Cubierta de 'Yo Robot', de Asimov, en la edición en catalán de la editoral 'Labutxca'

Cubierta de 'Yo Robot', de Asimov, en la edición en catalán de la editoral 'Labutxca'

Letra Clásica

El transhumanismo, la distopía que viene

Los androides han pasado de ser personajes de la literatura de ciencia ficción a convertirse en una presencia doméstica que influye en la educación de los hijos

29 abril, 2018 23:55

La fascinación humana por los robots es anterior a la robótica. Los androides fueron antes un sueño remoto que un engranaje electromecánico. En esta ocasión, como en tantas otras, la ficción también llegó antes. Ya en los mitos clásicos encontramos fábulas que dan cuenta de ese deslumbramiento tal vez primigenio. En la Eneida se narra cómo Hefesto utilizó robots --o algo parecido-- para construir la armadura de Aquiles. También sabemos que Galatea, la escultura de Pigmalión, cobró vida por orden de Afrodita y se dedicó a vivir junto a su creador. No tenemos constancia de que nadie le preguntara a la pobre. ¿Será Galatea la bisabuela de los actuales robots sexuales? Podemos encontrar también múltiples ejemplos posteriores, algunos de los más populares son el legendario Golem del barrio judío de Praga o la muñeca mecánica que aparece en El hombre de Arena de E.T.A Hoffman.

Todos estos son, claro, robots avant-la-lettre, no exactamente iguales a los que entendemos desde que el dramaturgo checo Karel Capek utilizara por primera vez la palabra robotnik --aunque él dice que se la chivó su hermano-- en la obra de teatro R.U.R.  (Rossum’s Universal Robots)  La etimología, como el gastado algodón, no engaña: la palabra significa “labor forzada”, servicio, esclavo. Desde entonces, la ficción --y en menor medida la realidad-- ha ido añadiendo modelos a nuestro catálogo de invenciones, cada uno guarda en su memoria su propio museo robótico. En el mío aparecen los pequeños robots accionados mediante vapor de la primera revolución industrial; los autómatas del Tibidabo; la jerga incomprensible de R2D2 y la cháchara políglota de su socio dorado; las tablas de ley del profeta Isaac Asimov; la lectura perfecta del protagonista de Cortocircuito; la poesía a lo Buster Keaton de Wall-E; la épica de La chica mecánica en la novela de Paolo Bacigalupi y, siempre de fondo, la duda razonable después de ver Blade Runner, de si no seremos todos unos voluntariosos replicantes amnésicos. 

En la Eneida se narra  cómo Hefesto utilizó robots --o algo parecido-- para construir la armadura de Aquiles. También sabemos que Galatea, la escultura de Pigmalión, cobró vida por orden de Afrodita y se dedicó a vivir junto a su creador

En la actualidad, ya están por todas partes y apenas nos percatamos. Van cercando nuestra cotidianidad mediante el ronroneo deslizante de una Roomba, en la respuesta presuntamente ingeniosa de Siri o en el algoritmo adivinador que predice nuestra próxima compra en Amazon. Pero no solo ahí. Hasta ahora existía un abismo insalvable entre los robots de ciencia ficción y los reales. Esa distancia va menguando a pasos agigantados. No hace falta más que atender a las cifras de implantación de los robots domésticos en los países más desarrollados económicamente o en la tasa de cuidadores robóticos de en la ciudad de Tokio. Los posibles efectos de la robótica en nuestra vida presente y futura --sobre todo en la vida de nuestros pequeños-- da tanto para una temporada entera de la negrísima Black Mirror --ese inspirado Pepito Grillo del mundo tecnológico-- como para tratados utópicos a tutiplén. 

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Recreación de un androide /CG.

Preguntamos a Siri al respecto y, como casi siempre, se sale por peteneras. Así que decidimos interrogar a Jordi Albó Canals, experto en robótica y premio Alan Turing 2012 por su pionero trabajo en el uso de robots para conseguir mejorar la vida de infantes que necesitan estar mucho tiempo hospitalizados, que, solícito, nos ilustra:

“Ante todo, el uso de robots domésticos está en proceso de implantación y adopción --nos explica desde su despacho en el MIT--, con lo que es un poco pronto para poder hablar de la influencia social que tienen en los niños. No obstante, hay robots educativos en las escuelas y sobre todo en forma de juguetes (toy robots) que hacen que haya un poco de coexistencia. Estos nueva generación de niños que interactúan con estas nuevas tecnologías, viven en un mundo donde el mundo real se mezcla con el digital, y a esta generación se la conoce como la generación phigital”.

La antigua fascinación por los robots se ve transformada por las últimas innovaciones tecnológicas. La llegada de robots domésticos a nuestros hogares es un hecho. ¿Cómo pueden afectar estos últimos a la vida nuestros hijos?

Albó explica que están empezando a estudiar la influencia de las cuidadoras robóticas sobre los niños más pequeños, pero que todavía no hay resultados destacables. Responde que la especial fascinación infantil hacia los robots es debida a su capacidad innata para dar vida a los objetos. “Y si el objeto es un elemento autónomo y interactivo el vínculo de la máquina con el niño se maximiza. Un robot es un elemento físico que pone cuerpo a inteligencia artificial, y al final lo que busca es crear una experiencia interactiva más intensa, con lo que se mejora el entretenimiento, la terapia, etc. Lo más probable es que estos niños se sientan miembros de una sociedad mixta entre inteligencia humana y digital”. 

Los androides de la 'Guerra de las Galaxias'

Los androides de la 'Guerra de las Galaxias'

Fotograma de 'La Guerra de las Galaxias'

Le cuento que yo ando fascinado en la relación de mi hija con los robots. Los acaricia, les habla como a un cachorro. Albó explica que sus hijas tienen celos del robot doméstico que tienen en casa. Que le dicen que cuanto más juega papá con el robot menos juega con ellas. Eso me lo dijo la mía respecto a Jorge Luis Borges, respondo yo. Ambos reímos. La falta de prejuicios de las nuevas generaciones y la integración de esas máquinas en su universo sentimental y familiar es un hecho. De alguna manera podemos estar asistiendo a una nueva domesticación parecida a la del Neolítico y todavía desconocemos el alcance de dicha transformación. De la felicidad o no de las relaciones entre robots y humanos tal vez dependa el futuro del planeta. 

Podemos estar asistiendo a una nueva domesticación parecida a la del Neolítico. De la felicidad o no de las relaciones entre robots y humanos tal vez dependa el futuro del planeta

“Una de las posibilidades más plausibles --se anima Albó-- es que la especie humana evolucione integrándose en esta tecnología y convirtiéndose a sí misma en robots. En el caso de los humanos eso se conoce como 'transhumanismo'. Esto puede sonar muy fuerte ahora mismo, pero es parecido aretroceder 50 años atrás y pensar en aquel entonces en operarse la nariz, los ojos, o otras partes del cuerpo por placer estético”.

Si la lectura de novelas distópicas nos ayuda a reflexionar sobre los problemas del presente, pensar sobre el presente y el futuro de los robots nos ayuda a reflexionar sobre los límites de la condición humana. Albó es un optimista nato. Pero incide en la importancia de conseguir legislar para que las compañías deban tributar por cada uno de los robots que posean o lo tendremos crudo. Yo le respondo que, en cualquier caso, el mercado necesitará de compradores potenciales y eso no se consigue con una tasa de desempleo sideral. ¿No has pensado que los robots también podrán comprar?, responde Albó. Yo, desde esa conversación, miro de otra manera a mis propios electrodomésticos, no logro decidirme entre el instinto ludita o la ternura, no sé si incluirlos en la lista de mis posibles lectores o en la de mis futuros jefes.