La contracultura y el 'underground' en la Barcelona de los años míticos / DANIEL ROSELL

La contracultura y el 'underground' en la Barcelona de los años míticos / DANIEL ROSELL

Letra Clásica

Mapa y huella de la Barcelona contracultural

Una exposición en el Palau Robert reivindica la agitación y avanzadilla de libertades del movimiento ‘underground’ que cuajó en la capital catalana en la década de los setenta

12 junio, 2021 00:10

En aquellos años, muy al principio de los setenta, el Mediterráneo se iba llenando de agua negra, próximo a la orilla donde comenzaba (o terminaba) Barcelona. En esa misma ciudad, por esa misma época, el underground se disponía a instalar su colmado de colores y papel de plata, los imperdibles trinchaban el lóbulo, el pelo podía salir disparado hacia cualquier dirección, las chupas de cuero, las camisetas rasgadas, las guitarras a todo trapo, el amor libre, el vuelo sin motor del ácido, el humo dulce del hachís bien prensado. En aquella verbena tan abarrotada, dibujantes, escritores, actores, músicos, fotógrafos y gente del más variado pelaje dieron forma visual a la fiesta convirtiendo la capital catalana en un alivio contra la neurosis de la dictadura que se agotaba. 

Fue entonces cuando prendió Barcelona como un lugar altamente creativo, un insólito espacio físico y mental. Y lo hizo por pocos años entre una inconsciencia armónica y un destino irremediable. Del cómic a la música; el cine, el teatro y la fotografía, también el periodismo, con figuras como Ramón de España. Una juventud diversa –de Bocaccio a las barracas del Somorrostro, con cachorros de la burguesía y jóvenes de clara filiación suburbial– encabezó esta expedición con gusto a tolerancia internacional. El tiempo feliz y dorado que fue el paraíso abierto de unos pocos, quienes actuaban –sin saberlo– a modo de venganza preventiva contra tanta derrota. Un zoo fastuoso desde el que se degustaba de otro modo la realidad, casi como si lo real fuese una fábula agria, una formulación moderna de los paraísos de El Bosco. 

Ramón de España, fotografiado por Juan Ramón Yuste, en la contraportada de 'Ajoblanco'

Ramón de España, fotografiado por Juan Ramón Yuste, en la contraportada de 'Ajoblanco'

El intento de recobrar lo perdido es la historia de una agonía. También el de un robo. Así lo sostiene Pepe Ribas, escritor y periodista, responsable de la exposición La contracultura y el underground en la Cataluña de los años 70 que el Palau Robert acoge hasta el próximo 28 de noviembre. No se trata de una nostalgia por la Barcelona ácrata y disparatada, sino del itinerario fugaz y resplandeciente de una metrópoli que, habiendo sido fieramente moderna e internacional, volvió a serlo de forma inesperada. Consiste en exprimir el jugo de un tiempo en el que germinó la necesidad de pasarlo bien mientras el mundo comenzaba a ser contado de otro modo. Un esfuerzo colectivo por superar costumbres, ideas y creencias imperantes. En buena medida, una lección sobre los límites de la libertad. 

Esa historia es, por tanto, la de una o dos generaciones –rabiosa prehistoria de la democracia en España– que hoy tienen algo de añoranza sin cura, de madurez estimulante. No hablamos exactamente de la Transición española, sino de sus derivas creativas como ese underground primigenio, libertario, instintivo. Y Ribas, que ha sobrevivido para contarlo, lo hace no a la manera de los relatos heroicos, sino en el modo limpio y contundente que ofrece la acumulación de documentos: en torno a setecientos, que dan cuenta del arte, la música y la literatura generados en Barcelona de los setenta. “Es un ejercicio de memoria de unos hechos trascendentes y, también, un testimonio de las personas que participaron en ellos”, afirma el fundador de la revista Ajoblanco

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Una de las salas de la exposición de Pepe Ribas sobre el movimiento contracultural en Barcelona / PALAU ROBERT

Se suma esta propuesta a los abundantes relatos (ensayos, memorias, exposiciones) surgidos en los últimos años en torno a la contracultura, un fenómeno poliédrico y radicalmente periférico (Sevilla, Valencia, Vigo...). Con todo, la muestra del Palau Robert bombea novedad por su ánimo de exhaustividad y su interés por abarcar todas las expresiones del movimiento en Barcelona. La capital catalana es un caso singular y altamente representativo, favorecida por su condición de centro económico, por su carácter portuario, por su cercanía con la frontera francesa y por la miopía del franquismo a la hora de detectar y calibrar el impacto de la llegada de expresiones culturales provenientes de California, Ámsterdam, Londres y París (el ideario hippy, la música progresiva, la literatura beat y los ecos de las protestas de Mayo del 68).

“Fueron años de creatividad desbordante, sin cánones impuestos, vividos al margen de prebendas, partidos e instituciones. Las incoherencias del régimen franquista en su decadencia –la persecución centrada en los políticos marxistas e independentistas y la distancia geográfica con Madrid, centro neurálgico del poder– hicieron posibles unas grietas por las que se coló una parte de la juventud inquieta y conectada con las corrientes contraculturales que llegaban de fuera del país”, explica Ribas, quien ya husmeó en la época en su libro Los 70 a destajo, Ajoblanco y libertad (RBA, 2007). Para la ocasión, está arropado por Canti Casanovas –impulsor del portal La web sense nom– y el arquitecto Dani Freixes, enfrentado al desafío de ordenar y clarificar a los ojos del visitante tanta información. 

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La portada de uno de los álbumes de King Crimson, en las paredes de la exposición /  PALAU ROBERT 

De este modo, la exposición La contracultura y el underground en la Cataluña de los años 70 propone, a partes iguales, un censo y un mapa de la desobediencia. Comienza con las nuevas melodías que emiten José María Pallardó y Françoise Cahuet en sus programas de Radio Juventud (Al mil por mil y El clan de la una) y con los cancioneros de Bob Dylan que Ángel Fábregas publicaba en la editorial Hogar del Libro antes de fundar la discográfica Als 4 Vents. Desde ahí remata en el Jazz Colón, Zeleste y el primer Festival de Música de Granollers, celebrado los días 22 y 23 de mayo de 1971 en un abarrotadísimo campo de fútbol cercado por agentes y patrullas de la Guardia Civil. Sisa, Fusioon, Màquina! y Smash acompañaban a The Family, la banda británica liderada por Roger Chapman. 

En ese tiempo surge también el movimiento de dibujantes de El Rrollo Enmascarado, quienes viven y trabajan en la famosa comuna de la calle del Comerç. Nazario, que había llegado desde Sevilla como profesor de adultos tras cambiar la guitarra flamenca por el lápiz y el papel, coincide con Mariscal y los hermanos Miguel y Josep Farriol en el bar London, y ese cuarteto se anima a sacar a la calle una revista avivada por un costumbrismo irreverente, provocativo y, sin lugar a dudas, desconocido en el ámbito ibérico. A esta primera generación del tebeo marginal español se sumarían, con el tiempo, otras firmas como las de Max, Isa, Roger, Montesol, Ceesepe y El Hortelano. Sus historietas atacan desde 1973 a 1975 la hipocresía, la moral represiva, los imperativos católicos y la falta de libertad sexual

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Dos visitantes pasan por delante de una fotografía de Ocaña disfrazado en carnaval / PALAU ROBERT

En aquel paisaje hirviente, el teatro se convierte en una de las artes más sobresalientes por su dinamismo y pluralidad. Si el big bang de la escena puede fijarse hacia 1968 con el estreno de Marat-Sade de Adolfo Marsillach, ya en los años setenta surgen las compañías (Els Comediants, Els Joglars y Dagoll Dagom, entre las más importantes) y los espacios independientes, como el Saló Diana y la Sala Villarroel, donde se celebran las Jornadas de la Antipsiquiatría, del 17 al 23 de julio de 1978, así como los encuentros de alcohólicos anónimos y los primeros colectivos feministas. En enero de 1976, los actores inician una huelga y salen a la calle para reclamar una política municipal de teatro y unas condiciones laborales que les permitan acceder al subsidio de desempleo.

Por esas mismas fechas llegan a los quioscos las dos grandes revistas del movimiento: Star y Ajoblanco. La primera de ellas, fundada y dirigida por Juanjo Fernández desde 1974 hasta su cierre en 1980, despertaría un camino cosmopolita en favor del cambio cultural de país ajena a los juicios, multas, secuestros, suspensiones y amenazas que sufrió. La segunda de las cabeceras –creada por Pepe Ribas, quien la ha definido como “un proyecto de acción y transformación colectiva, horizontal e integradora”– alumbra movimientos sociales como la ecología, el amor libre, la lucha homosexual, la objeción de conciencia, las comunas y el cooperativismo. Durante su existencia, Ajoblanco contó con la participación de más de dos mil colaboradores y llegó a contar con cerca de un millón de lectores

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Materiales de la exposición / PALAU ROBERT

Casi a modo de remate, este recorrido sitúa las Jornadas Libertarias del Parque Güell –del 22 al 25 de julio de 1977– como la manifestación más rotunda de la contracultura en Barcelona, dado que libertarios de distintas procedencias se encuentran allí para charlar sobre cultura, autogestión y alternativas, así como para festejar la libertad tras cuarenta años de dictadura. De aquel evento quedan las grabaciones del colectivo independiente Video Nou, que recogen tanto los debates como las fiestas nocturnas, donde destacan Ocaña, Nazario y Camilo con sus escenas de sexo explícito sobre el escenario. A inicios de 1978, el incendio de la sala de fiestas Scala –tras el lanzamiento, supuestamente, de cócteles molotov tras una manifestación de la CNT– causa la muerte de cuatro trabajadores. Será el inicio del fin.  

Al margen de esta cartografía de la insubordinación, la exposición La contracultura y el underground en la Cataluña de los años 70 trata de explicar la progresiva disolución del movimiento. Así, la desactivación de esta rebeldía colectiva pudo deberse al devenir biológico –muchos de sus protagonistas desertaron en busca de fórmulas más estables de vida– y a la intervención de agentes externos, principalmente la consolidación de las fórmulas políticas tradicionales en la Transición que acabaron por arrinconar cualquier tipo de propuesta libertaria. “La era del Yo me quiero, Yo y mi casa y Yo y mi teléfono se fue imponiendo por el fomento del consumismo y el impacto del marketing y las agencias de publicidad. Entramos en la modernidad, la era del yo”, se lee en la muestra del Palau Robert, casi anticipando la ideología dominante en los Juegos Olímpicos de 1992.   

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Reproducciones y piezas originales se combinan en la muestra / PALAU ROBERT

La lectura que propone Pepe Ribas sobre el movimiento contracultural no es, precisamente, pesimista. Le otorga un carácter innovador en el ámbito social, apartando esa idea del underground como un paréntesis histórico sin descendencia. En opinión del fundador de Ajoblanco, “ahora, cincuenta años más tarde, muchas de las libertades que la ciudadanía considera normales tienen su origen en las múltiples luchas de unas personas que pasaron a la acción dentro del poliédrico movimiento contracultural que algunos llaman underground”. “Lo que más nos movía era la aventura de unir el arte y la vida, vivir al día, el rock salvaje, el viaje sin rumbo ni fecha de regreso, la libertad sexual, la vida en comunidad y la muerte de la familia patriarcal. En suma, un mundo sin autoritarismo ni falsedad”, concluye, casi, a modo de bandera. O de consuelo.