La traductora Selma Ancira / LENA PRIETO

La traductora Selma Ancira / LENA PRIETO

Letra Clásica

Selma Ancira: "El lector de una traducción debe sentir lo que el lector del original"

La traductora mexicana, que ha vertido al español a los grandes autores clásicos rusos y griegos, reflexiona sobre su trabajo, que compara con el de los intérpretes de música

28 diciembre, 2020 00:10

Se podría decir que Selma Ancira lleva toda la vida dedicándose a la traducción. Todo empezó cuando descubrió a Marina Tsvietáieva; se entusiasmó tanto con su poesía que quiso aprender y dominar la lengua rusa para poder traducir sus versos. Tras ella, vinieron muchos otros autores, Tolstoi, Dostoievski, Pushkin. Y no solo de la literatura rusa, sino también de la griega. Y es que Ancira es una de las principales traductoras de la lengua helénica al español. Prueba de ello son sus traducciones de Nikos Kazantzakis y de Yannis Ristos para Acantilado, que precisamente acaba de publicar Variaciones el Cáucaso de la escritora María Iordanidu. Esta, sin embargo, no es la única novedad que tiene Ancira en el mercado: Galaxia Gutenberg acaba de editar Madres e hijos de Theodor Kallifatides, de quien Ancira ya había traducido Otra vida por vivir.

–Dice Tolstoi en El camino de la vida: “Cuanto más verdaderamente sabio es un hombre más sencillo es el lenguaje en el que se expresa su pensamiento”. Como traductora de tantos autores, ¿cree que Tolstoi tenía razón?

–Es una pregunta difícil de responder, pero diría que cada obra tiene sus propias dificultades. Tolstoi dice esta frase en la última etapa de su vida, cuando ha dejado muchas cosas aparcadas para quedarse con lo estrictamente esencial. Para él, una de ellas era la sencillez en el lenguaje. Con El camino de la vida él quería decir algunas cosas y que estas llegaran a cualquier tipo de lector; adornar en exceso el lenguaje hubiera significado adulterar el contenido de la obra. Dicho esto, lo que sí puedo decir es que, en estos cuarenta y un año de carrera, me he dado cuenta de que cuanto más claro tiene el escritor lo que quiere decir mejor lo expresa, facilitando así al traductor la tarea de comprensión y de transmisión. 

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–¿Sirve de ayuda conocer y hablar con el autor al que se traduce?

–Únicamente he traducido a tres autores vivos. El primero fue un amigo mío, Alexéi Varlámov, cuya novela, El nacimiento, me encantó y con quien las dificultades fueron mínimas, puesto que su lenguaje es sencillo y directo. La segunda autora viva que traduje fue Niki Marangou, una escritora chipriota a la que conocí cuando estaba en Chipre trabajando en la traducción de los poemas de Yorgos Seferis. Con ella establecí una buena amistad y tuve por primera vez la experiencia de lo que significa trabajar con el autor. Y el tercer escritor vivo al que he traducido es Theodor Kallifatides, al que no conozco personalmente, pero con el que contacté cuando inicié la traducción de Otra vida por vivir. Tuvimos varias conversaciones en las cuales pude formularle las dudas que iba teniendo en la medida que avanzaba con el texto. Ahora acaba de publicare Madres e hijos, otra novela de Kallifatides que he traducido para Galaxia Gutenberg y donde el contexto histórico pesa mucho. No quería equivocarme en nada, así que he trabajado mano con mano con él y ha sido una experiencia muy enriquecedora. Es un hombre con una sensibilidad muy especial y con una cultura vastísima. 

–¿Cuando traduce clásicos, las cosas cambian?

–Mucho. Cuando me he enfrentado a autores como Tolstoi, Marina Tsvietáieva, Kazanzakis y he buscado siempre distintas maneras de sentirme segura con respecto a mi traducción. Cuando traduje a Seferis por primera vez, mi editor, don Jaime García Ferrer, director editorial del Fondo de Cultura Económica, me envió a Grecia para que conociera a los seferólogos que me podían ayudar y asesorar en el momento de anotar el texto. Además, conocí a la viuda de Seferis, que me contó todo aquello que se escondía tras los ensayos, su historia, el proceso de escritura. Esa fue la primera vez que me di cuenta lo importante, a la hora de enfrentarse a un texto, que es ir al lugar de origen del autor, conocer su entorno, consultar fuentes y entrar en el texto no solo a través de las palabras, sino de todo lo que lo rodea. 

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–Si no me equivoco, usted decidió ser traductora por Tsvietáieva.

–Sí, ella me descubrió mi vocación como traductora, cuando la leí por primera vez quedé tan deslumbrada que quise aprender ruso solo para poder traducirla. Siempre que he terminado un libro suyo he viajado hasta Rusia para conocer de primera mano los lugares que describe, la gente, el entorno. Lo que te quiero decir es que siempre intento buscar elementos que enriquezcan el fondo de los libros en los que estoy trabajando.

–¿Para hacer buena traducción es necesario ir más allá del texto y conocer su contexto?

–Quizás haya buenos traductores que no lo necesiten. No es mi caso. Invierto tiempo y dinero con tal de adentrarme en el mundo del escritor y sentirme así segura con lo que estoy transmitiendo al lector en lengua española. Piensa que, traduciendo a Tolstoi, tuve tanta la necesidad de penetrar y conocer su mundo que durante diez años organicé un seminario de traductores de literatura rusa en la hacienda de Toltoi. Allí nos reuníamos y discutíamos sobre cómo resolver algunos problemas que plantea el ruso y confrontábamos cómo determinadas cuestiones eran abordadas de forma distinta en las diversas lenguas en las que la literatura rusa es traducida: en italiano, en francés, en español, en inglés. Siempre recuerdo lo que decía Tsvietáieva: “Lo que quise fue seguir a Pushkin lo más de cerca posible, sin ser su esclava, lo que indiscutiblemente habría hecho que me quedara a la zaga del texto del poeta. Y cada vez que sentía yo ganas de esclavizarme, el poema perdía”. 

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–¿Hay lenguas más traducibles que otras?

–De las dos lenguas que yo traduzco, el ruso y el griego, no puedo decir cuál es más fácil. Cada una de ellas presenta sus dificultades. Independientemente de esto, creo que es un error decir que es fácil traducir lenguas aparentemente más próximas como es el italiano, el francés o el portugués, puesto que estos tres idiomas tienen también sus propias reglas y cadencias que no necesariamente corresponden con las del español. El trabajo del traductor siempre es el mismo y cada lengua necesita ser abordada de una manera distinta para obtener un resultado bueno para el lector español. 

–La literatura rusa y griega han tenido suertes distintas, al menos en España, donde la primera ha sido siempre más conocida que la segunda. 

–Es cierto, aunque las cosas están cambiando. Poco a poco, hay más escritores griegos en el mercado y los editores se interesan por la literatura griega, que no se puede comparar con la rusa por una cuestión meramente geográfica. Piensa en el tamaño de Rusia y en la importancia de sus autores en el siglo XIX y piensa en el tamaño de Grecia, que es un país pequeño que no ha tenido una pléyade tan importante. Los escritores griegos son muchos menos, pero esto no significa que no haya algunos que son muy notables. Hay que reconocer la labor que ha emprendido Acantilado con la traducción de Kazanzakis directamente del griego, un autor que hasta hace muy poco encontrábamos en las librerías españolas en traducciones del francés. Sandra Ollo [actual editora de Acantilado] ha apostado por el poeta Yanis Ristos, a quien comencé a traducir gracias a Jaume Vallcorba. Joan Tarrida, editor de Galaxia Gutenberg, me ofreció la posibilidad de traducir a Kallifatides, cuyos derechos compró sin conocer al autor, por recomendación de la agente norteamericana y ha sido todo un fenómeno. Publicamos la primera edición de Otra vida por vivir en el mes de abril del año pasado y ya hemos alcanzado seis ediciones. 

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–¿Era frecuente que autores griegos y rusos llegaran a los lectores en español a través de traducciones del francés?

–Sí, este fue el caso de Kazanzakis, pero también el de Tolsoi. Esto se debe a que, en su momento, no había gente que manejara el ruso y el griego con la soltura suficiente para traducirlos al castellano. Sin embargo, sí había mucha gente que conocía perfectamente el francés, así que lo más fácil era acudir a una traducción francesa. En los últimos cincuenta años ha ido apareciendo un grupo, cada vez más numeroso, de personas interesadas en aprender lenguas y literaturas no necesariamente próximas. Las escuelas de traducción han sido claves y los frutos los vemos hoy. 

–El lector ha salido ganando.

–Sin duda. El lector de una traducción debe sentir lo mismo que siente el lector del original. Cuando traduzco a Iordanidu quería que el lector de aquí tuviera la experiencia del lector griego, que se sorprende ante el uso tanto del griego occidental como el de Asia Menor. El hecho de que la escritora mezcle estas dos variantes hace que el lector griego occidental se enfrente a palabras que no conoce y que provienen de la zona de Asia Menor. Pasé muchas noches sin dormir pensando qué hacer y, al final, pensé que podía llevar a cabo este mismo juego recurriendo al español de España y al español de México, puesto que hay términos mexicanos que los españoles no conocen y términos del español peninsular que no todos los mexicanos reconocen. 

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–¿Para obtener la misma sensación que tiene el lector del original ¿hay que prescindir de la literalidad?

–Depende. Si traduces una novela, tienes mucho margen para huir de la literalidad y todavía cuentas con más margen si traduces poesía, donde lo que buscas es una determinada música. En cambio, en un libro como El camino de la vida hay que ser absolutamente literal, porque se está delante de un libro de ideas. Si traduzco una obra de teatro tengo que buscar la reacción del espectador deseada por el autor y  seguramente tenga que escaparme un poco del original, puesto que un juego de palabras en un determinado momento puede no funcionar en castellano, así que tengo que colocarlo en otro lugar con tal de que el efecto final sea el mismo. A Tsvietáieva, le encantan los juegos de palabras, el problema es que en castellano no siempre puedo hacerlos porque la lengua no me lo permite. Sin embargo, a lo mejor, en otro momento sí puedo y es entonces cuando hago un juego de palabras que, si bien no corresponde perfectamente al propuesto por Tsvietáieva, le permite al lector captar perfectamente el estilo de ella y el carácter de la obra. 

–¿Está de acuerdo con esa idea de que en todas las traducciones se pierde algo?

–No hablaría de pérdida. No quiero sonar arrogante, pero creo que toda traducción debería aspirar a convertirse en un libro canónico de la literatura en la que va a inscribirse. Me explico: Pasternak traduce al ruso los sonetos de Shakespeare. Ahora en ruso esos sonetos llevan el nombre de Shakespeare, pero también el de Pasternak, que los ha convertido en un faro de la literatura rusa. A esto debe aspirar una traducción. A mí me gustaría que algún día mis traducciones formasen parte del canon de la literatura escrita en español. Me gustaría pensar que tienen la calidad necesaria para convertirse en obras de referencia, aun habiendo sido escritas originariamente en otra lengua. 

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–¿Hoy se hacen mejores traducciones?

–Sin duda, las traducciones son más cuidadas, más rigurosas y más pensadas.

–¿También hay mayor reconocimiento del traductor?

–Absolutamente. Hemos avanzado mucho en cuanto al reconocimiento de nuestra labor y creo que Acantilado ha jugado un papel clave puesto que, desde el primer libro que publicó, Vallcorba puso el nombre del traductor en portada. Kallifatides siempre me dice que los libros que le he traducido son de los dos porque “las ideas son mías, pero el castellano es el tuyo”. Así debe pensarse la traducción. De la misma manera que necesitas un intérprete que te haga disfrutar de una partitura que no comprendes, necesitas un traductor que te haga accesible un texto escrito en una lengua que no conoces. Los traductores recreamos la obra de los autores en una nueva lengua, la reescribimos para acercarla a los lectores y que puedan disfrutar de un texto que, de otra manera, les resultaría ajeno.