Letra Clásica
Flann O’Brien, notas para traductores
La traslación literaria no consiste en calcar las frases de un autor, sino en volver dibujar el verdadero sentido de las expresiones vertidas en la lengua original
24 diciembre, 2019 00:00La historia irlandesa es una rama de la literatura fantástica. Al menos, la representada en los anales y en los más antiguos registros. Esto es especialmente cierto en lo que hace al Lebor Gabála, el Libro de las invasiones, principal fuente de la historiografía mítica de la isla. España tiene allí una gran importancia, pues la tradición cuenta que un grupo de hombres venidos de aquí llegaron a Irlanda y se establecieron en ella. Eran sus caudillos los hijos de un Míl Espáine (soldado o guerrero de España). Se trata de la raza conocida como milesia.
Pero no sobre los milesios, sino sobre Myles trata este artículo. En concreto, sobre Myles na Copaleen, uno de los seudónimos de Brian Nolan o Flann O’Brien (el seudónimo con el que firmó sus novelas con excepción de la segunda de ellas, publicada no en inglés sino en irlandés en 1941). No hablaremos aquí de cómo los hijos de Míl fueron de España a Irlanda, sino de cómo las obras de Myles vinieron a España muchos siglos después de aquel periodo legendario.
Este año se celebró en Dublín, ciudad donde estudió y trabajó toda su vida adulta, un congreso internacional sobre Flann O’Brien, coincidiendo con el 80 aniversario de su debut novelístico, En nadar dos pájaros, libro sorprendente y joya del modernismo anglosajón, que llamó la atención de Borges, Pitol, Greene y nada menos que Joyce, quien lo leyó, cegato, ayudándose con adminículos de aumento. También en este 2019 que ahora termina se conmemora el treinta aniversario de su traducción al español, junto a la traslación de otra obra suya en lengua irlandesa, La boca pobre. Curiosamente, no eran estos los primeros libros del autor que se ponían en nuestra lengua: en 1988 se había ya vertido La vida dura. Curioso comienzo, pues se trata de la más floja de sus novelas.
No es nada fácil traducir a O’Brien (llamémosle así con independencia del seudónimo que empleara en cada escrito). Autor que usa como nadie el humor, la sátira, la parodia (nada de extrañar tratándose de un irlandés), sus páginas están colmadas de matices. Lo mismo recrea textos de la antigua tradición gaélica, con el peso del lenguaje y la tradición, que inventa un científico estrafalario y desopilante. En este segundo caso, la tarea se complica para el traductor al español o a otra lengua romance porque O’Brien maneja palabras y hasta palabrejas de etimología latina para denotar altisonancia y pedantería. Esto, lógicamente, no tiene el mismo efecto en nuestros idiomas que en inglés, que dispone en muchos casos de vocablos con raíces germánicas para lo mismo.
La boca pobre despliega también no pocos obstáculos, en la mayoría salvables mediante la información que se puede albergar en una introducción o mediante las pertinentes notas al pie. Lo más importante es adaptar el lenguaje arcaico del capítulo VIII, donde un hombre muy anciano se expresa en irlandés medieval. Hay un diálogo entre este y el protagonista que se abre con la pregunta “Ocus gá scél is ail duid?” Para entendernos, es como si se usara el castellano del Cantar de Mío Cid. Patrick C. Power, el traductor al inglés, eligió convertirlo en “And what narrative might give thee pleasure?”, usando la forma antigua del dativo y acusativo, el thee de sabor añejo. Mi versión reforzaba, consonancia con el original, las formas antiguas: “¿E qué nuevas quisierdes oír?”
También el capítulo IV requería una solución cuando se emplea por parte de un estudiante de irlandés un lenguaje torpe que se evidencia mediante la pronunciación figurada (teniendo como base la lengua inglesa). El traductor al inglés transformó esta parte del libro en un soso “I don’t think that Father Peter has the word decline in any of his works”, perdiendo así el carácter de extrañeza de la frase. La traducción española optó por mantener esta extrañeza, que es fundamental para situarnos en la acción y la interacción de los estudiantes de irlandés con los hablantes nativos: “Nou kreou ke la palabrra decklinadou aparesca en ningunou de los librous del Padrre Peadar”.
El citado padre Peadar, por cierto, no es otro que el autor de un clásico de la literatura en irlandés, Seádna, y de la traducción del Quijote a aquella lengua. Del mismo modo que Cervantes se reía en su obra de los excesos de las novelas de caballerías, O’Brien se mofó de varios libros que se hicieron muy populares en años anteriores a la publicación de La boca pobre, incluido Séadna. En esos volúmenes proliferaron el cliché y el tópico, y esto es algo que también ridiculizó en sus columnas publicadas en The Irish Times, que en español se han vertido bajo el título de La gente corriente de Irlanda. Aquí el traductor hubo de adaptar y recrear a discreción, pues junto a frases hechas y lugares comunes de traslación trasparente hay otras tan intrínsecamente irlandesas, o del idioma inglés, que mejor era buscar equivalencias que se alejaran de lo literal. A menudo, traducir no es calcar sino dibujar de nuevo.