El novelista francés Gustave Flaubert / DANIEL ROSELL

El novelista francés Gustave Flaubert / DANIEL ROSELL

Letra Clásica

Teoría y práctica de la obra maestra

Los libros de Flaubert desmienten la tesis que define al novelista como alguien que inventa mundos propios en favor de la maestría estilística y la alternancia de géneros

14 diciembre, 2021 00:00

Gustave Flaubert es, sin apenas discusión, uno de los grandes novelistas europeos del siglo XIX, de los más leídos y de los que ejercen una mayor influencia, y sin embargo, incumple una de las condiciones que se le suponen al gran artista: la creación de un mundo propio. En lugar de amasar libro a libro un espacio mítico, una continuidad de personajes o la réplica literaria a una gran ciudad, Flaubert cambia de espacio, de siglo y casi de género, de novela en novela: de la burguesía rural a una Cartago fija en el pozo de la historia, de la bohemia parisina a una oscura fantasía medieval, todo rematado por un estudio casi abstracto sobre la idiotez

Podría decirse que el género de Flaubert era la obra maestra. Y lo cierto es que si repasamos sus cartas encontramos un modelo para escribir algo parecido a obras maestras. Lo que le preocupaba de la escritura (al menos lo que llegó a expresar) no era tanto dominar un tema o una época, como acceder a una poética flexible con la que abordar cualquier asunto y cualquier tiempo. Un sistema cimentado en dos columnas: el aislamiento y el estilo. Flaubert puso de moda el sacerdocio artístico, el retiro y la torre de marfil. Pero lo cierto es que se trata de una de esas postales que esconden un poco la población que querían mostrar al reducir un paisaje complejo a una aislada perspectiva efectista

Gustave Flaubert

Gustave Flaubert

Se ha dicho que el retiro de Flaubert pertenece a un tiempo ya pasado, como afeando a los contemporáneos nuestras ganas de jarana, y ciertamente pertenece a otro mundo: el del rentista. Una renta no demasiado caudalosa en su caso, como no se cansa de quejarse. Flaubert sale y entra de su torre de marfil más a menudo de lo que la leyenda recoge: viaja, visita París, participa en una guerra… y él mismo considera el retiro como algo imposible: las “tempestades de mierda” de la estupidez y la miseria humana azotan la construcción defensiva más aislada. Y por otro lado, ¿cómo iba a dejar de mirar Flaubert esa estupidez y esa miseria si eran tan incitadoras para él, su motor artístico, sus musas? El retiro de Flaubert ofrece más rédito artístico si lo pensamos como un principio operativo, una separación del ambiente literario, gracias al cual desentenderse de la carrera literaria en beneficio de la obra. Flaubert desprecia las modas, los críticos y la ventas (aunque pueden hacerle cosquillas de orgullo) y se centra en los libros que solo él puede escribir, vayan donde vayan y le lleven a donde lleven. 

Flaubert se aísla también de otras dos instancias de autoridad: la academia y el estilo dominante. Para la academia Flaubert tiene pocas palabras, pero contundentes, y siempre asociadas a un riguroso y meditado desprecio. La academia tiende a la clasificación, un ejercicio crítico cuya ventaja y miseria es que no requiere la menor capacidad de pensar para ejercerla. Pero la influencia nociva de la academia no termina aquí, los cajones donde se clasifican las obras no son inocentes, condicionan la lectura y presionan sobre la escritura: los novelistas que no han sabido aislarse del ambiente tienden a escribir para satisfacer esas etiquetas preexistentes. Y también alteran la mirada, dejando fuera del escrutinio crítico todo aquello que no es ya sabido, reconocido y esperado por el achatamiento taxonómico. 

La educación sentimental, FlaubertSi las letras francesas estaban esclerotizadas, se debe en buena medida a que las expectativas académicas van en contra de unas fuerzas, las literarias, que deberían ser indómitas, libres e impredecibles. Siempre reactivo, Flaubert planeó obras que hiciesen saltar por los aires las expectativas académicas, que ante la imposibilidad de clasificarlas forzasen a lectores y a críticos a pensar. Flaubert parece resuelto a constituirse en lo que Ignacio Echevarría dijo de la literatura de Luis Magrinyà: un OLNI (objeto literario no identificado), “para sembrar el terror, el desconcierto y la felicidad”. 

Si las letras francesas estaban esclerotizadas, se debe en buena medida a que las expectativas académicas van en contra de unas fuerzas, las literarias, que deberían ser indómitas, libres e impredecibles. Siempre reactivo,

Flaubert también pretende aislarse de la literatura predominante de su tiempo, que a falta de un nombre mejor llamaremos romanticismo, aunque ya le quede poco de las ambiciosas premisas de Wordsworth, y responda más bien a una poética del conformismo y de la inercia rumiante. Flaubert desprecia que se confunda escribir bien con un estilo afectado, ya pautado, reconocible a primera vista como literario (de aquí su obsesión por leer disciplinas alejadas de la literatura, para que le suministren ideas, vocabulario y metáforas inesperadas); desprecia el sentimentalismo que vuelve plausibles desenlaces narrativos que desmienten la psicología humana y las tensiones sociales; desprecia la idealización que deja fuera de la literatura toda clase de personajes y ambientes; y desprecia la intervención del yo, de ese autor que al anticipar sus opiniones sobre los personajes y las situaciones, luce envergadura moral y deshace el hechizo de la ficción. 

Estudio de trabajo de Flaubert en Croisset (1874) / GEORGES ANTOINE ROCHEGROSSE

Estudio de trabajo de Flaubert en Croisset (1874) / GEORGES ANTOINE ROCHEGROSSE

Como Henry James, consideraba que el autor no debía tutelar la lectura con sus intervenciones sino diseminarse detrás del mundo creado y abandonar al lector a su suerte. Aboga por un programa literario que horade la verdad, escondida (casi secuestrada) por las falsedades del estilo predominante y las estériles presunciones de la academia. Poner la novela al servicio de aspectos desatendidos de la sociedad, de la historia y de la psicología, que se consideran demasiado vulgares para una literatura entregada al idealismo y a los finales felices. Para elevar estos asuntos que no se reconocen como literarios cuenta con el arma del estilo. Este contraste entre tema y estilo le proporcionará uno de los efectos claves de su narrativa: la tensión entre la miseria moral del asunto y su exposición artística

Del estilo de Flaubert se han dicho muchas cosas, pero lo primero que salta a la vista es que no se trata de algo embellecido o idealizado, sino de una búsqueda de la precisión (una palabra que combine lo inesperado y la exactitud) que le permita, entre cosas, narrar a una velocidad nunca vista. Mucho se ha hablado de la fantasía de Flaubert de escribir sin argumento, sustentado apenas por la fuerza del estilo, y si bien lo intentó en alguna ocasión, en sus logros mayores, La señora Bovary, La educación sentimental, Un corazón sencillo, Flaubert tenía muchas cosas que decir, la mayoría inéditas en el plano literario. De manera que el estilo no era para él solo palabras y signos sino un conducto para conseguir lo que llamaba efecto del empalme: la transmisión de una corriente de energía que anima la novela de un extremo al otro, arrastrando hacia el reflexiones, descripciones, psicología, una visión de la moral y de la existencia…

madame bovary espanol

Podría decirse que el método de Flaubert supone una ofensiva contra el lector corriente, no tanto contra el burgués, como cualquiera que busca en la literatura convencional del momento un refrendo sus consensos morales y sus expectativas idealizadas de belleza. Podría decirse también que Flaubert es un romántico frío, que recoge de este movimiento la necesidad de saltar por los aires géneros y convencionalismos, en busca de sus propios temas y formas, pero no por la vía del sentimiento, sino de una medida reflexión sobre los objetivos y los caminos hacia él. Pero prefiero terminar diciendo que el de Flaubert es un programa contra el aburrimiento ofreciéndole al lector cosas nunca vistas, elaboradas y medidas hasta el último detalle, página tras páginas. En definitiva nadie ha reflexionado como Flaubert en las diferencias abisales que separan el placer barato del sentimentalismo de la emoción artística