Letra Clásica
Orwell, ocho décadas después del espanto
'Homenaje a Cataluña', el libro donde el escritor británico retrata desde dentro la Guerra Civil, cumple 80 años con todas sus lecciones literarias intactas
1 mayo, 2018 00:00La verdad de un escritor está en sus libros. Incluidos aquellos en los que, con la prerrogativa que otorga el arte de la ficción, miente, disimula, embellece o matiza su existencia. Todos los recursos de la enunciación retórica --que eso, en definitiva, es la literatura-- no son suficientes para impedir que en algún momento la identidad de quien escribe salga a la luz a pesar de los camuflajes inherentes al oficio. En el caso de George Orwell esta norma es quizás aún más exacta. Aunque conviene comenzar con una advertencia para navegantes: el escritor británico no es ajeno al arte de la simulación. Baste reparar en que su nombre no era su nombre, sino un seudónimo inventado a partir de un juego de palabras que vincula al patrón oficial de Gran Bretaña --Saint George-- con un río --el Orwell-- que desemboca en el Mar del Norte. Eric Arthur Blair empezó su carrera literaria con una mentira que terminaría siendo verdad.
Su vida fue breve (murió con 46 años) pero suficientemente intensa como para, en una década y media de escritura constante, dejarnos una bibliografía extensa y nutritiva
Miquel Berga, en un delicioso ensayo dedicado a la singular relación del escritor con sus editores, lo justifica por la tendencia a la autodevaluación que caracterizó su personalidad, breve en términos temporales --murió con 46 años-- pero suficientemente intensa como para, en apenas una década y media de escritura constante, dejarnos una bibliografía extensa y nutritiva que incluye luminosos ensayos, excelentes libros de crónica periodística --antes de la invención formal del género-- y novelas alegóricas de un futuro que ha terminado haciéndose muy presente. Su libro mayor --Homenaje a Cataluña-- cumple ahora los primeros ochenta años de su publicación --tormentosa-- en el diminuto sello británico Secker & Warburg, al que Orwell llegó después de la negativa de su editor habitual, Víctor Gollancz, a dar a la imprenta los folios de su testimonio como voluntario en el frente de Aragón de la Guerra Civil.
Primera edición de Homenaje a Cataluña, publicado en inglés por la editorial Secker & Warburg
Orwell fue un escritor que trabajó sumergido en un universo de prosaísmos. Algo paradójico para alguien cuyo motor vital era el idealismo. Había que creer mucho en las utopías para buscar la verdad en las trincheras malolientes y embarradas de una guerra cuyo origen se remonta quizás a las obscenas relaciones de poder heredadas del feudalismo peninsular. Arriesgado era también oponerse al colonialismo que practicaba el país bajo cuyo pasaporte viajaba. Ingenuo es pensar que denunciar la miseria de los bajos fondos en las grandes ciudades ayudaría a que la gente tome conciencia de la injusticia social. Y melancólico, por inútil, puede ser soñar con una sociedad igualitaria. Orwell escribía a la contra de todos no sólo para ser él mismo. Estaba además convencido de que la realidad no es inamovible y que el hombre debe luchar para alcanzar su dignidad. Su literatura es abiertamente política, pero no deja de ser artística. Su vida tiene un aire mítico: “Voy a matar fascistas porque alguien debe hacerlo”, confesó en su día a Henry Miller, sumergido entonces en el hedonismo de las periferias de París, para resumirle los motivos de su alistamiento en el bando republicano español.
La obra de Orwell es abiertamente política, pero no deja de ser artística. Es un canto a la individualidad, un monumento al sentido crítico y un ejercicio de libertad de criterio
Al mismo tiempo, su obra es un canto a la individualidad, un monumento al sentido crítico y un ejercicio permanente de libertad de criterio. Incluso frente a uno mismo. Desde la primera página del Homenaje a Cataluña el escritor británico, que es parcial en su análisis de la Guerra Civil, se muestra honesto: admite que su perspectiva es sesgada y fragmentaria pero, de igual modo, totalmente sincera. Hay quien elogia de este libro, uno de los mejores que se han escrito de la contienda española --y se han escrito muchos--, su alto grado de compromiso con la causa libertaria o el valor (léase la temeridad) que suponía su alistamiento en las tropas rojas, pero ambas cuestiones, a efectos literarios, son perfectamente irrelevantes. Lo que hace que su relato de la Barcelona revolucionaria se sostenga ocho décadas después de aquel espanto, que no sólo enfrentó a las dos Españas, sino a las dos izquierdas, es la capacidad de Orwell para convertir su experiencia como espectador (activo) en una emoción compartida.
Cartel de propaganda política del dibujante sevillano Helios Gómez.
El prestigio editorial del Homenaje a Cataluña fue tardío y, en el caso de España, casi milagroso. Orwell murió en 1950 sin que se agotaran los 1.500 ejemplares de la primera edición, destinados básicamente a los militantes de izquierda británicos. Secker & Warburg tardó década y media en recuperar el dinero del adelanto que cobró el autor, que nunca llegó a verlo traducido al español por la sencilla razón de que hasta treinta años más tarde no pudo distribuirse en la Península una versión en castellano y catalán censurada por los inquisidores del tardofranquismo. Según los datos aportados por Miquel Berga, hasta 75 años después de su publicación, en 2003, no se restituyó en una edición en español la versión íntegra. El libro, cuyo mayor mérito es la extraordinaria carga sensorial que proyecta en sus páginas, donde se relata en primera persona, a la manera de las célebres narraciones de iniciación, es una pieza documental donde la mirada del protagonista --un Orwell que no es Orwell, sino un Eric Arthur Blair al que impulsan sus sueños políticos juveniles-- se topa, antes de ser herido en la garganta y regresar con miedo a Londres, con la vulgaridad en la que fenecen todas las utopías políticas desde que el mundo es mundo.
Opúsculo de instrucciones a seguir en caso de ataque aéreo. Archivo General de la Guerra Civil Española.
El miliciano libertario nos describe una Barcelona expresionista --predominaba el color gris, roto por el rojo y el negro de los anarquistas-- llena de hombres tan cándidos como crueles, ignorantes y, al mismo tiempo, sabios. Una ciudad donde los desconocidos se trataban como hermanos y los hermanos --de patria y hasta de bandera-- se asesinaban mutuamente movidos por el dogmatismo de las tripas y el recuerdo de afrentas incubadas en estómagos hambrientos durante décadas. Sumergido en aquel paisaje, Orwell miente --“había viajado a España con el proyecto de escribir artículos periodísticos”-- al mismo tiempo que confiesa la verdad --“ingresé en la milicia casi de inmediato porque en esa época y en esa atmósfera parecía ser la única actitud concebible”-- y, sin dejarse seducir por la comodidad de sus propios dogmas, constata que en una guerra --que no es sino otra metáfora de la vida-- las buenas intenciones y el buenismo político son, además de un estorbo, tan efímeros como el humo.
Su Barcelona es una ciudad expresionista donde los desconocidos se trataban como hermanos y los hermanos se asesinaban mutuamente
Orwell aprendió en España que para un verdadero escritor (aunque se disfrace de miliciano) no existe otro compromiso más que con la verdad, aunque ésta sea incómoda para todos los bandos. El narrador del Homenaje a Cataluña es un testigo impenitente que levanta acta de cómo el idealismo --propio y ajeno-- se precipita contra el muro de la realidad. “Hablar de las letrinas es un lugar común de la literatura bélica, y yo no las mencionaría si no fuera porque las de nuestro cuartel contribuyeron a desinflar el globo de mis fantasías sobre la Guerra Civil”, admitirá en un posterior libro de memorias. Su relato de la España del 37 es un extraordinario canto a la evidencia de la vida terrestre, un brillante análisis de la mentira --en este caso bajo la forma de la propaganda sectaria-- y la aceptación (poética) de que hasta la causa más noble del mundo, como la conquista de la libertad, está en peligro si dejamos que sea administrada por los que hablan en nombre del pueblo, la patria o la revolución. Ocho largas décadas después de su publicación todas sus lecciones literarias siguen vigentes. Las barricadas del Homenaje a Cataluña contra la manipulación totalitaria son indestructibles.