Letra Clásica
Beauvoir, pensar desde la experiencia
Paidós publica 'Convertirse en Beauvoir', una nueva biografía de la autora de 'El segundo sexo' escrita por Kate Kirkpatrick, profesora del King’s College de Londres
7 mayo, 2020 00:00Las bibliotecas están llenas de libros sobre Simone de Beauvoir, empezando por el ensayo de Julia Kristeva –Beauvoir presente–, pasando por el que Ingrid Galster publicó en 2016 con el título Beauvoir dans tous ses états, y terminando con El devenir mujer de Simone de Beauvoir, obra de la profesora Silvia López. Son también numerosas las biografías que, desde perspectivas distintas, han repasado su vida. Deirdre Bar fue la primera en firmar la supuestamente biografía completa de la escritora, aunque tras ella vinieron muchas otras: Carole Seymour-Jones prestó atención a la “peligrosa” relación que mantuvo la filósofa con Jean-Paul Sartre, algo que también hizo en su divulgativo libro Hazel Rowley; Danièle Sallenave se interesó por su vida a contracorriente, como había hecho anteriormente Lisa Appignanesi, aunque de forma más sucinta.
Ahora, la profesora del King’s College de Londres, Kate Kirkpatrick presenta Convertirse en Beauvoir (Paidós), una nueva biografía de la autora de El segundo sexo, de cuya publicación se cumplieron setenta años en 2019. ¿Es posible decir algo nuevo? Más allá de las 112 cartas que Beauvoir envió al director de cine Claude Lanzamm, y que éste hizo públicas en 2018, vendiéndolas a la Universidad de Yale, de su vida muchos registros. Poco o nada queda por descubrir. Por tanto, si algo cabe destacar del libro de Kirkpatrick no es tanto la información –amplia y pormenorizada– que nos ofrece, cuanto su enfoque. La biógrafa pone el acento sobre la vigencia de Simone de Beauvoir y trata de indagar de qué manera, a pesar de haber sido tratada durante décadas como divulgadora, discípula o ayudante de Sartre, su obra ensayística ha perdurado, mientras que, por el contrario, el pensamiento sartriano es residual.
“Es el equivalente femenino de Sartre”, se leía en The New Yorker en 1947; “una mujer de letras, la discípula de Sartre”, la definía en 1974 Le Petit Larousse, mientras que en 1986 el diario inglés The Times la describía también como seguidora de Sartre. Frases de estas son las que Simone de Beauvoir tuvo que leer, consciente de los constantes comentarios que cuestionaban la originalidad de su obra e, incluso, situaban a Sartre como el verdadero ideólogo e inspirador de sus libros.
Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre
Para Kirkpatrick la pregunta sobre la vigencia de la autora de Memorias de una chica formal no debe necesariamente partir de estos comentarios, fruto de una misoginia secular que inducía a mirar con recelo y desconfianza a cualquier mujer que destacara. Y Beauvoir destacó desde el inicio, obteniendo el segundo mejor resultado después de Sartre en el examen de agregación para convertirse en profesora. El punto de partida del libro de Kirkpatrick se bifurca: por un lado, observa el origen de su pensamiento, los puntos de confluencia y divergencia con el existencialismo sartreano; por otro lado, se detiene en la actitud de la Beauvoir que, si bien nunca asumió el papel de segunda o supuesta discípula, renegó en más de una ocasión del título de filósofa. Es en esta renuncia donde reside la clave de la vigencia de su pensamiento.
Simone de Beauvoir no es una excepción. Desde las filas de la filosofía, más de un autor –Kirkpatrick cita a Derrida, por ejemplo– ha rechazado dicho apelativo. ¿El motivo? La propia Beauvoir consideraba no merecerlo debido a que, a diferencia de Kant, Hegel o Nietzsche, no había construido un sistema filosófico. Para ella, la filosofía era una herramienta para plantear preguntas, para reflexionar sobre el individuo y su entorno, pero era consciente de que, a diferencia de los grandes maestros de los que se había nutrido, no había construido una arquitectura de pensamiento, con su correspondiente lógica interna.
¿Fue capaz Sartre? Él mismo parecía dudarlo. A finales de los cincuenta se distanció del existencialismo, cuyo tiempo había pasado, y se acercó al marxismo, al que definía como “la insuperable filosofía de nuestro tiempo”. Por lo que se refiere a Beauvoir, si bien nunca renegó de la etiqueta existencialista y defendió abiertamente a Sartre ante las críticas que en Las aventuras de la dialéctica le hizo Merleau-Ponty, se mostró siempre muy crítica con algunos de postulados sartreanos, subrayando así la independencia de sus ideas. Y es que, como escribió en una carta a Bianca Lamblin, con quien ella y Sartre formaron un triángulo amoroso, lamentaba que suscribiera prejuicios machistas, como la idea de que una mujer solo es capaz de formar sus ideas a partir de las de un hombre.
¿En qué radicaba la crítica de Beauvoir a los postulados sartreanos? En su concepción del individuo en relación con los otros y en su idea sobre la libertad. A diferencia de Sartre, no consideraba que “el infierno eran los otros”. Al contrario, toda persona encuentra el sentido de su existencia en el vivir y actuar para el otro. Su ensayo ¿Para qué la acción?, publicado con el título Pirro y Cineas, reflexiona precisamente sobre la necesidad de la acción por y para los demás. Actuar cobra sentido solo desde una perspectiva colectiva. De ahí que, para Beauvoir, su papel como escritora y filósofa estaba estrechamente ligado a la transformación social y política y, por tanto, debe apelar directamente a su entorno.
El propio Sartre, con un lenguaje algo displicente, reconocía que Beauvoir había conseguido llegar a un público más amplio de lectores: “Yo no me comunico de manera emocional, sino que me comunico con personas que piensan, que reflexionan, que son libres con respecto a mí (…) Pero Simone de Beauvoir se comunica en seguida de manera emocional. La gente siempre se compromete con ella en virtud de lo que dice”. Este compromiso al que hace referencia Sartre no es sino fruto del convencimiento de la autora de El segundo sexo de que el pensamiento, sea como ensayo filosófico o como novela, debe apelar al cambio social y a las circunstancias reales de las personas.
El otro punto de discordancia tiene que ver con el concepto de libertad: a diferencia de Sartre, Beauvoir no entendía que fuera ilimitada. De la misma manera que necesitamos al otro, también estamos condicionados por los demás. Los determinantes sociales, culturales y económicos hacen inviable pensar en una libertad ilimitada, así como en una libertad igual para todos. “Esforzarse en ser libre no era suficiente”, señala Kitpatrick. Para Beauvoir, “cualquier persona que valorase la libertad sin hipocresía debía valorarla en otras personas y defenderla de manera ética”.
A partir de este postulado se puede comprender mejor un libro como América al día, donde la autora francesa pone el acento en la discriminación racial y las políticas de apartheid de Estados Unidos de finales de los años cuarenta, o El segundo sexo, donde –apunta Sami Nair en su libro Acompañando a Simone de Beauvoir– se analiza un tema tan universal como vigente: la dominación del hombre sobre la mujer. Con los años, sobre todo a partir de El segundo sexo, Beauvoir se alejó del idealismo individualista propio del existencialismo sartreano y abrazó una filosofía materialista, prestando atención a los vínculos sociales entre individuos y a las formas de dominación el sujeto colectivo.
En este giro materialista reside la vigencia del pensamiento de Simone de Beauvoir, para la su propia vida era inseparable de la filosofía porque la reflexión nacía de la experiencia; principalmente, de la suya, pero también la de su círculo más próximo. El ejemplo más claro es Los mandarines, la novela con la que ganó el Premio Goncourt.
“Nunca sabremos cómo fue Beauvoir desde dentro: la vida vivida no se puede reconstruir a partir de la vida narrada”, escribe Kitpatrick. Las cartas, los diarios y las autobiografías permiten reconstruir la vida de una mujer que, como señala su biógrafa, luchó para ser sí misma, asumiendo las irremediables contradicciones de cualquier existencia. Hablando de sí misma, habló siempre de nosotras, pero –explica Sami Nair– también de nosotros.