Paradojas del tiempo y de los embrollos y rollos de película, que enredan su celuloide y forman caprichosos nudos y bucles, estos días asistimos simultáneamente a la gira de despedida de Joan Báez y a la recuperación, como si se tratara de nuevas, de unas grabaciones correspondientes a la gira que en 1975-76 realizó con Bob Dylan, hoy parte de Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story, la última película de Martin Scorsese. Otra paradoja es también que en una época en la que lo digital impera (la película no se ha proyectado en cines sino en Netflix, de visión únicamente en salones de casas, tabletas y móviles), los viejos músicos siguen llenando polideportivos, teatros y auditorios, pues a la gente le sigue gustando el directo, la cercanía de un cuerpo y de su voz, no la mera reproducción de sones enlatados.
La voz y el cuerpo de Báez han menguado, no en vano tienen tras de sí 78 años. Sesenta se cumplen ahora de su debut en 1959 en el Festival de Folk de Newport y de su primera actuación en el Club 47 de Cambridge (Massachusetts). Tempus fugit. “Ha debido pasar el tiempo lento, lento, minutos, silos, eras”, escribió a un tiro de piedra, en aquel Harvard, Dámaso Alonso un lustro antes del debut de Báez, quien siguiendo los pasos de Pete Seeger comenzó cantando baladas tradicionales y canciones protesta y luego incorporó muchas ajenas a su repertorio, y compuso algunas propias.
Entre los versionados están Woody Guthrie, Phil Ochs, Bob Dylan (todo un disco doble memorable dedicado a él, Any Day Now), Johnny Cash, Jackson Browne, Leonard Cohen, Violeta Parra… Como un bumerán lanzado desde las Islas Británicas no a Australia sino a América, las versiones de Báez de baladas como Geordie, House Carpenter, Matty Groves o Black is the Colour pasaron al repertorio de grupos y cantantes insulares como Fairport Convention, Pentangle, Steelye Span o Christy Moore. También compuso canciones con Ennio Morricone para la banda sonora de la película Sacco e Vanzetti.
Ahora, tras un decenio sin disco nuevo, ha publicado Whistle Down the Wind, que toma título de un tema de Tom Waits. Para presentarlo, y para despedirse de su público, ha vuelto a la carretera embarcada en el llamado Fare Thee Well Tour. Son numerosísimas las canciones tradicionales que incluyen la palabra farewell (literalmente, “adiós”, “que te vaya bien”). Sin ir más lejos, su tantas veces interpretada Farewell, Angelina (creación de Bob Dylan, en realidad).
En España, los conciertos de este toque de retirada llevan los nombres de San Sebastián, Sitges, Sant Feliu de Guíxols y, última etapa mundial de la gira, despedida absoluta, Madrid, en el Teatro Real. Bien podría ser el madrileño el último concierto de su carrera, pues Báez ya no piensa realizar más giras. Si acaso, podría a volver a comparecer ante el público en alguna ocasión particular o con motivo de una causa benéfica. La voz ha cambiado, y ya no puede alcanzar ciertas notas. Donde no da más de sí la ayuda Grace Sumberg, la cantante que la acompaña en la gira.
Cuando hace meses la revista Rolling Stone la entrevistó, ante la pregunta de cuál sería la última canción de ese colofón prolongado en fechas y escenarios, Báez respondió que seguramente No nos moverán en español. En su primera visita a nuestro país, el 15 de noviembre de 1977 ya la cantó en el programa de televisión Esta noche, fiesta, de José María Íñigo. Se la dedicó a Dolores Ibárruri, La Pasionaria, “a pesar de sus ideas un poco diferentes de las mías”, matizó la norteamericana.
La canción había sido censurada, junto con Las madres cansadas, de la edición española de su álbum Gracias a la vida, solo tres años antes. Se entiende, más que por las alusiones a los trabajadores en su letra, sobre todo por la última estrofa: “Cuando los soldados sus garitas dejarán, / y en las trincheras sus uniformes quemarán... / Oh, mi general, tus fieles tropas / ya se habrán olvidado de ti / ¡y la gente del mundo ya descansará!”.
El álbum Gracias a la vida es de 1974. Allí canta de Miguel Hernández Llegó con tres heridas. También ha cantado y grabado la vasca Txoria Txori, de Mikel Laboa, y la catalana tradicional El Rossinyol. En algún concierto reciente que ha dado en Cataluña también ha cantado Més lluny, de Lluís Llach. En su disco Baptism: A Journey Through Our Time (1968) recitaba y cantaba la obra de diversos poetas, entre ellos Federico García Lorca con Gacela de la muerte oscura y Casida del llanto, de Diván del Tamarit. Por otra parte, su disco Diamonds and Rust in the Bullring se grabó en la plaza de toros de Bilbao en 1988. En 2010 se le concedió la Orden de las Artes y las Letras, distinción que recibió de manos de la ministra González-Sinde.
La rica tradición musical de Escocia pasaría a través de la madre a las dos hijas que optaron por la música folk (Joan y Mimí Fariña): entre esas canciones estaba The Braes o’ Balquhither, también conocida como Wild Mountain Thyme o Will ye Go, Lassie, Go. Báez la cantó en un club de jazz de Edimburgo en 1965, y aunque ya la habían popularizado The McPeake Family (¡con arpas y gaitas irlandesas!) y The Clancy Brothers, la versión en la cristalina voz de Báez, inmortalizada en los archivos de la BBC y en el disco de aquel año Farewell, Angelina, es una de las más conmovedoras que existen, habiendo decenas de versiones.
Lazarillo de Dylan cuando este aún iba tanteando en busca de su propia voz, lo llevó a diferentes escenarios y compartió mucho con él después de conocerlo en 1961 en un concierto en el que el de Duluth era telonero de John Lee Hooker. En el mundo del West Village neoyorquino se cocía la fusión de estilos, y uno de los protagonistas de esta aventura fue precisamente su cuñado Richard Fariña, pareja de su hermana menor, Mimí. Todo un personaje también este Fariña, que murió prematuramente en un accidente de automóvil cuando venía de firmar su única novela. Thomas Pynchon, amigo suyo, le dedicó la suya Rainbow’s Gravity. En otro lugar Pynchon recuerda su doble procedencia parecida a la de Báez (padre de Manzanas, Cuba, y madre del condado de Tyrone, Norte de Irlanda) y cómo el Día de San Patricio se subía a una mesa a beber cerveza verde y recitar el Verde que te quiero verde de Lorca.
Excelente intérprete del dulcimer, instrumento rey la tradición de la música de los Apalaches, Fariña llevó el nombre de Tommy Makem, amigo y medio paisano suyo, a uno de los cortes de su primer disco, y versionó el clásico irlandés My Lagan Love utilizándolo como música para un poema propio. El cuñado de Báez, a quien esta dedicó su canción Sweet Sir Galahad, era cliente habitual de la White House Tavern, que ha pasado a la dudosa posteridad del alcoholismo porque es de allí de donde el otro y primer Dylan, Dylan Thomas, salió en 1953 cargado de dieciocho whiskies antes de morir.
Incansable luchadora contra la segregación racial, la Guerra del Vietnam, las dictaduras hispanoamericanas (especialmente la de Pinochet), la discriminación de los homosexuales, los jornales de miseria de los inmigrantes en EEUU, el armamento nuclear, Joan Báez ha caminado junto a Martin Luther King en la histórica marcha por los derechos civiles en Washington en 1963 o cantado para Nelson Mandela en el 90 cumpleaños de este en 2008. También ha compartido su música con presos.
Dejó de escribir canciones hará ahora un cuarto de siglo, no porque ella lo decidiera sino porque se secó la inspiración. Nunca fue tan prolífica como compositora y, aunque escribió poemas, también eso acabó. Hoy pinta. Pero de tan brochazo gordo es la realidad que en 2017 volvió a las andadas y compuso Nasty Man, canción en la que ataca a Trump sin nombrarlo y que compartió con éxito en su página de Facebook. Qué diferente su relación con el anterior presidente. Cantó We Shall Overcome en la Casa Blanca en la primera toma de posesión de Obama en 2009, y en su último disco interpreta The President Sang Amazing Grace, una alabanza a la empatía del primer presidente negro de los EEUU.
Hay o hubo otras mujeres con voces increíbles a lo largo y ancho de la esfera folk: Kate Long y Emmylou Harris en los Estados Unidos; Mary Black y Dolores Keane en Irlanda; Sandy Denny y Jacqui McShee en Inglaterra. Joan Báez, además de poseer una garganta portentosa, la ha hecho ser estandarte de mil causas sociales y campañas a favor de los más desfavorecidos. No se ha limitado a realizar adaptaciones de las viejas baladas o a hacer versiones más o menos comerciales de músicos contemporáneos. Ha arriesgado y hecho suyo el mensaje del verso de Gabriel Celaya: “Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”.
Una guitarra acústica posee una boca, ese brocal de un pozo en que se ahogan tantos. Es fácil ensimismarse en él, introspectivamente. Joan Báez ha sido capaz de dar voz a lo íntimo sin olvidar la caja de resonancia de su activismo. Desde la última vuelta del camino, tomándole prestado el título a Baroja, se marcha con coherencia y dignidad.