Una librería con un libro abierto sobre la mesa. Lectura / PIXABAY

Una librería con un libro abierto sobre la mesa. Lectura / PIXABAY

Letra Clásica

El salón de lectura de Pablito

En la librería Collector me hacía yo con publicaciones extranjeras como 'Rolling Stone', 'Esquire', 'Vanity Fair' o 'The Face'

18 noviembre, 2019 00:00

Pablito no se llama Pablito, pero me resisto a revelar su identidad para que no parezca más peculiar y excéntrico de lo que ya es. Le conocí en la universidad, pasamos por las mismas revistas del underground barcelonés y ahora se dedica a la crítica y el comisariado de arte. Pablito es un tío muy listo que ha conseguido algo imposible para casi todos: imponerse a la sociedad que lo acoge. Durante una larga época, solía encontrármelo en la desaparecida librería Collector (Pau Claris, 168, entre Mallorca y Provenza), que él había convertido en su salón de lectura particular para desesperación, que enseguida derivó a fatalismo, del responsable del establecimiento, quien veía cómo mi amigo era capaz de tirarse tres horas leyendo las revistas extranjeras en las que se especializaba para acabar comprando Le Monde del día (cuando había suerte) o nada de nada (en la mayoría de ocasiones).

Uno combatía la melancolía provinciana en esa época yéndose a la estación de Francia (siguiendo el ejemplo de Joan de Sagarra), sentándose en las escaleras frente al mar del final de la Rambla o pasando por Collector, donde el amasijo de publicaciones extranjeras era impresionante. Allí me hacía yo con Rolling Stone, Esquire, Vanity Fair, The Face y demás boletines satinados de la modernidad, que me ayudaban a soportar la realidad cultural de mi ciudad o a vivir en la inopia, no lo sé muy bien. En Collector había de todo, incluyendo Guns & Ammo, órgano oficioso de la Asociación Nacional del Rifle con una divertida sección que ofrecía empleo a mercenarios. Entre los libros, abundaban los de temática militar, pero la sección de arte también estaba muy bien. Yo, básicamente, compraba revistas. Y Pablito las leía gratis, según él porque tenía que hacerse una idea de su contenido antes de proceder a un gasto inevitablemente oneroso.

El dueño lo recibía con frases sarcásticas del modelo "¡hombre, ya está aquí mi cliente favorito!", pero lo único que obtenía de mi amigo era una media sonrisa acompañada de un movimiento de cabeza de izquierda a derecha, como diciendo "si así crees que te vas a librar de mí, vas dado". Nunca se libró de él. La librería tuvo que chapar para que aquel santo varón pudiera perder de vista a Pablito, a quien intuyo que el cierre le afectó mucho más que a mí, pues había atravesado años de hostilidad y sarcasmos para llegar a su privilegiada posición en ese entorno que había convertido en su salón de lectura. A veces me lo cruzo por el Ensanche y lo veo como perdido, pues la desaparición de librerías como Collector le ha dejado sin referentes en la ciudad: le queda la FNAC de plaza Cataluña, pero no es lo mismo, no se está tan ancho, tan a gusto, tan cómodo, y el dependiente cambia con frecuencia, por lo que es imposible establecer una relación sadomasoquista tan satisfactoria como la de Collector.

A mí también me sentó mal el cierre de ese emporio. Di con uno similar hace unos años, en la Rambla, pero también me lo cerraron. Como el fantástico quiosco de Rambla Cataluña con Mallorca que actualmente es una tienda de bombones Lindt. Ahora pillo el material donde buenamente puedo, y lo hago porque soy un fósil del siglo XX enganchado al papel. Pero lo de Pablito es mucho peor: cuando cerró Collector, se quedó sin salón de lectura, de ahí que ahora te lo cruces y veas a un hombre que ha sufrido una sensible pérdida. No sé qué habrá sido del librero, pero era un tipo muy simpático.