Tiene el escritor japonés Atsushi Nakajima (1909-1942) un imaginario diferente, un mundonuevo, desconocido e inusual tanto en Occidente como en Oriente. Esta es una de sus grandes virtudes. La repetición, las modas, los lugares comunes, los likes, crean seguridad y pertenencia, pero no permiten avanzar en la construcción de un contexto nuevo. ¿De dónde procede el mundo de Nakajima? ¿Por qué deberíamos leerlo? Dice Makiko Sesé, una de sus brillantes traductores, junto a Daniel Villa García y responsables, gracias a la editorial Hermida, de que llegue por fin a nuestras manos, que en Japón es una lectura obligatoria en la educación secundaria. Escritor extraño, diferente y excelente, se incluye en ella por usar un estilo memorable y poético, un vocabulario muy rico y, sobre todo, y de allí podría venir su singularidad, por su conocimiento de la lengua china clásica (cuyos temas además utiliza), caracteres que también están en la lengua japonesa y que los alumnos deben aprender.
Nakajima fue un gran viajero y humanista. De 1920 a 1926 vive en Corea. Su padre, profesor de literatura clásica china, estaba destinado en este país. Estudia literatura japonesa en la Universidad de Tokyo y se instala un poco después en Yokohama como profesor de japonés e inglés en un instituto femenino, a la vez que escribe ensayos, poesía y cuentos cortos. En 1941 decide dedicarse a la literatura y consigue un trabajo para preparar un libro de texto de japonés para las colonias del Pacífico Sur (Micronesia). Un año más tarde viaja con el afamado pintor Hisakatsu Hijikata por Palaos y, en 1943, ya muy enfermo de asma (una de las razones que le habían llevado al Pacífico Sur) vuelve a Tokyo con su familia, donde muere a los 33 años.
A Nakajima le gusta transformar sus personajes en animales, tigres, pulpos, etc., pero, mucho más, compararlos con ellos y usarlos metafóricamente. Las derivas que siguen sus cuentos son sorprendentes. Las acciones se duplican y están tan bien compuestas que el lector no acierta a discernir cuál es la buena o la mala (como si se expusieran a través de contrarios) y decide elegir ambas. Se podría decir que sus temas están vinculados a Occidente, sobre todo al periodo de entreguerras, y su simbología, al extremo Oriente.
En los cuentos de La mujer pulpo la mirada de Nakajima es más antropológica, detallada y descriptiva. El volumen recoge sus investigaciones y viajes por el Pacífico Sur en siete cuentos e incluye extractos de sus escritos, que recogen paisajes y temas locales. De nuevo, como en el libro anterior, los relatos se sitúan en un espacio prácticamente anacrónico e inmemorial. Sus fuentes son pictóricas. Su encuentro con el pintor Hijikata en Palaos no solo tiene que ver con su forma de narrar o describir, si no también con las historias folclóricas de sus cuentos, que toma de él. También cita a Gauguin (lector como es de Pierre Loti), a quien busca en los paisajes de Micronesia. Pero, conocedor del exotismo del francés, prefiere compararlos con las pinturas orientales.
La mujer pulpo tiene además otro gran valor: la representación de un Japón apenas conocido, el contexto de las personas que sufrieron y murieron en la guerra del Pacífico. Más de 10.000 soldados honrados finalmente en 2015 por los emperadores del país, cuyo homenaje muestra una realidad que la mayoría de los japoneses desconocía, “el campo de batalla olvidado”. Nakajima representa esa realidad para suerte de las generaciones venideras, que al igual que él, aman las letras y temen por su catástrofe: “¡Cuánto amaba a las letras y a los libros! Nunca se quedaba satisfecho leyéndolos, memorizándolos y acariciándolos. Los adoraba hasta tal punto que masticó las tablas de arcilla de la versión más antigua del Cantar de Gilgamesh, las diluyó en el agua y se las tragó”, escribe.