El escritor ruso Fiodor Dostoievski, recuperado por la editorial Nórdica / WIKIPEDIA

El escritor ruso Fiodor Dostoievski, recuperado por la editorial Nórdica / WIKIPEDIA

Letra Clásica

Volver a Dostoievski

La editorial Nórdica recupera una obra del escritor ruso, y da pie a reeler de nuevo todas sus novelas

27 octubre, 2021 00:00

Cuando se tiene un carácter compulsivo, como es mi caso, todo se hace a lo bestia. Incluido leer. Cuando me da por un autor en concreto, puedo pasarme meses leyéndolo en exclusiva, hasta que me quedo sin material disponible porque el sujeto en cuestión lleva un tiempo muerto y eso ya se sabe que dificulta notablemente la publicación de nuevas obras. En diferentes momentos de mi existencia, me ha dado por autores tan variopintos como Patricia Highsmith, Ruth Rendell, Georges Simenon, Evelyn Waugh, Scott Fitzgerald, Fiodor Dostoievski o el celebrado trío Los Austrohúngaros (Stefan Zweig, Arthur Schnitzler y Joseph Roth). Por regla general --y aunque sé que es absurdo--, no vuelvo a ellos jamás tras el atracón, como no sea movido por la nostalgia o por el deseo de recuperar ciertas sensaciones que me hicieron muy feliz en su momento: ello es achacable a que suelo estar sumergido en el autor de turno recién descubierto y no estoy para que me alejen de él (o de ella).

Algunas veces, sin embargo, el mundo editorial me obliga a volver a los viejos y queridos escritores a los que llevo años sin acercarme. La pequeña editorial madrileña Nórdica, que edita muy bien y con muy buen criterio, me ha dado últimamente la oportunidad de volver a Fitzgerald con la publicación del único relato que quedaba inédito en España, El pagaré, que ha salido con una bonita portada del dibujante de comics norteamericano Seth: no es una obra maestra, pero el reencuentro con Scotty ha sido agradable. Nórdica también ha conseguido que vuelva a Dostoievski, y en este caso, el regreso ha sido magnífico. El bueno de Fiodor cumplirá doscientos años el próximo día 11 de noviembre (nació en Moscú en 1821), y Nórdica se ha adelantado a la efeméride publicando una excelente novela corta (o cuento largo) publicada en 1862 y que responde al prometedor título de Una historia desagradable. Que yo sepa, este relato estaba inédito en España --por lo menos, en tiempos recientes-- y ha sido un gustazo tragárselo, entre otros motivos, porque me confirma en la teoría de que el tremebundo Fiodor ocultaba en su atormentada psique a un humorista de primera magnitud.

Cada vez que he sostenido esta teoría ante amigos devotos del escritor ruso, se han producido arqueos de cejas (en el mejor de los casos) y comentarios despectivos de ésos que suelen dedicarse a quién consideras que no ha entendido nada de lo que acaba de leer (en el peor). De nada me ha servido nunca insistir en los ataques de hilaridad que me produjo Los demonios --la historia de una pandilla de idiotas, comandada por el iluminado príncipe Stavrogin, que aspira a una revolución en Rusia, pero solo consigue parecer una versión ante litteram de Podemos: el tal Stavrogin, observado desde el presente, parece a veces una extraña mezcla de Pablo Iglesias y Jordi Cuixart--, pues todo el mundo le niega a ese libro el punto cómico que yo encuentro en muchas de sus páginas y que se enseñorea de la recién publicada Una historia desagradable, una lúcida reflexión sobre la estupidez humana bienintencionada y las catástrofes que de ella pueden derivarse.

Un nuevo atracón

La historia transcurre en la Rusia inmediatamente posterior a un aperturismo zarista del que, lo confieso, no había oído hablar en mi vida, y se centra en los penosos esfuerzos de un alto funcionario, Iván Illich Pralinski, por poner en práctica lo que él llama humanitarismo y que consiste en creer que la sociedad mejorará notablemente si tratamos con amabilidad, deferencia y sensibilidad a quienes no son tan afortunados como nosotros. Una fría noche de invierno, tras comer y beber en casa de un amigote tan bien situado como él, Iván Illich decide poner en práctica el humanitarismo y, de camino a casa caminando (su cochero lo ha dejado tirado sin avisar), hace un alto en la humilde morada de un funcionario a sus órdenes que está celebrando su boda. Pralinski cree que esa muestra de humanitarismo conquistará el alma de los juerguistas, pero lo único que logra es crear incomodidad, emborracharse hasta perder el conocimiento, quedar como un intruso y un pelmazo y, en definitiva, hacer el ridículo por meterse donde no le llaman.

Gracias a Una historia desagradable, ya dispongo de otro ejemplo que mostrar a los amigos que nunca han captado el sentido del humor del querido Fiodor. Y, además, he recuperado las viejas sensaciones experimentadas hace décadas, cuando me tragué seguidas Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov, Los demonios o Memorias del subsuelo (reconozco haber empezado tres veces El idiota, pero no sé qué me pasa con ese texto que no logro atravesarlo, aunque me gustó mucho en su momento la delirante adaptación cinematográfica llevada a cabo por el difunto Andrzej Zulawaski, director polaco afincado en Francia, L'amour braque, que nunca se estrenó en España; en otra película de Zulawski, La femme publique, una subtrama muestra los esfuerzos de una compañía teatral por llevar al escenario Los demonios). Y quien nunca se haya atrevido con Dostoievski encontrará en Una historia desagradable una magnífica entrada al peculiar universo de nuestro hombre.

PD. Observo que se acaba de reeditar una de sus novelas no leídas, Humillados y ofendidos (¡qué gran título para un libro sobre el prusés!), y creo que ya tardo en comprarla. Algo me dice que voy a caer de nuevo a cuatro patas en un atracón de Dostoievski coincidiendo con el 200 aniversario de su nacimiento. Bienvenido sea.