Cartel de la película 'Tres días de un diario' (1929), dirigida por G. W. Pabst

Cartel de la película 'Tres días de un diario' (1929), dirigida por G. W. Pabst

Letra Clásica

Margarete Böhme o la escritura proscrita

El Paseo Editorial traduce por primera vez al español la novela de la escritora alemana, el falso diario de una mujer libre que rompió los tópicos sobre la condición femenina

29 abril, 2021 00:00

“Si volviese de nuevo al mismo mundo quiero ser un animal salvaje. O quizás un hombre, pues un hombre nunca se mete en un callejón sin salida, como nosotras las mujeres; para él siempre hay una puerta abierta, su existencia no queda aniquilada por un paso en falso, como la nuestra. Al hombre le pertenece el mundo; nosotras las mujeres somos medios tolerados para su objetivo”.

Este párrafo está publicado en 1905. Y, en contra de lo que su atrevimiento pudiera suponer, el libro que lo contiene se convirtió enseguida en uno de los primeros fenómenos literarios del siglo XX. Su autora, la alemana Margarete Böhme, fue pionera en conseguir un éxito editorial sin precedentes, alejada de los gustos victorianos y el genial, pero moralista, modelo de predecesoras como Jane Austen o las hermanas Bronte. Diario de una perdida el dietario apócrifo de una prostituta, la bella Thymian, que presuntamente entrega a la autora, así lo relata Böhme en el prefacio, unos cuadernos escritos desde que era una niña en los que no oculta ni los hechos que ha vivido ni sus sentimientos.  

La autora aparece a lo largo del libro, convertida en intermediaria, para aclarar algunas circunstancias del relato y explicar sus interrupciones temporales en la vida contada. El formato ya resultaba novedoso en su tiempo, pero es la voz de esta mujer proscrita lo verdaderamente inédito en una sociedad de principios del siglo XX, donde la virtud de las mujeres estaba inexorablemente ligada a su virginidad, castidad o asexualidad. Las mujeres respetables carecen de sexo y, si tienen pasiones, deben convertirlas en relaciones pulcramente románticas o devotamente conyugales. 

margarete böhmeEl editor de El Paseo, David González Romero (que ya rescató hace dos años El Estigma de Emmy Hennings, otra novela que tiene a una prostituta como protagonista)  está publicando joyas desconocidas de la literatura europea –malditas en su momento y ocultas tiempo después– junto a autores como el francés René Crevel o, ahora, a Margarete Böhme, la escritora más popular de su tiempo. Es la primera vez que esta novela se traduce al español –en versión de Fernando González Viñas– a pesar de su trascendencia editorial y de que años más tarde fuera un hito cinematográfico con la película Tres páginas de un diario, dirigida por G. W. Pabst en 1929, protagonizada por Louise Brooks, una actriz norteamericana, icono del cine mudo, cuyo rostro aparece en la portada de la edición con el peinado de Valentina, el personaje de la serie de dibujos animados.

El editor de El Paseo, David González Romero (que ya rescató hace dos años

Para Böhme, tanto la película como el éxito de su novela supusieron su reconocimiento y una pequeña fortuna que le permitió vivir de forma desahogada y completamente independiente. Fueron la inquina que las autoridades nazis mostraron con ese tipo de literatura, y el osado carácter de la autora, los motivos que borraron el nombre de quien había sido una celebridad en su país. La escritora muere en 1939 en Hamburgo con setenta y dos años, poco antes de que su país estallara en guerra y locura

Su biografía tiene algo de esa Thymian que acaba definiéndose como una perdida. Y viceversa. Igual que su protagonista, Böhme siente fascinación por la escritura y los libros desde muy joven, con apenas 17 años. Margarete, su personaje, se casa a la edad en que su protagonista pierde, violenta e involuntariamente su inocencia y se divorcia del editor que le había dado su apellido y le enseñó los gajes del oficio. Marcha a Berlín, donde emprende una exitosa carrera como autora de libros populares y comerciales. 

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Tal vez una de las razones del respaldo del público resida en su estilo: limpio, directo, ágil en descripciones y lleno de diálogos. Un lenguaje de la calle, desprovisto de retórica, naturalista y a la vez íntimo, enunciado desde un yo de mujer prácticamente inédito en la literatura de la época por su forma tan descarnada y descarada. La comercialidad de su literatura no va en detrimento de su capacidad de transgresión y de su narración de la fractura de las voces femeninas aceptadas hasta ese momento en la literatura y en la sociedad.  

A diferencia de la mujer prostituida de Henning, la joven Thymian no se siente tanto pecadora y estigmatizada como una víctima. Es el suyo un discurso reivindicativo, emancipador, crítico con una sociedad que condena a las mujeres al sometimiento o la exclusión. Para sobrevivir, las mujeres deben perder la respetabilidad aunque nunca llegarán a ser dueñas del todo de su vida. Una mujer joven y descarriada sólo podrá sobrevivir con las armas de la juventud y la belleza, siempre a punto de ser condenadas y despreciadas, con la amenaza de la pobreza y la calle como destino final.

Sin embargo, en este caso la mujer perdida es también una mujer inteligente y dotada de una ética personal, con sus propias normas, una dignidad que ella misma se construye frente al repudio y al desprecio. Asombra también un sentimiento de clase que no aparece en la mayoría de los melodramas de la época y aún menos escritos por mujeres, una conciencia crítica frente a la hipocresía del mundo burgués y las clases humildes que han de sacrificar hasta la honra para llevarse el pan a la boca. 

Los diarios rezuman reproches más allá de los que va cosechando la joven desde que la muerte de su madre precipita su expulsión del paraíso (de la casa paterna y de la infancia). Hay también un reproche social minuciosamente retratado en todos los personajes que acompañan a la protagonista, incluso aquellos a los que ama y los que la aman. La honradez es un privilegio de los que nunca han pasado hambre, concluyen los sentimientos de quien señala a los burgueses, a los ricos, como culpables de dictar leyes y saltárselas con absoluta impunidad. Y quien dice honradez dice honor, y quien dice honor, dice privilegio.  Unos privilegios que tienen sexo.  

En este libro hay, sin duda, una aguda visión femenina, feminista incluso, ante los hombres y su libertad de hacer y deshacer, tomar o abandonar, sin miedo a perder la reputación, ese concepto que divide a unas de otras mujeres. Existe también una intensa solidaridad (lustros antes de la sororidad, definida como concepto por la activista mexicana Marcela Lagarde, aunque invocado por vez primera por Unamuno en la Tía Tula), entre aquellas mujeres malditas, obligadas a ser eternamente proscritas. 

La mancha del comercio sexual –ellas, sus objetos– las marca para siempre. Ni siquiera un matrimonio o la protección de un rico caballero les dará la paz que buscan. El estigma pervive, como en Henning, como en Duras, por mucho que se oculte como la marca ignominiosa de una viruela moral. Frente a esas mujeres condenadas (que las hay buenas y malas, por cierto) la autora describe sin que le tiemble la mano a las otras, las mujeres que aceptan el rol sumiso, tan infelices como las que más, pero verdugos de aquellas a las que consideran vencidas, dignas de extirpación como una enfermedad repugnante. 

Edición en alemán de 'Diario de una perdida'Las perdidas no tienen derecho ni siquiera al supremo premio de la maternidad. He ahí otra aportación, rozando el escándalo, de la autora, su descripción de la maternidad que es negada a las descarriadas, un sentimiento que Thymian exhibe con dolor, pero no como un merecido castigo a su mala vida, sino como una injusticia más del sistema que las explota. El Diario de una perdida es un libro reivindicativo y valiente, una historia de búsqueda de autonomía personal, una novela absolutamente contemporánea

Las perdidas no tienen derecho ni siquiera al

El editor en su prefacio cita a Walter Benjamin que la calificó como un “exhaustivo inventario respecto al comercio sexual, a comenzar por la casamentera, la directora de una camuflada institución de obstetricia, hasta el gigoló y la alcahueta”. No  compartieron esta admiración quienes la consideraron una novela pornográfica, como Bram Stoker, partidario de su prohibición. Una opinión que dificultó su exportación fuera de Alemania y su traducción a otros idiomas, entre otros al nuestro. Frente a este juicio, autores como Henry Miller reconocieron la influencia de su lectura en su obra. Especialmente el subtítulo (una persona muerta), con su fuerza descarnada y brutal.  

Impresiona comprobar cómo hace un siglo los lectores –y no pocos– convirtieron este libro en un éxito sin precedentes. Después vinieron otras escritoras que expandieron esta estirpe y ampliaron el horizonte de esta literatura, pero es llamativo que en esa época, tan pacata y encorsetada, hubiera tantos lectores desprejuiciados, críticos. La Historia ni se detiene ni es una carretera de una sola dirección. Por unos y otros motivos, con unos y otros pretextos, retrocede y dibuja una curva sobre su propio trazado. 

La moral, el maniqueísmo, el trazo grueso sobre el alma humana nos privan de una visión total de la realidad sin ángulos muertos y nos despoja de la oportunidad de conocer a los seres humanos con sus gozos y sus sombras, sus miserias y sus grandezas, sus  emociones y sus miedos. Nada de este pesado equipaje lastra una novela que se lee de un tirón y que no deja de asombrarnos, por estilo y capacidad de anticipación. Y también por la tardanza con la que al fin, llega a nuestras manos.