¿Una pena? ¿Un camino en descenso hacia ninguna parte? La cumbre se alcanzó, eso seguro, en 1992, con los Juegos Olímpicos de Barcelona. Las instituciones colaboraron, algunas con reticencias y arrastrando los pies, como la Generalitat, y el clima era de optimismo, con la sensación de que España había vuelto después de muchas y muchas décadas al concierto internacional. Y para Cataluña era esencial, porque sin Barcelona no podía haber país. “El futuro de Cataluña pasa por el futuro de Barcelona, que nadie crea lo contrario, porque se equivocará”, fue la frase de Narcís Serra que sonó con enorme contundencia, aunque siempre con su tono pausado y medido, en la librería Byron, este lunes.

Serra, en conversación el historiador Jordi Canal, autor de 25 de julio de 1992, la vuelta al mundo de España, (Taurus), desgranó algunas vivencias de su etapa como alcalde de Barcelona, y su participación, tras las elecciones generales de 1982, en el Gobierno de Felipe González. La otra frase, que impactó entre los presentes en la librería Byron, fue ese lacónico “una pena”, del propio Serra, al considerar que el proceso independentista ha llevado a una pérdida de protagonismo de Barcelona y a la percepción, basada en hechos concretos –o más bien en la falta de ellos—de que en la ciudad pasan pocas cosas, de que no es el centro neurálgico por el que pasaban jefes de estado y presidentes de gobierno, pese a los últimos e importantes esfuerzos del Círculo de Economía, con la presencia del presidente de Corea del Sur, o del presidente del consejo de ministros de Italia, y expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi.

Con los Juegos, Pujol pisa el acelerador

La ciudad de Barcelona ha sido y es un centro cultural de primer orden, pero ha perdido brillo. La causa, precisamente, está en los propios Juegos Olímpicos. Lo que ocurrió, a partir de aquella ceremonia de inauguración del 25 de julio de 1992 provocó lo que vendría después. Es una paradoja. Pero es la interpretación de Jordi Canal, al entender que el proceso nacionalizador de Jordi Pujol se aceleró a partir de aquel momento. “Es una hipótesis, pero que los hechos también corroboran pocos años después, y es que, tras un éxito tan rotundo de la mezcla, de la variedad, de la convivencia entre lenguas y banderas, de músicas distintas, de un cierto mestizaje, que se produce en 1992 con los Juegos Olímpicos, Jordi Pujol consideró que su proyecto se debía intensificar para nacionalizar Cataluña”.

Narcís Serra, en la librería Byron / CG

¿Cierto, solo una impresión de Canal, una justificación para entender ese comentario de Serra, “una pena”, o un buen punto de partida para valorar lo ocurrido a partir de entonces? Los dos protagonistas, con el editor Miguel Aguilar como maestro de ceremonias, intercambiaron impresiones y reflexiones sobre el mejor momento de España, que lograba sacar la cabeza en el contexto internacional tras una complicada transición y unos duros años ochenta, golpeados por la reconversión industrial y el terrorismo, tras superar el 23F de 1981.

¿Y Fidel Castro, también en Barcelona?

Precisamente, ese es el instante determinante. Narcís Serra, como alcalde de Barcelona, tenía el proyecto olímpico en la cabeza, después de hablarlo con Juan Antonio Samaranch, presidente del COI. ("Sin Samaranch no habría habido Juegos"). Y antes de dejar la alcaldía ya había cumplimentado toda la documentación, y la había enviado a Lausana, todavía con la UCD en el Gobierno. El rey Juan Carlos es clave para apoyar los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992, pese a las reticencias de la UCD de Calvo Sotelo, que no quería que la capital catalana restara esfuerzos al proyecto de la Exposición Universal de Sevilla. El 23F, sin embargo, actúa como catalizador. “Si se apostaba por un proyecto que iba a celebrarse once años después, eso quería decir que se daba continuidad a la España democrática, que se emplazaba a confiar en una España democrática”, enfatiza Serra, al señalar que eso fue decisivo para que el Gobierno dijera que sí, tras la influencia del jefe del Estado, Juan Carlos I.

El editor Miguel Aguilar, junto al historiador Jordi Canal y el exministro y exalcalde de Barcelona, Narcís Serra / CG

Lo curioso, o no tanto, es que, con Felipe González, “un sevillano convencido”, según Serra, el proyecto olímpico cobró fuerza, sin menoscabo de la Expo, ni de la capital cultural europea de Madrid. “Felipe consideró que él podía con todo, que España podía con todos esos proyectos y que eso le iba a dar una gran proyección al país, y también a él”, incide Serra, que constata lo que vendría después: “España cobró fuerza en el concierto internacional y eso lo vio y lo aprovechó Felipe González, porque se debe recordar que en ese momento en Barcelona se dieron cita hasta un 20% de los líderes, jefes de estado y presidentes de gobierno, de todo el mundo, como el propio Fidel Castro, que entonces viajaba fuera de Cuba”.

Unos jóvenes que acaban en Lledoners

Pero volvamos al concepto “pena”. En Barcelona, en 1992, aparecen unos jóvenes nacionalistas, que intentan boicotear los Juegos, auspiciados por el Govern de la Generalitat, por el propio Jordi Pujol. Y el lema es “Freedom for Catalonia”. Airean banderas, gritan, durante los Juegos. Son los mismos protagonistas que salen de la prisión de Lledoners, casi treinta años después: Joaquim Forn, Jordi Sànchez, o Josep Rull. Y despliegan allí mismo el mismo mensaje. ¿Qué ha pasado? ¿Han ganado, o han fracasado?

Ese debate político, cultural, sobre cómo los mensajes perviven, pese a la vivencia de circunstancias distintas, se mantendrá en los próximos años. Jordi Canal se atreve y considera que la “frustración” de esa generación, que se prepara para tomar el relevo, tras el final político de Jordi Pujol, pero no accede al poder, que logra el primer tripartito con Pasqual Maragall de presidente de la Generalitat, es uno de los factores fundamentales que explican el inicio del proceso independentista, justo en ese momento, en 2003, y cobra fuerza y se intensifica con la Diada de 2012.

Es una hipótesis, un elemento para la reflexión, con esa clara advertencia de Narcís Serra de fondo: sin una Barcelona fuerte, que muestre su cultura al mundo, que exhiba su dinamismo económico, no habrá una Cataluña posible, no habrá desarrollo social. El exalcalde sigue en plena forma. Eso sí, con silencios, pausas, tono moderado y con mensajes que expresa con su propio rostro y sus gestos característicos de siempre.