El escritor José Bergamín, miembro de la Generación del 27.

El escritor José Bergamín, miembro de la Generación del 27.

Letra Clásica

José Bergamín, periodista en Caracas

Renacimiento resucita los artículos que el escritor de la Generación del 27 publicó en el periódico ‘El Nacional’, donde compendia su ideario político y sus pasiones culturales

26 agosto, 2021 00:00

Dicen que era esquinado, un hombre hecho de perfil, con la palabra siempre en filo. Dentro de aquel grupo mágico que dio cuerpo a la llamada Generación del 27, José Bergamín (Madrid, 1895-Fuenterrabía, 1983) es probablemente la figura más desconcertante, un escritor instalado en una frontera de paradojas, penumbra e incomprensiones. Esa condición de excéntrico le salía a borbotones en aforismos, artículos y ensayos que brotaban de la razón, del delirio, de la vida. Comunista –“con ellos hasta la muerte, pero ni un paso más”, decía− y ferviente católico. Ancho de ideas, pero con el esqueleto fino, como hecho de astillas.

Bergamín se entregó a la escritura en los relojes lentos de las tertulias, en las mesas lapidarias de aquel Café de Pombo que iluminaba Ramón Gómez de la Serna. Luego, la echó a rodar por los recovecos de la amistad, por las redacciones de Cruz y Raya y de España peregrina, por el limbo de las imprentas y de las editoriales, por los burladeros de las plazas de toros. Pero el tiempo y la crítica la han juzgado a la baja, quedando borrosa en algún rincón de la historia literaria del siglo XX al estar aún desmadejada en ediciones de difícil acceso, en revistas y periódicos, en antologías póstumas poco afortunadas y en los olvidos acumulados en su causa de hombre incómodo.

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José Bergamín, fotografiado mientras hojea un libro

De ahí el oportuno trabajo realizado por Gonzalo Penalva para recuperar médula y raíz de este singular autor en los dos volúmenes de Prosas peregrinas (Renacimiento), confeccionados a partir de los 336 artículos que publicó entre el 12 de mayo de 1946 y el 1 de diciembre de 1963 en El Nacional de Caracas. Se suma esta interesante aportación a las aproximaciones realizadas en los últimos años en torno al escritor madrileño por Nigel Dennis (José Bergamín. Obra esencial, Turner, 2005), Andrés Trapiello (Claro y difícil, Fundación Santander, 2008) y José Esteban (El purgatorio de Rimbaud y otras prosas previas, Renacimiento, 2013).

Estas Prosas peregrinas, no obstante, podrían encuadrarse en esa historia subterránea de la literatura que tiene su existencia fugaz en los periódicos. Se trata, sin duda, de algo más que una retórica sumada a la labor de informar, salir a la calle y contar qué ocurre. Es el pulso del idioma hecho observación, entusiasmo o protesta. Y José Bergamín forma parte de esa cuadrilla fastuosa, pues hubo un tiempo en que las hojas informativas eran el escaparate de la mejor escritura, de la libertad de los estilos, cuando escribir un artículo empezaba a ser una forma profunda de leer la vida y entenderla.

“El escritor que tiene sentido del tiempo, del tiempo que vive y del tiempo en que vive (esto es, del tiempo suyo, del tiempo de los demás, del tiempo de todos y de su tiempo propio) es entonces y por tenerlo, en estricta aplicación del vocablo, un periodista”, anota Bergamín en El sentido periodístico (El Nacional, 7 de abril de 1960). Así, apunta a que periodistas fueron “los mejores escritores en prosa de nuestro siglo XIX: Mesonero Romanos, Estébanez, Larra, Bécquer” y “vemos que es en Unamuno y Azorín, sus mejores prosistas [del 98], como en la obra en prosa de Antonio Machado, donde todo o casi todo lo mejor es periodismo literario”.  

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Y, en este punto, entregado a combatir la separación entre el periodismo y la literatura, Bergamín añade: “Porque el periódico moderno que tiende a convertirse en un inmenso vertedero de propaganda anunciadora y de anónima información noticiosa, al excluir, al perder, la literatura, lo que excluye y pierde –lo que destruye diría− es, justamente, su sentido periodístico, su radical y propia razón de ser. Como el escritor que elude de su obra ese sentido periodístico por completo se convierte en escayolado académico, hueco, vacío (como tantos lo son), en escritor sin tiempo, sin alma, sin vida, sin verdad”.  

Penalva, quien ya estuvo al frente de una ambiciosa antología periodística de Bergamín (El pensamiento de un esqueleto, tres tomos publicados en 1984 por Litoral), ofrece en el primer volumen de Prosas peregrinas las piezas dedicadas a la literatura, la filosofía, las artes y, en cierta medida, la política. En este ámbito, el escritor plasma por igual su insobornable opción republicana (“Si el tiempo no lo impide ‒pensábamos, decíamos‒ habrá una Tercera República en España”) como las consecuencias vitales de su (doble) exilio, dado que al de 1939 sumó otra salida forzosa en 1963, cinco años después de su regreso, a cuenta de sus denuncias sobre la represión de una huelga en Asturias.   

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El escritor, ya en la década de los ochenta, en una imagen tomada por su nieta Ana Bergamín

En cuanto a los ensayos literarios, ampliamente representados en esta primera entrega de Prosas peregrinas, buscaron siempre un enfoque nuevo, apartado de las reflexiones académicas, sobre autores clásicos como Cervantes, Lope, Quevedo, Larra y Galdós. Se adentró también en los maestros de la pintura española (Murillo, Velázquez, Goya y Picasso) y en las claves del cine de Buñuel, de quien valoró “la autenticidad intensísima de su expresión, su independencia fabulosa, su pureza natural, luminosa y sombría; su salvaje inocencia poética. En una palabra, su insobornable españolidad”, se lee en el artículo El anteísmo español de Buñuel (El Nacional, 13 de julio de 1961).

Entre estas observaciones, Bergamín regresó definitivamente a España en los setenta. Siguió escribiendo. Se le trató mal, con ese desprecio capaz de deshacer el nervio más templado, tal como ocurrió al retirársele de forma exprés el Premio Cervantes en 1982 a favor de Luis Rosales. De ahí al final, le aliviaron pocas cosas: las verónicas de Rafael de Paula, los almuerzos en un restaurante con dama al lado y un puñado de tardes con su amigo Alberti, reencontrado. Su texto póstumo, su disidencia extrema, fue la de marchar a Fuenterrabía, donde asumió los postulados de la siniestra Herri Batasuna de los ochenta. Y allí está enterrado, “para no darle a mis huesos / tierra española”, anotó.