Letra Clásica
Isabel Clara-Simó, dilecta de Jaume Fuster
Valorar a Simó exige situar su justa medida en el altar de las letras catalanas; no hacer de su agitación política un compendio del catalanismo
14 enero, 2020 00:00El título de su opera prima de ficción, És quan miro que hi veig clar, le otorgó a Isabel-Clara Simó el manejo del fin del universo masculino y de las convenciones sociales. Entró, a contracorriente, en el material sensible del gran poeta de Sarrià, J.V. Foix: És quan dormo que hi veig clar / Foll d'una dolça metzina / … La escritora nacida en Alcoi mostró en Es quan miro -la obra ganadora del Premi Victor Català de 1978- la embestida de su larga trayectoria: una mirada sobre el mundo con los ojos que lo son “porque te ven” y “no porque tú los veas” (Machado). Después llegó todo, que ha sido mucho, hasta que, desgraciadamente, falleció ayer lunes, a los 76 años de edad, después de una prolongada ausencia de la escena pública, causada por una enfermedad degenerativa que le afectaba el habla.
Tres ejes la definen: primero su conocido combate irónico o directo contra el machismo (Estimats homes, de 2002, en clave de caricatura, continuada en 2010 con Homes); en segundo lugar, sus desvelos por el lado oscuro de la infancia; y, finalmente, su lucha ideológica en el bando del soberanismo, que ella vinculaba con la vigilia del combate aventurista de los Països Catalans.
Pero estos ejes no tendrían ningún valor si no formasen parte del poder evocador de toda su obra como novelista y ensayista, incluidas, por supuesto, sus crónicas periodísticas (su dietario De fil de vint, en el diario Avui), nunca neutrales, solo dirigidas a lectores concernidos como militantes del procés o exégetas de una Cataluña prevaricadora. Como es bien sabido, la Simó fue reconocida en 2017 con el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes. Valorarla hoy no significa aceptar sus peticiones de principio, sus falsos silogismos nacionalistas sobre la patria herida, con derecho a todo. Valorarla exige situar su justa medida en el altar de las letras catalanas; no hacer de su agitación política un compendio del catalanismo.
Isabel-Clara estudió Filosofía y Letras y se formó en la Valencia de Joan Fuster, su mentor, miembro de la generación de los Premios de Octubre, junto a Eliseu Climent, editor de Tres i Quatre. Fuster afirmaba, a la sombra de Vicens Vives, no haber encontrado nunca una reflexión realmente seria sobre la identidad del pueblo valenciano; y que, precisamente por ese motivo, se consideraba obligado a descifrarla. Fuster efectuó la ruptura epistemológica con el valencianismo provinciano de mascletá y Plaza del Caudillo (liderado por el Bunker Barraqueta, de tintes hispano-metafísicos) y sucursalista (a la rueda de Jordi Pujol).
Con la fuerza del monje que clavó sus tesis contra las indulgencias en la puerta de Wittenberg, Fuster puso en las librerías, en las universidades y en los cenáculos del pensamiento su portentoso libro: Nosotros, los valencianos. Solía hablar de la obligación que tiene todo pueblo de conocerse a sí mismo, perpetuando el modelo de Vicens, en Noticia de Catalunya. Fuster habló de los Països Catalans, como de una identidad suprarregional, nada más, y defendió la unidad lingüística de las variantes del mismo tronco; aceptó las normalizaciones, pero nunca abandonó su variante: el valenciano. Isabel-Clara es mucho más joven; captó el aire de aquel magisterio, pero lo ha malogrado en el procés, un movimiento destinado a las alcantarillas de la historia.
En los años ochenta, Simó vertió su talento; Alcoi-Nova York (1985), Històries perverses (1992), premio Crítica Serra d’Or, o Dones (1997), de la que salieron un guión de Jordi Cadena y la película de Judith Colell. Siguió en los noventas La salvatge (1993), que fue premio Sant Jordi; El Mossèn (1994), sobre la figura de Verdaguer; El professor de música (1998), premio de la Crítica dels Escriptors Valencians; Hum... Rita! L’home que ensumava dones (2001), premio Octubre-Andròmina; Amor meva (2010), premi Joanot Martorell o Els invisibles (2013), entre otras obras.
Fue en su visión del lado oscuro de la infancia donde Simó antepuso un empeño heroico, digno de autores sólidos que navegan contra las inercias colectivas. En su novela, Angelets, publicada en 2004, diseccionó el espacio del bosque sombrío en el que se pierde la inocencia; el lugar de los juegos y las claustrofobias; allí donde emergen las pesadillas, las figuras paternas o la atmósfera gótica de los cuentos de hadas ¿Puede haber algo más cruel que un niño condensado en el cuerpo que quiere ser adulto? La narradora Clara-Isabel Simó siempre ha jugado fuerte; es una lástima que su trayectoria esté siendo defendida en las calles ocupadas por el enaltecimiento irresponsable. El sectarismo de algunas voces, sin haberla leído, ha querido hacerla más grande de lo que es.