El cementerio inglés y otras historias sobre turismofobia

El cementerio inglés y otras historias sobre turismofobia

Letra Clásica

El cementerio inglés y otras historias sobre turismofobia

Manuel Huertas recuerda episodios del pasado que asemejan la actual aversión al turismo con actuaciones xenófobas

24 agosto, 2017 00:00

En el número 1 de la avenida de Pries de Málaga, una frondosa arboleda oculta un camposanto; 11.000 metros cuadrados para 1.500 almas. En la entrada, dos leones de piedra franquean la puerta de estilo gótico. Cuando se cruza, el silencio solo se ve interrumpido por el crujir de la hojarasca. De entre la enmarañada vegetación apenas sobresalen los hitos que dictan la suerte amarga de marineros, escritores y demás héroes de la libertad. Todo parece estar envuelto en ese halo de melancolía que garantizan las necrópolis anglicanas.

El día de su inauguración en 1831, el cónsul británico Williams Mark clavó la primera cruz para sorpresa del gentío: "¡Dios mío! Pero si estos judíos también utilizan cruces". El comentario no cayó de sorpresa. Antes de la fundación del cementerio, la muerte de un protestante en España creaba graves problemas. El cadáver quedaba relegado por la carcunda oficialidad a una especie de apartheid. Los sepelios se sucedían de noche, en la playa y con el máximo sigilo, porque al paso del cortejo a más de una “mantilla” se le erizaba el moño y se santiguaban como medida purificadora. La superstición y superchería estaban a la orden del día. En 1622, al morir en Santander el secretario del embajador británico, se optó por arrojar su cuerpo al mar. Los pescadores temerosos de la mala fortuna, lo izaron a bordo y lo arrojaron a tierra para pábulo de alimañas. No fue hasta la Revolución de 1854 cuando se hizo oficial la construcción de cementerios internacionales y civiles, en un momento en el que cierto número de españoles ya no compartían la fe católica y comenzaban a dudar de la psicosis impuesta.

Un eufemismo de xenofobia

Para el nobel J. M. Coetzee, la paranoia es la patología de regímenes inseguros y, en particular, de dictaduras que la extienden con rapidez y amplitud a la población. Quizás, sea eso lo que pretenda la organización Arran con sus ataques violentos a su nuevo enemigo: el turismo, un conspirador que atenta contra su particular visión de cultura. Pero la peregrinación en masa no es sólo un medio transformador (casi siempre hacia algo mejor), se trata de un medio vital de enriquecimiento de la vida social, y no sólo en cuestión de cifras económicas, como sólo parece importarle al señor Miquel Valls, presidente de la Cambra de Comerç de Barcelona.

Basta ya de eufemismos, lo de los cachorros de la CUP no es turismofobia es miedo a lo externo. Es esa xenofobia que tanto critican y cuelgan a modo de epíteto en la espalda de quienes no piensan como ellos. No obstante, decía Orwell que el que acepta una ortodoxia hereda contradicciones, y como se puede apreciar, es un hecho característico de la censura el que nunca esté orgullosa de sí misma y nunca haga alarde de ella. Hace algunos cientos de años, en las sesiones públicas de los tribunales rabínicos, se proporcionaba a los testigos de blasfemia una lista de eufemismos para que los pronunciaran en lugar del nombre prohibido de Dios. Es más, la palabra maldecir resultaba tan escandalosa que la sustituían por bendecir. Surgió así una concatenación de eufemismos con la intención de que los hechos ya no tuviesen que pronunciarse.

De vuelta

En el cementerio inglés de la calle Pries de Málaga reposan los restos de Robert Boyd, héroe irlandés caído en desgracia en su lucha contra el absolutismo fernandino, o el escritor Gerald Brenan, quien durante el franquismo tuvo la osadía de publicar sus pesquisas sobre la muerte de Lorca, poeta que también parece molestarle al historiador Josep Abad y al consistorio de Sabadell. Otros visitantes ilustres fueron el cuentista Hans Andersen y el novelista Leopoldo Alas, que no entraron con los pies por delante ya que andaban de vuelta, es decir estaban haciendo turismo.

La palabra turista procede del inglés tourist. El término se registró por primera vez en un libro del siglo XIX: A traveller is nowadays called tourist (Actualmente el viajero es llamado turista). La moda viajera de la época consistía en hacer un tour (un giro, una vuelta) por Francia, Italia y otros países para impregnarse de la cultura mediterránea. Al cabo del año sabático, volvían al punto de partida. De ahí el significado de turismo, "viaje de ida y vuelta",  así que no pierdan más el tiempo con ataques xenófobos, aleccionados del nacionalismo, no tengan más miedo; no han llegado para quedarse.