Letra Clásica
Juan Casamayor: "En la edición el riesgo existe con cada autor que publicas"
El editor de Páginas de Espuma, Premio Nacional a la labor cultural, dice que las librerías son uno de los indicadores democráticos de un país
7 octubre, 2019 00:05Juan Casamayor (Madrid, 1968) y Encarnación Molina, apasionados del relato, impulsaron en 1999 desde el corazón de Malasaña un proyecto editorial al que bautizaron con un verso de Luis García Montero: Páginas de Espuma. Querían rescatar a los clásicos del género y dar voz a los talentos contemporáneos. Escritos de Luis Buñuel fue el primer título de su aventura, a la que sumaría pronto el triunvirato del cuento moderno –Poe, Chéjov, Maupassant–, Balzac, Pessoa, Schwob, Zola, Stevenson, Dickens o Stoker. Más tarde llegarían los ensayos, los libros de viajes, los diarios, y el salto a Latinoamérica. Veinte años después, en el mismo rincón de la calle Madera, la misma que en el Madrid de finales del siglo XIX, fue punto de encuentro de literatos y escenario del ajetreo bohemio, Casamayor nos recibe entre infinitud de libros para celebrar las dos décadas de existencia de un proyecto de incesante actividad, reconocida con el Premio Nacional a la Labor Cultural.
–Empezó trabajando para otras editoriales, ¿se cansó de darle ideas a los demás?
–Llegué a Madrid en enero de 1997 para estar unos pocos meses, pero la verdad es que se han alargado hasta los casi 22 años que llevo en esta ciudad. Al principio empecé colaborando como freelance con editoriales independientes. Es un buen sistema para aprender porque haces de todo: edición, corrección, mover cajas de libros, atender en la Feria del Libro de Madrid, ir a la Feria Internacional de Frankfurt… Hice un trabajo muy amplio. Y también aprendí lo que, a medida que vas asumiendo que puedes crear un proyecto editorial propio, no te gustaría aplicar a esa aventura que puedes empezar, el modelo de negocio que no deseas. Por eso es una doble escuela, pero una doble escuela indispensable.
–El nombre de la editorial procede de un verso de Luis García Montero.
–Buscar el nombre de una editorial no es sencillo. Nos gustaba mucho el nombre de la editorial Lengua de Trapo, que surgió en 1995 y nos parecía que estaba batallando con ciertos instrumentos que a nosotros nos gustaban: trabajaban con autores nacidos en los sesenta, latinoamericanos, y se veía que era un esfuerzo muy vocacional. Nos gustaba hasta el nombre, ese sintagma que quisimos replicar. Buscando en la poesía de Luis encontramos un verso –páginas de espuma–, que muy evocador, poético. Parece el nombre de una editorial de poesía, pero pasados estos veinte años creemos que está totalmente unido al género de referencia de la editorial, que es el cuento.
–Todo comenzó con Escritos de Luis Buñuel, ¿por qué este título?
–Fue nuestro primer libro. Y un primer libro siempre es fundamental. Es como dar el primer salto. Previamente cierras la edición de manuscritos y, si lo has hecho bien, cuentas también con acuerdos de distribución para poder trabajar con las librerías. Pero ese primer libro fue, en nuestro caso, una tarjeta de presentación para empezar a interrelacionarnos con libreros y lectores, que era lo esencial. También tiene que ver con mi origen aragonés y con la amistad que mi padre tenía con el apoderado de los derechos de Buñuel, que era su sobrino y anestesista del equipo de mi padre, que era neurocirujano. Cuando le dije que iba a montar una editorial dijo: “Mira, que en el año del centenario de mi tío salga un libro en una editorial que no conoce nadie le hubiera encantado”. Entonces nos cedió los textos. Es un magnífico long seller, todavía se sigue vendiendo. Y es Luis Buñuel, un grande entre los grandes.
–¿Cuál es el común denominador del catálogo de Páginas de Espuma?
–La columna vertebral es el género del cuento. Cuando en los años noventa Encarnación y yo nos proponemos poner en marcha una editorial basada en lo que nos gusta leer, que es el cuento, vemos que en nuestro entorno no existen editoriales que lo tengan como materia primordial y exclusiva. Había editoriales de poesía, teatro…etc, pero no de cuento. Y eso que el cuento en español tiene una tradición magnífica y en los noventa había buenos cuentistas que editorialmente estaban funcionando. Este es el eje principal de la editorial, que luego se alimenta de otras geografías y generaciones, incluso de estéticas, porque no hay una estética predominante en la editorial. Por eso también publicamos hasta literatura fantástica, pero como un hecho natural. No buscamos crear una editorial en torno a lo fantástico, sino que éste está dentro del cuento y a partir de ahí funciona.
–¿De qué estéticas estaríamos hablando?
–Pues de una estética más realista, con un lenguaje más claro como podría ser el cuento carveriano. Nos gusta el cuento juguetón, poético y cortazariano, por supuesto, toda la parte fantástica, pero tenemos líneas hasta de cuentos que rozan lo surrealista o que entran en otros reinos colindantes. Lo bueno del cuento es que está muy cerca de la poesía, la novela… Por lo tanto, es un género híbrido que funciona muy bien. Por ejemplo, Ángel Zapata tiene una obra que camina hacia un surrealismo importante y sus libros defienden ese espacio donde poesía y cuento breve se mezclan con una clara vocación vanguardista. No pretendas entender lo que está escribiendo, sólo déjate llevar y sentir ese impulso casi primitivo que tiene la lectura. En eso Ángel es un maestro absoluto.
–¿Cuál es la fórmula para sobrevivir ante los grandes grupos editoriales con menos recursos y sin grandes medios?
–El cuento siempre ha gozado de una tradición muy buena en lo literario, pero lo que estaba pasando a finales de los noventa es que la industria del libro le dio la espalda. Los cuentos se consideraban el descanso del novelista y muchos sellos no querían publicarlos. En dos décadas esto ha cambiado por varios factores. Uno es la explosión de editoriales independientes, más sensibles a otro tipo de libros, o que los grandes han tenido bastantes éxitos económicos. Hay dos nombres: Alice Munro como Premio Nobel o la apuesta de Alfaguara, hace ya unos años, por Lucía Berlín. Se ha creado una tendencia que se expande a las editoriales. Tenemos más lectores. Cuando surge Páginas de Espuma no esta realidad tan absoluta y cercana, eso se ha ido ganando con el tiempo. La editorial, en este sentido, ha ido creando esta comunidad de lectores. ¿Cómo? Acertando más que equivocándonos en cuanto a los textos que hemos elegido, así como con un trabajo de comercialización y promoción donde nos jugamos la vida. Todos los que estamos en el equipo seguimos adelante porque los libros se venden. Por lo tanto, ponemos todas las herramientas posibles para que se vendan y hemos descubierto que el cuento, si se pone todo sobre la mesa, vende más de lo que se creía, sin engañarnos de que el género preferido por la industria sigue siendo la novela.
–Eloy Tizón dice que es más fácil publicar una buena novela que un buen libro de cuentos. ¿Qué hay que hacer para que los cuentos funcionen?
–Es verdad que es más fácil. De hecho, si se consultan los datos del Informe del Gremio de Editores de España vemos que se publican casi 12.000 novelas al año y unos cuantos cientos libros de cuentos. Esa es la realidad. También tiene que ver que se escribe más novela que cuento. Pero una cosa es escribir cuentos y otra tener un libro de cuentos. Son dos parámetros distintos. Además, la industria editorial, aunque ha avanzado mucho, sigue, mostrando resistencias con respecto al cuento. Y luego sucede que los escritores, cuando escriben novela, cuento o una obra de teatro, en el fondo, quieren a todos sus textos por igual. Por tanto, ellos, cuando publican su libro de cuentos, quieren que llegue a las librerías, que haya promoción, compartirlos con sus lectores, desean un esfuerzo editorial real, y eso es lo que Páginas de Espuma también ha puesto sobre la mesa.
–¿Hay que abogar por la especialización, crear una singularidad?
–No es necesario. Hay editoriales independientes que tienen un carácter más general, pero normalmente las editoriales independientes lo que buscan son los espacios que en los grandes grupos, tan voraces, no cubren porque o no llegan a todo o consideran que su público puede ser inferior. Ahí es donde se pueden encontrar resultados editoriales subrayables. Una editorial como Impedimenta ha basado su éxito en el rescate de clásicos de antes y clásicos contemporáneos. Había una deuda bibliográfica en nuestro idioma y Enrique Redel y Pilar Adón cubren ese espacio. Digamos que Páginas de Espuma hizo antes –porque es de la primera oleada de editoriales independientes– algo similar antes con el cuento.
–¿En qué se basan a la hora de optar por uno u otro autor?
–Todo empezó en el año 2009, cuando nos planteamos publicar al triunvirato que creó el cuento moderno: Poe, Chéjov y Maupassant. Era un proyecto a largo plazo y que en sí estaba encapsulado. Primero salió Poe, que era el más sencillo porque sus cuentos están traducidos por Julio Cortázar y su agencia contrataba los derechos. A partir de ahí llegó la posibilidad de publicar los cuatro tomos de relatos de Chéjov y se abrió la opción de crear una suerte de biblioteca en torno a autores clásicos con cuentos completos y que, además, estuvieran ordenados cronológicamente. Hay varios factores, entre ellos el hecho de que no teníamos estas ediciones.
Hasta que en 2006, tras cuatro años, terminamos de publicar los cuentos completos de Chéjov, el lector en español no tenía todo el corpus de sus escritos. Existían antologías, pero no estaba todo. Era llamativo. Descubrimos también a otros escritores universales con cuentos maravilloso que estaban sin reunir. Fue entonces cuando publicamos a Henry James, Edith Wharton, Zola… También hay otro perfil de clásicos que son conocidos por otros trabajos literarios, pero cuyos cuentos son sobresalientes. Nos ha pasado con Pessoa, que es muy conocido por su poesía pero también es un magnífico cuentista; otro caso singular es Bram Stoker: parece como si no hubiese escrito nada más que Drácula, pero escribió tres libros de relatos que suman 800 páginas. Es un autor indudable y un clásico. Este será el perfil de los próximos autores que vayamos sumando.
–¿Nadie había reparado en estas ausencias?
–Existen magníficas ediciones, como las de Valdemar, pero publicar todo Maupassant es publicar 3.800 páginas. Eso requiere tener una fe casi inquebrantable en que este tipo de proyectos. Es mucho dinero. Sólo Chéjov son 4.000 páginas. Se trata de corpus literarios muy grandes y muchas editoriales son reacias a abordarlos. Pero en nuestro caso, como una editorial especializada en cuentos, con una comunidad alrededor del género, tiene sentido. Como diría Buñuel, es una colección “muy alimenticia”. Se vende muy bien.
–¿Le habría gustado publicar a Cortázar?
–Sí. Es un tópico, pero Julio Cortázar me parece el cuentista que más influyó en mi formación a la hora de leer cuentos. Tiene un espacio literario en el que participan poesía, juego, experimentación y valentía. En su caso le pasa como a Chéjov: te enamoras de ellos antes de leerlos. Sus personajes mezclan lo enigmático y lo muy cercano. A mí Cortázar me encanta. José Balza y Ana María Shua, que conocieron a Cortázar, me dijeron que tenía los ojos del mismo color que yo. Lo llevo muy cerca. También son imprescindibles en mi formación Juan José Arreola y Juan Rulfo, dos escritores que me parecen ineludibles. Otro autor indispensable es Onetti, importantísimo, así como Silvina Ocampo. En España hay autores que también han luchado por el cuento, como Carmen Martin Gaite, que tiene una obra considerable, además de Eduardo Fraile e Ignacio Aldecoa. Me parecen tres clásicos de la segunda mitad del siglo XX, a quienes les tocó escribir y publicar a la vez que se estaba forjando el boom latinoamericano. Y eso fue difícil de llevar. Algunos tuvieron más éxito y otros menos.
–¿Cómo logró dar el salto a Latinoamérica?
–Fue un hecho muy natural, porque nosotros, antes de viajar, ya publicábamos autores latinoamericanos. Un editor es un lector, y fue la lectura lo que nos llevó a publicarles. Cuando ya tuvimos un poco más de margen, decidimos que había que trabajar en cuestiones de distribución y comercialización más allá de España, descubrimos que había muchas librerías y distribuidores y existía la necesidad de visitar cada año aquellos países en los que queríamos que nuestros libros circularan. Desde este despacho de Malasaña no se puede distribuir a Latinoamérica.La balanza es absurda: hablamos de España, un país, y Latinoamérica, que es un continente con 19 países con realidades muy distintas. Para saber dónde van a ir tus libros hay que viajar a cada país, no sólo conocer a los libreros y los distribuidores, sino respirar y palpar la vida de tus lectores. Cuando vas aprendiendo esas realidades puedes decir que tienes opciones de poder distribuir ya no en Latinoamérica sino en Chile, en Ecuador, en Argentina. Cada país tiene características muy singulares. Ahora vamos de dos a cuatro veces al año a Latinoamérica. Este, por ejemplo, ya he estado en Costa Rica, México, Colombia, Argentina… Es una forma de estar presentes y seguir trabajando. Y también hay otra parte muy importante, que consiste en leer y conocer a los escritores de primera mano. Todo esto, sin duda alguna, enriquece nuestro catálogo.
–¿Tiene buena acogida este catálogo en España?
–Algunos título venden poco, otros de modo aceptable y otros superan las expectativas. Tenemos autores latinoamericanos como Samanta Schweblin o Andrés Neuman, Antonio Orduño, Jorge Volpi o Guadalupe Nettel que están vendiendo muchísimo y nos están dando muchas alegrías. Son autores que también viajan mucho, conocen la realidad de sus lectores y han ido construyendo su obra desde la seriedad y el trabajo y convicción. No digo que haya autores que no tengan la misma convicción, pero en estos casos se une con ese conocimiento, esa relación íntima y personal con la escritura que permite que los lectores se acerquen. Aunque si yo tuviera la clave exacta de por qué los lectores compran un libro y no otro, no haríamos aquí la entrevista: mi avión nos habría venido a buscar y estaríamos en las Bahamas [risas]. En el mundo de la edición el riesgo existe con cada autor que publicas.
–¿Cómo ha evolucionado la figura del editor en los últimos veinte años? ¿Se ha diluido su papel como mediador cultural?
–Es posible que su figura esté un poco más ensombrecida, pero sigue estando detrás. Hablo de la Páginas de Espuma a finales de los noventa, ahora estamos a punto de entrar en una década nueva. Cuando Páginas de Espuma empieza, los móviles arrancaban, no había redes sociales, Internet era precario. Ahora vivimos en una sociedad hiperconectada donde los hábitos de consumo han cambiado muchísimo, el lector lee de otra forma, adquiere los libros de otro modo. Hay que pelear muchísimo por nuestra red de librerías, que es básica. Las librerías son uno de los indicadores democráticos de un país. Cuantas más librerías tiene un país más sólida es su democracia. La idea no es mía, es de Paco Goyanes, de la librería Kálamo de Zaragoza. El editor va a existir siempre que alguien quiera contar una historia y alguien quiera escucharla. Alguien va a seleccionar esas historias y mostrarlas. Es verdad que ahora hay una interlocución más directa, pero no deja de ser un fenómeno externo al discurso cultural. Los escritores no escriben libros, escriben manuscritos, y en esa traslación hacia el libro es donde juega su papel un buen editor literario para hacer el mejor libro posible a partir del mejor manuscrito posible.
–¿Se implica por completo en el proceso?
–No puedo publicar a un autor si no lo he leído profundamente o me he reunido antes con él. Para publicar el nuevo libro de Andrés Neuman, Anatomía sensible, me fui tres o cuatro días a Granada y nos encerramos en su casa a trabajar. Ese trabajo es maravilloso. Un libro que nos está funcionando muy bien, de la escritora mexicana Socorro Venegas, procede de un trabajo intensivo en Guadalajara. Esto es es fundamental si eres un un editor literario, alguien al que le apasiona por la lectura e intenta amplificarla hacia los demás. Yo me entusiasmo con un manuscrito, lo comparto con quien lo ha escrito y luego esa misma pasión la traslado a quien lo va a prescribir, a los libreros y a los distribuidores. ¿Cómo lo va a vender el librero si yo no le digo lo maravilloso que es mi libro o le doy argumentos para que se seduzca? Hay editoras maravillosas en los grandes grupos y malos editores en las editoriales independientes, y viceversa. Pero hay una diferencia fundamental: la edición independiente convierte un gusto personal en una aventura rentable. Y eso es lo que hacen las editoriales independientes que están vivas. Las grandes lo intentan, pero muchas veces el gusto del editor está condicionado por exigencias promocionales o comerciales.
–Hablaba de grandes editoras… ¿Quiénes han sido sus referentes?
–El porcentaje de mujeres en la industria del libro es abrumador, casi siete de cada diez. Hay editoras fundamentales: Beatriz de Moura para mí ha sido fundamental. Aprecio muchísimo a Valeria Bergalli (Minúscula), una editora maravillosa; a Sandra Ollo, que no es que haya tenido que demostrar que puede llevar Acantilado, es que Sandra es Acantilado. Y hay dos editores que me han llegado mucho. Uno de ellos es Herralde. Si desaparecieran todos nuestros libros de Anagrama de nuestras bibliotecas nos daba algo. El otro es Jaime Salinas, hijo del poeta Pedro Salinas, un hombre adelantado a su tiempo que supo ver donde otros no veían y fue el responsable silencioso, como deben ser los editores, de mil cosas. Desde la creación de Alfaguara al boom latinoamericano.
–¿Qué libro o a qué autor le gustaría publicar?
–Más allá de Cortázar, hay autores que me encantaría publicar. Un escritor con el que me hubiera gustado trabajar es el argentino Guillermo Martínez. Me gusta muchísimo. De Argentina también me gusta Mariana Enríquez. Vamos a publicar un texto suyo ilustrado que va a quedar precioso, una historia totalmente oscura, como es su literatura. También me parecen extraordinarias Liliana Colanzi, la peruana Katia Adaui, Mónica Ojeda, Fernanda Melchor... Cuando me preguntan por el boom del cuento siempre digo que no hay un boom, sino un crecimiento y cada vez más lectores, aunque sí que ha existido un fenómeno que ha sido la llegada de las escritoras en español al cuento. Han traído un aire fresco y renovador no sólo a lo literario sino también a lo social y a lo político. Y a mí me interesa mucho. No te habla Juan el editor o el lector sino Juan, el hombre, a quien le interesa mucho la propuesta de lectura que hacen estas escritoras. Los hombres tenemos que aprender.
–¿Cuáles son sus próximas apuestas?
–Este año terminaremos los cuentos completos de Henry James con un tercer tomo traducido por el escritor argentino Eduardo Berti. Por otro lado tenemos la recuperación del libro Manderley en venta, de Patricia Esteban Arlés, la dama negra de la literatura española.