Letra Clásica
Pepe Ribas: "El nacionalismo se ha cargado Barcelona"
El fundador de la revista 'Ajoblanco' prepara el segundo tomo de sus memorias, donde cuenta cómo el poder destruyó en los años ochenta a la Barcelona alternativa
2 abril, 2018 00:00Pepe Ribas no necesita presentación. Su nombre está estrechamente ligado a Ajoblanco, revista de espíritu libertario que fundó en 1974, que abandonó en 1979, cuando el proyecto original se vino abajo, y que volvió a aparecer en 1987. “Ajoblanco era una magnífica atalaya desde dónde contemplarlo todo”, comenta Ribas, que en su libro Los 70 a destajo narró aquella década. Ahora, mientras piensa en el nuevo número de la revista –tras cerrar en 1999, hace un año volvió a los quioscos–, escribe un nuevo libro de memorias, esta vez dedicado a la década de los 80. Un libro donde la memoria personal –Ribas introduce páginas de su diario personal– se entremezcla con páginas ensayísticas en las que reflexiona sobre cómo el proyecto libertario “se jodió” y el nuevo sistema de poder “olvidó las luchas sociales que se defendíamos en Ajoblanco”, instaurando un sistema donde las ansias de libertad moral, sexual y artística fueron “domesticadas” a través de la imposición de valores socialdemócratas: el éxito económico y la productividad.
–Dice que fue posible combatir la censura de Franco y es imposible combatir la censura económica. ¿Ajoblanco nació consciente de que el franquismo no era un impedimento para crear una publicación de espíritu libertario?
–Al respecto, tiene sentido recuperar lo que decía Pau Riba: si ves a Franco como un paquidermo, pues es un paquidermo. En 1974 había un vacío de poder, sobre todo, en Barcelona, donde el franquismo ya no tenía cómplices. Las Ramblas se convirtieron en una especie de foro y la cooperación entre las diferentes generaciones y los diferentes grupos culturales era muy fácil. No teníamos conciencia muy clara de la censura: vivíamos en la facultad de Derecho, donde las Joventuts del PSUC ponían carteles diciendo: “Fuera los estudiantes de la universidad”. Ajoblanco empezó como una especie de liberación: no queríamos que nadie nos dijera qué teníamos que leer, cómo teníamos que vestir y cómo teníamos que comportarnos. Las élites comunistas y marxistas no nos interesaban. Eran dogmáticas, iban con trajes de pana y eran más alcohólicas que porreras. Decidimos hacer algo fuera de ese mundo que, al mismo tiempo, nos formó y nos dio agallas. Revistas como Por favor, Triunfo o Índice fueron esenciales. No teníamos miedo y el dinero no era un problema.
En los 70 se podía vivir sin dinero. El ocio era gratuito. Se dormía en pisos compartidos y no había miedo al otro
–¿Por qué no lo era?
–Se podía vivir prácticamente sin dinero o con muy poco. El ocio era gratuito: los discos los grababas en casete y, como los libros, te los prestaban. Se vivía en pisos compartidos en los que no había calefacción, ni baño, ni sillones; todo eran almohadones en el suelo. Y no había miedo al otro: te podías pasar quince días durmiendo en casa de personas que acababas de conocer sin tener ese miedo que se instaló a partir de la aparición de la heroína, cuando comenzaron los atracos. Y, por lo que se refiere a la censura, en aquella época había una censura política, pero si sabías engañar a los censores la pasabas sin problemas.
–¿No sería mejor decir que el dinero no era importante porque la mayoría de la gauche divine venía de la burguesía acomodada?
–Había de todo. Ajoblanco se desclasó completamente. Éramos un grupo en el que todos teníamos una procedencia social distinta; yo era burgués, pero Quim Monzó venía de ambiente proletario y Toni Puig de tenderos de pueblo. Los de la gauche divine sí que eran burgueses, pero no todos. En los últimos años 70 la gente se desclasó mucho. Nosotros con la gauche divine no teníamos nada que ver. Sus miembros se preparaban para asaltar los puestos en todos los sectores: moda, editorial, diseño, restauración, espacios de ocio, arquitectura.
Pepe Ribas, en su estudio / E.P.
–Muchos terminaron encumbrados por el socialismo
–Claro, el socialismo los elevó al poder; a nosotros, no. Ellos hicieron la Olimpiada con sus hijos. En cambio, Ajoblanco, que en 1992 tenía la redacción llena de periodistas de Alemania, Francia y Latinoamérica, no fue invitada a nada. Ya ves la diferencia de estatus que marcó el socialismo. Volviendo al desclasamiento, el nuestro fue también geográfico: teníamos gente que venía de todas partes de Cataluña y de España y también teníamos colaboradores uruguayos, chilenos, argentinos, americanos, ingleses, franceses e italianos. En Barcelona la cultura estaba más internacionalizada que en Madrid.
Nosotros con la gauche divine no teníamos nada que ver. Sus miembros se preparaban para asaltar los puestos en todos los sectores. El socialismo los elevó al poder; a nosotros, no
–Durante décadas se dijo que Barcelona era la ciudad más cosmopolita de España.
–Esto fue así, pero ya no lo es. Ahora Barcelona es turística, pero hubo una época en que era centro de opinión. Ahora es una ciudad a la que viene gente para consumir un helado y poco más. A partir del 1966 Barcelona tuvo una ascensión social, sobre todo a través del mundo editorial, gracias a Barral y compañía, que duró hasta 1978, que es cuando entran el punk, la heroína y el poder constituido tras los Pactos de la Moncloa. Los políticos se profesionalizan, ocupan el poder y necesitan reglas claras para controlar a toda la gente joven y revolucionaria que está completamente en contra del nuevo orden constituido. En concomitancia con todo esto las asociaciones de vecinos se imponen a los ateneos libertarios e instrumentalizan los poderes municipales. La gran tragedia de los 70 se resume en tres puntos. Primero: en 1977 fracasa la CNT porque no es capaz de articular el movimiento libertario que buscaba la libertad sexual, la libertad de las feministas, la libertad de los homosexuales y la aplicación de la ecología. Buscaban una nueva ética social y política, un nuevo compromiso y otras formas de participación social más allá de la democracia representativa. Segundo: hay un intento de montar un partido verde a nivel estatal, pero el proyecto se fracciona y muchos ecologistas acaban en el socialismo. Tercero: en las elecciones municipales gana el PSOE y los líderes sociales comienzan a gestionar los municipios cuando no hay dinero. En los 80 se consiguió el dinero para la Olimpiada y se comenzó a remodelar Barcelona, cosa que hizo gente de la gauche divine, gente que no estaba impuesta por Maragall, sino por Narcís Serra, que era ministro de defensa.
Portadas de la revista Ajoblanco / CG
–A finales de los 70, como usted ha comentado, el ocio se encareció.
–Sí, apareció el IVA, que culturalmente fue una catástrofe. La gente que tenía compañías de cine, de teatro o editoriales se convirtieron en pequeños empresarios.
–El otium se convirtió en negotium.
–Exacto. Empezaron las subvenciones y el servilismo hacia el poder. Por otro lado, el nacionalismo empezó a domesticar a una parte de la cultura. Poco a poco Barcelona se convirtió en una ciudad de servicios porque aquí se despreciaron los oficios.
–¿Por qué?
–El franquismo tenía la obsesión por la enseñanza profesional, pero el socialismo no quería seguir con esta lógica y pensó que todo el mundo tenía que ir a la universidad. Los líderes socialistas eran técnicos, pero como no habían tenido industria propia no conocían el mundo de la productividad. Se limitaban a la planificación y, de hecho, los mejores, a pesar de ser comunistas, se habían formado con las becas Fullbright en los grandes centros del capitalismo mundial. Sabían de planificación, pero no entendían que la industria nace de los oficios. Los artesanos, cuando se juntan, son quienes crean el tejido productivo.
La gente que tenía compañías de cine, de teatro o editoriales se convirtieron en empresarios. Empezaron las subvenciones y el servilismo hacia el poder. Y el nacionalismo empezó a domesticar a una parte de la cultura.
–A finales de los 70 apareció también la heroína.
–Había dos circuitos. El burgués, conformado por gente que viajaba a la India y que, a través de contactos, traía de Afganistán el chocolate negro, el afgano y el libanés; de repente, comenzaron a traer heroína. Este era el circuito del mundo del Zeleste, más intelectual. El otro circuito es el de la heroína que apareció en el Barrio Chino: los pequeños camellos que vendían grifa y, a través de los legionarios, chocolate del norte de África o marihuana; también comenzaron a traficar con heroína. La Guardia Urbana la repartía. Ya había pasado en los Black Panters y en Inglaterra. El poder, cuando hay gente que lo cuestiona, busca sus armas para destruirla.
–¿Me está diciendo que la heroína fue utilizada por la Guardia Urbana?
–Fue un medio para disolver los ateneos libertarios. Yo lo vi. Y se contó en el primer Ajoblanco. En El Polvorín, que era un barrio ahora destruido debajo de Montjuic, se coció toda la historia de la heroína. A mí me explicó un chaval que a los muy jóvenes la Guardia Urbana los detenía los domingos porque iban al campo del Barça para robar los radiocasetes de los coches. La policía los cogía y les daba polvo blanco. Si esto es exactamente así o no, yo no lo sé. No soy investigador, pero lo que puedo decir es que en muchos ateneos libertarios el líder estaba rodeado de gente que cayó en la heroína y el ateneo se hundió. Hicieron muchas cosas para desarticular el movimiento que se hacía pipí delante de la puerta del Liceu. Como siempre, los comunistas se aliaron a los socialdemócratas. ¿La razón? Había sueldos en juego y había burocratitis.
Pepe Ribas, en una imagen histórica (cedida por el entrevistado)
–¿Estos factores fueron los que motivaron que usted en 1979 dejara Ajoblanco?
–Sí. Hasta 1979 fueron años en los que se intentó articular una democracia avanzada, pero todo se fue al carajo. En Barcelona, a partir de 1978 o 1979, todo se fragmentó, se radicalizó y no hubo mentes que diseñaran un nuevo tipo de sociedad. Mientras tanto, en Madrid fue surgiendo la Movida. La industria musical y la industria del cine se trasladaron allí. Aquí se quedaron el mundo editorial y el del diseño, aunque en Madrid había arquitectos relevantes, como Moneo. La gente más activa de Barcelona, no convencida con el proyecto que se estaba dibujando, se replegó en sí misma: unos se fueron a la India, otros se metieron heroína, otros se fueron al campo… Yo, de hecho, me fui a Menorca y me aislé.
–Se asumió la derrota del proyecto.
–Mejor dicho: no hubo implicación de aquellos que se metieron en las instituciones municipales. Se hicieron burócratas. En aquella época quien no entró en la burocracia abrazó el mercantilismo. Se buscaba la rentabilidad y quedaron sectores en los márgenes que fueron –ahí estaba Simona Levi– los que en el 91 se reunían en el Glaciar e intentaron ocupar la caserna de Sant Agustí. Yo les aconsejé negociar, pero me equivoqué. El socialismo era hipócrita y Mascarell, Maragall y Bohigas se los cargaron. Todas sus reuniones quedaron en nada.
Hasta 1979 se intentó articular una democracia avanzada, pero todo se fue al carajo
–Usted se ha referido de forma muy crítica al socialismo. ¿Fue una gran farsa?
–En gran parte, sí. El socialismo domesticó a la población. Sacaron a Suárez por decir no a la OTAN y a Felipe González lo metieron por decir sí a la OTAN. ¿Qué quiere decir la OTAN? Un tipo de industria, un tipo de investigación, un tipo de economía de Estado. Lo que hicieron tanto Felipe González como Jordi Pujol fue cargarse el tejido industrial independiente. Cogieron el INI y lo convirtieron en el IBEX. Privatizaron la electricidad, la telefonía, el gas y todo lo que pudieron. Crearon las multinacionales españolas que conquistaron Latinoamérica. Yo critico a los socialistas porque no hicieron la revolución en la educación y se cargaron los oficios. No tenían experiencia productiva. Aquí los únicos que la tenían eran los catalanes y los vascos, pero no se les ayudó en el momento de hacer la reconversión industrial, que terminó convirtiéndose en reconversión urbanística porque las fábricas cerraron y los propietarios negociaron con los ayuntamientos, casi todos socialistas, la especulación de sus suelos y la reorganización de las ciudades. La democracia se jode a partir del intento de golpe de Estado de 1981, que fue muy útil al poder, y con la consolidación de dos fuerzas: el socialismo y el nacionalismo.
–¿Al poder político le convino el intento golpe de Estado de Tejero?
–Sí. Le convino para la domesticación de la ciudadanía. En los 70 el valor supremo era el nosotros. En los 80 lo que se impone es el éxito, el dinero y la fama. No importa qué libro leas, sino cuánto vendes. La competitividad se desarticula ese mundo cultural que, hasta entonces, había estado colaborando en la reformulación de una nueva idea de país.
Ribas, en su estudio en Girona (Vídeo de presentación Ajoblanco)
–Se muestra muy crítico con el socialismo pero usted ha defendido la labor de Pasqual Maragall como alcalde de Barcelona.
–Sí, fue amigo mío. Pasqual Maragall es un ser fascinante, tremendamente complejo y contradictorio. Es muy afable, pero era imposible saber realmente lo que pensaba porque pensaba muchas cosas a la vez. Maragall ha sido el gran alcalde de Barcelona y lo defiendo: él veía la ciudad de una determinada manera y la desarrolló. El problema es que algunos de sus colaboradores venían impuestos por Narcís Serra y por las fuerzas económicas que operaban en la ciudad.
–La segunda época de Ajoblanco coincidió con la alcaldía de Maragall. ¿Vio en él la oportunidad de recuperar ese espíritu que Barcelona había perdido en el 79?
–Yo intenté recuperar ese espíritu desde la independencia, pero no lo hice porque estaba Maragall, cuya presencia en la alcaldía no consideramos una oportunidad porque vimos que todo se disolvía en el estudias o diseñas. Todo se diseñaba y no había espontaneidad. Quizá Manuel Huerga, cuando creó Barcelona Televisió, creía poder hacer una televisión cosmopolita y moderna, pero en seguida los contenidos estuvieron manejados por el poder socialista. Y no digamos ya el daño que ha hecho El País tratando de crear un canon que es terrorífico.
El socialismo domesticó a la población. González y Pujol se cargaron el tejido industrial independiente para crear las multinacionales españolas. En aquella época quien no entró en la burocracia abrazó el mercantilismo
–¿El País y el socialismo son las dos caras de la misma moneda?
–Lo eran. El País era el periódico más inteligente y el que manipulaba mejor. Articuló una cultura española en línea con la socialdemocracia, pero sin tejido productivo. Optó por el tejido especulativo. Mientras en Francia había revistas independientes de literatura, de cine, de arte, aquí El País lo acaparaba todo para crear un canon nacional. Haciendo esto olvidó el periodismo crítico y elevó a los altares a una clase intelectual mediocre y muy provinciana.
Maragall es un ser fascinante, complejo y contradictorio. Es muy afable, pero era imposible saber realmente lo que pensaba porque pensaba muchas cosas a la vez
–¿La clase intelectual de la Bodeguilla?
–Sí, todos estos. Aranguren me explicó de qué iba lo de la Bodeguilla. Yo fui muy amigo suyo. Me contó que en la primera reunión que hizo con los intelectuales, con Pradera, Savater y otros, González expuso lo del GAL y entonces Aranguren se levantó y se fue. Al preguntarle por qué se iba, dijo que éticamente no podía escuchar las cosas que ahí se estaban diciendo. Esto lo tengo grabado en un casete. Con esto lo que te quiero decir es que hay toda una capilla intelectual, en parte proveniente de Triunfo, que de alguna forma se acomodaron a ese círculo que crea González y que Cebrián pontificó en El País. Todo esto se va ramificando y los que son serviles y no plantean situaciones directas son potenciados. Se ve muy claro en el referéndum de la OTAN.
–¿En la división de la izquierda entre los partidarios del sí y los partidarios del no?
–Sí. Se dividió a la intelectualidad española en dos grupos: buenos y malos. Los malos acabaron en Diario 16 y, más tarde, en El Mundo, que nunca logró articular una coherencia intelectual como la que tenía El País, que tenía una red internacional, sobre todo en Hispanoamérica, a través de Santillana. El País, con Santillana, copaba el mercado con libros de textos, pero no sólo: yo he visto en Colombia cómo vendían los muebles para meter los libros, los escritorios, los pupitres y el material electrónico. Todo esto ponía a Prisa en contacto con la industria inmobiliaria y la de la tecnología. Fue un gran negocio que, sin embargo, ha llevado a Prisa a la ruina porque pretendía controlarlo todo.
–Antes ha hecho referencia a la Barcelona de los últimos 70 y de Madrid en los primeros años 80. ¿Cómo ve culturalmente estas dos ciudades ahora?
–Actualmente en Madrid hay mucho más consumo cultural: si montas una exposición importante acudirá siete veces más gente de la que acudiría en Barcelona. Recientemente he estado en Madrid y me he dado cuenta que hay un tipo de gente, de los 50 a los 70 años, que va a las exposiciones y que tiene cultura. En Madrid se ha creado una cultura a través de las grandes exposiciones que se han hecho en los últimos 25 años. Además, ahora en Madrid hay una nueva cultura musical y, concretamente, una cultura operística. Y probablemente ahora mismo hay más lectores en Madrid que en Barcelona.
'El País' era el periódico más inteligente y el que manipulaba mejor. Articuló la cultura española en línea con la socialdemocracia. Mientras en Francia había revistas independientes, aquí lo acaparó todo para crear un canon nacional. Olvidó el periodismo crítico y elevó a los altares a una clase intelectual mediocre y muy provinciana
–¿Cree que Madrid ha tomado la delantera a Barcelona en lo que a cultura se refiere?
–El nacionalismo se ha cargado Barcelona. Era una ciudad cosmopolita, de intercambio y de cruce de culturas, pero desde el momento en que han impuesto una cultura sobre todas las demás Barcelona se ha acabado. Perdió los oficios, los pequeños talleres, la pasión por crear. Ahora todos son burócratas. Barcelona es una ciudad de servicios, donde lo que se construye son bares y hoteles. Claro que hay compañías de teatro y gente que lucha, pero este mundo periférico está agotado. Nosotros hemos cerrado el espacio Ajoblanco porque en cuanto cobras por un producto cultural la gente no viene y no se puede vivir ni del aire ni de las subvenciones que, aunque digan lo contrario, coaccionan. Y luego el MACBA y todos estos centros van en función de los gustos del director.
–Lo mismo pasa en los museos de Madrid.
–Pero en Madrid hay más fundaciones, mucha más competitividad y más dinero. Madrid ha sabido gestionar la cultura de una manera distinta a la de Barcelona, donde la cultura ha sido gestionada desde la obsesión nacionalista.