Cavafis, prosista

Cavafis, prosista

Poesía

Cavafis, prosista

Bádenas redescubre para los lectores españoles la obra en prosa del gran poeta griego

18 diciembre, 2017 00:00

Constantino Cavafis es, de todos los poetas griegos de la época moderna, el más conocido e influyente. En España ha sido abundantemente traducido, y uno de los primeros introductores de su obra, Pedro Bádenas de la Peña, lo trae ahora de nuevo a las mesas de novedades pero en una faceta distinta y complementaria: la de prosista. Se une, pues, Selección de prosas al tomo aparecido hará un año que se ocupaba de la poesía también en la cuidadísima Biblioteca de Literatura Universal que pilota Luis Alberto de Cuenca, helenista él mismo. Bádenas ya había vertido la poesía en una edición menos completa hace décadas en Alianza Tres. Los dos volúmenes de ahora presentan el retrato más completo del escritor.

Como se señala en la introducción, “Cavafis empezó su vida profesional como periodista y traductor.” Y de hecho, en el volumen correspondiente a su poesía se incluían los poemas que escribió en inglés (una de las características que lo acercan a Pessoa) y las traducciones poéticas que realizó. También en este otro queda constancia de ese trato con autores en otras lenguas, como Shakespeare, Browning, Tennyson, Baudelaire, Poe, Wilde y Keats, de cuyo Lamia parte para uno de los textos aquí recogidos. El autor de Las flores del mal, por su parte, le inspirará algunos poemas en prosa recogidos en el primer tomo de esta obra reunida. En cuanto a Poe, su sombra está presente en A la luz del día. Pero el baile de lenguas es más amplio y dinámico: en el transcurso de su carrera, Cavafis pasa de un griego rígido y envarado a una variante más popular, la llamada “demoticista”; por otra parte, al principio escribió su prosa en inglés, con un tono periodístico, y Bádenas aventura que para esos artículos “quizá la intención fuera publicarlos en Inglaterra”, aunque señala también las dificultades que encontraría para ello. El poeta alejandrino residió en Inglaterra entre 1872 y 1877 y mantuvo la ciudadanía británica hasta 1885. Y quizá sea preciso hacer una observación: cuando citamos a Wilde, Browning o Tennyson (especialmente estos dos) parece, desde la perspectiva de hoy, que hablamos de remotos antecedentes decimonónicos, pero lo cierto es que fueron estrictamente sus contemporáneos. Sobre ambos escribió, primeramente en inglés y luego él mismo se tradujo al griego. En estos casos, como en los originales ingleses de Shakespeare o Keats vertidos por Cavafis, Bádenas ha preferido traducir de la traducción, en un salto que atraviesa tres lenguas. Es un asunto interesante este el de los autores que se vierten a sí mismos, y daría para jugosas páginas, se trate, para ceñirnos a autores españoles en lenguas distintas del castellano, y para limitarnos a tres nombres, de Álvaro Cunqueiro (del gallego), Joan Margarit (del catalán) o Xuan Bello (del asturiano). Como confieso mi incapacidad para dar esquinazo a mi fijación con Irlanda, añadiré que también un caso similar lo podemos estudiar en autores hibérnicos como Liam O’Flaherty, que trasvasó del irlandés al inglés una parte de sus cuentos tomándose libertades que solo pueden ser excusables cuando coinciden en una misma persona autor y traductor.

Cernuda, deslumbrado

La literatura es un gozoso salto de piola en el que intervienen muchos jugadores; cuando es buena, estos vuelan; si mala, caen. Así, en El final de Ulises, Cavafis se ocupa de la versión que hace Tennyson de las aventuras del héroe de la Odisea y, como señala, el poeta victoriano sigue más a Dante que a Homero. Es decir, tenemos en estas páginas el paso del griego al toscano y de este al inglés que regresa al griego, un griego por el que han pasado veintisiete siglos.

Solo existía una edición anterior de prosas de Cavafis en español (la de José García Vázquez y Horacio Silvestre en Tecnos, 1991). En inglés, su otra lengua, además de una selección de prosas, ha tenido la suerte de que el traductor del relato a lo Poe, trasmutado en In Broad Daylight, fuera nada menos que el poeta James Merrill, residente en Atenas una temporada en una casa con vistas al Partenón.

Cernuda descubrió a Cavafis en las traducciones al inglés de E. M. Forster, quien conoció al autor de Ítaca o Esperando a los bárbaros en 1916 y publicó un poema suyo en una guía de Alejandría en 1922. En una entrevista que le hizo Fernández Figueroa en Índice (1959), Cernuda declaraba que aquel poema “sobre tema de Plutarco, donde Marco Antonio oye en la noche la música que acompaña al cortejo invisible de los dioses, que le abandonan, me parece una de las cosas más definitivamente hermosas de que tenga noticia en la poesía de este tiempo”. A Cavafis lo han leído bien grandes poetas. Otro, W. H. Auden, lo utilizó como ejemplo para marcar la gran diferencia entre la prosa y la poesía, diciendo que si la primera es traducible la segunda no lo es. Esto, naturalmente es demasiado esquemático, pero contiene una gran verdad. Y Auden afirmaba que Cavafis, por las características de su verso, que se acerca a la prosa, minimizaba esa diferencia.

En cualquier caso, su prosa está aquí de nuevo, como complemento de los poemas que con razón deslumbraron a Cernuda.