Cartel promocional del gran mago Thurston (1915) / STROBRIDGE LITHOGRAPH & Co

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Letra Clásica

Miniaturas de mil y una fábulas

Felipe Benítez Reyes hace un alarde de dominio de los géneros narrativos en ‘Por regiones fingidas’, una gavilla de relatos e historias publicada por Renacimiento

11 junio, 2020 00:00

En la Segunda Parte del Quijote, capítulo primero, el cura, administrador en régimen de monopolio de una creencia de la que no existen pruebas empíricas, tan sólo la mera voluntad de confiar en una suposición, muestra sus reparos ante la ficción, esa verdad que se construye con mentiras: “(…) Mi escrúpulo es que no me puedo persuadir en ninguna manera a que toda la caterva de caballeros andantes que vuestra merced, señor don Quijote, ha referido, hayan sido real y verdaderamente personas de carne y hueso en el mundo; antes, imagino que todo es ficción, fábula y mentira, y sueños contados por hombres despiertos, o, por mejor decir, medio dormidos”.

El caballero andante, hidalgo crepuscular cegado por los simulacros que custodian los libros, lo desmiente con fiereza: “Ése es otro error en que han caído muchos, que no creen que haya habido tales caballeros en el mundo; y yo muchas veces, con diversas gentes y ocasiones, he procurado sacar a la luz de la verdad este casi común engaño; pero algunas veces no he salido con mi intención, y otras sí, sustentándola sobre los hombros de la verdad; la cual verdad es tan cierta, que estoy por decir que con mis propios ojos vi a Amadís de Gaula (…)”. Se trata de una maravillosa paradoja cervantina: dos seres de ficción –el cura y el héroe de la Mancha– discuten sobre la veracidad de su propia condición, apelando a sus respectivas  ideas de verdad en un contexto –las páginas de la primera novela moderna– cuyo principal rasgo es su falta de correspondencia (relativa) con la realidad. Esto es: la ficción se cuestiona a sí misma a través de la invención. Algo extraordinario.

Del mismo modo que Cervantes, a cuyo amparo ha escrito algunas de sus novelas, el escritor gaditano Felipe Benítez Reyes (Rota, 1960) regresa a las estanterías tras perpetrar hace ahora un año exacto El intruso honorífico –un diccionario de autor donde divagaba sobre filias, fobias, trabajos, días, vivencias y decepciones–, con una gavilla de relatos y prodigiosas miniaturas que, igual que sucede en la Primera Parte del Quijote, donde la trama principal se interrumpe para incorporar digresiones narrativas que resumen todos los géneros de su tiempo, muestra las mil y una formas que existen de contar una historia. En este caso, ochenta.

El libro, recién publicado por la editorial Renacimiento, se titula Por regiones fingidas e ilustra su cubierta con un cartel del célebre mago Kellar, un ilusionista autodidacta de finales del XIX, hijo de inmigrantes alemanes instalados en Pensilvania, aficionado a las artes de la farmacia, a los venenos y a esquivar los trenes a cuerpo limpio. El afiche, por decirlo a lo porteño, reproduce la imagen de un hombre con terno y pajarita, pero sin cabeza, como si fuera un insólito autómata. Son dos paratextos que adelantan el contenido del cofre secreto que siempre es un libro, en este caso dedicado al ancestral espíritu de las fábulas. 

Benítez Reyes, por regiones fingidas :RENACIMIENTO

Como dicen los académicos, título y portada proponen un marco concreto de interpretación. Una clave de bóveda para ejecutar, mediante la lectura, la partitura. Más que una colección de cuentos al uso, como sucedía en Un mundo peligroso, Maneras de perder y Fragilidades y desórdenes, las incursiones previas de Benítez Reyes en el mundo del relato, este libro es una suma de divertimentos cuyo sentido y aspiración no son ni la coherencia sobre la materia que se cuenta ni tampoco la fidelidad voluntaria a un principio ordenador, como ocurría en Cada cual y lo extraño, un volumen de la misma casa cuyas las narraciones emulaban el tránsito de un calendario o la prosa piadosa del santoral. 

Por regiones fingidas es otra cosa. Podríamos calificarlo como un alarde –en el mejor sentido del término– que nos muestra a un escritor especialmente dotado –cosa que ya sabíamos y que constatan premios que van desde el Nadal de novela al Julio Camba de Periodismo, sin olvidarnos del Loewe de poesía– capaz de tocar todas las cuerdas de la narración, un logro que sólo está a la altura de los maestros sinfónicos y los músicos capaces de meter indistintamente una misma melodía por ritmo de tango, blues, rock & roll o bulerías, dependiendo del día y del estado de ánimo. En esto Benítez Reyes recuerda al Dylan que reformula, altera, modifica, cambia y transforma sus canciones, dotándolas de una nueva vida. 

El objetivo del escritor gaditano no es tanto importunar a sus lectores –just to fuck, como ocurre en el caso de Mr. Zimmerman– como rendir un devoto homenaje al caleidoscopio de los distintos géneros, tonos y aires narrativos que existen, que en este libro se nos presentan a partir de lo que tienen de códigos –y, por tanto, de asideros– y, al mismo tiempo, como formas contrastadas y eficaces de narrar, consolidadas por la tradición y el sobreentendido pacto ficcional con los lectores. Lo meritorio del ejercicio, que no es cosa de cuatro días, sino fruto de la constancia y los encierros en su propia catedral, es que Benítez Reyes cuestiona y, al mismo tiempo, refuerza las fecundas formas de narrar, estrellas de un infinito universo. 

Benítez Reyes / @JMSANCHEZPHTOTO

Felipe Benítez Reyes / @JMSANCHEZPHTOTO

Lo primero lo hace, fiel a su carácter, con humor e ingenio. Lo segundo cae por su propio peso, porque todas sus historias funcionan de forma autónoma. Son joyas de distintos brillos que no engañan porque desde el principio enseñan sus cartas. Ni ocultan su naturaleza ni fingen ser algo distinto a lo que son: artificios estilísticos concebidos para contar la vida a partir del arte de las mentiras. Por regiones fingidas es una colección de falsedades milagrosas distribuidas en cuatro categorías que discurren desde las pompas fantásticas –“un laboratorio de distintos procedimientos narrativos”, en palabras del autor– a los relatos-esbozo, sin despreciar ni la ékfrasis (las historias creadas a partir de collages gráficos) ni las gozosas pantomimas

El menú, como puede intuirse, es amplio. Benitez Reyes nos descubre las trágicas mentiras de la muerte en un apólogo árabe, al estilo de Las mil y una noches; recurre a las fábulas chinas para contar un desengaño amoroso, usa el código de la parábola bíblica para unir sexo y religión (en un vulgarium sobre el nacimiento de Cristo), invierte las metamorfosis kafkianas para contar lo insólito cotidiano, explora el cuento infantil (a través de la alegoría pacifista), revive al hombre invisible según el modo de narrar victoriano, homenajea a la novela rusa con una divertida pieza metaficcional, camufla un alegato contra el racismo en un cuento de Navidad, rinde pleitesía al género de viajes mediante la fábula de alguien que no viaja y recupera –a su manera– el formato de los sueños de Quevedo. Así, sin respirar.

Vladimir Makovsky   A Literary Reading

Gabinete de lectura (1866), un cuadro del pintor ruso Vladimir Makovsky

El escritor reúne en este libro una colección de mecanismos literarios que funcionan como relojes suizos. Y saca a la palestra una galería de seres anómalos, sorprendentes, desfigurados o hermosos, igual que las mariposas de Nabokov. Todo mediante el ejercicio de la mimésis paródica, la deformación, la amplificatio o la reducción al absurdo surrealista. Su burla irónica, más hedonista que cruel, es un acto de fe en favor de la mejor literatura. Una forma de rezar antes de que –lo explica por voz fingida en el brillante epílogo dedicado a la Comedia de Dante– los “malos consejeros que en la vida se adornaron con palabras embaucadoras” cumplan el martirio que merecen en la octava fosa del Inferno “donde, por una cosa o por otra, acabaremos todos los empeñados en fabular”.