser nombrado el gallego Carlos Oroza.
Jesús Aguado, uno de sus mejores conocedores en nuestro país, ha escrito: “Ellos, que fueron avanzados de la contracultura, el ecologismo, el comunitarismo, la fraternidad universal, el orientalismo, el feminismo y el erotismo sin fronteras, quizás sean ahora más necesarios que entonces: porque nuestra época involuciona hacia esa tacañería mental y emocional de la que habían conseguido librarnos el puñado de obras iluminadas que firmaron estos seis y sus colegas; y porque los poderes a los que se enfrentaron han aprendido la lección y han cavado trincheras de apariencia inexpugnable”. Él mismo es autor de un libro fundamental: No pasa nada: Los poetas beat y Oriente (El Bardo, 2007).
En México, tan frecuentado por los beats (allí Burroughs levantó la tapa de los sesos a su mujer, Kerouac escribió entre otras cosas Mexico City Blues, Neal Cassady murió en San Miguel Allende), se han apreciado conexiones con el infrarrealismo de Roberto Bolaño y Bruno Montané, que acabaron viviendo en España. En Argentina (Buenos Aires Poetry, 2017) se ha publicado hace poco la antología Poesía Beat, que reúne a cuarenta de estos autores, entre populares y desconocidos. En aquel país también ha habido epígonos, adlátares, seguidores, que dejaron su propio latido en las revistas Opium y Sunda en los años sesenta.
Beat quería decir derrotado y marginado pero a la vez “colmado de una convicción muy intensa”, aclaró Kerouac en un texto recogido en La filosofía de la generación beat y otros escritos (la bonaerense Caja Negra, 2015). Al final de sus días, el autor de En el camino acabó citando a Spengler y volviéndose al catolicismo de sus antepasados bretones. Probablemente, la rebeldía sea eso: hacer en todo momento lo que no se espera de uno.