Gonzalo Torné / LENA PRIETO

Gonzalo Torné / LENA PRIETO

Letra Clásica

Gonzalo Torné: "No me siento catalán, tampoco me siento español, ni siquiera cosmopolita"

El escritor niega que en Barcelona exista una fractura en el ámbito cultural y asegura que la lengua castellana cada vez se interesa más por la cultura catalana

15 octubre, 2018 00:00

Traductor, columnista, editor externo para grandes sellos, Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) se ha consolidado en menos de una década, y con sólo tres novelas, como una de las voces más celebradas de la nueva narrativa española. Vive el procés desde dentro con enorme fatiga y con absoluta independencia crítica, sin adscribirse a ninguna causa. Pese a lo que digan los medios, la fractura cultural no es tal y Torné crea entre dos lenguas y dos literaturas con total libertad. Aunque buena parte de la crítica remarca la profundidad psicológica de sus tramas, el escritor reconoce aquí la dimensión política de su proyecto narrativo.  

Culé de ocasión o “por reacción”, Gonzalo Torné  pasa de sufrir cada fin de semana. “Me subo al carro si gana el Barça, porque resulta un poco deprimente que gane siempre el Madrid. En la época de Rijkaard lo seguía más, luego me he desinteresado un poco”, confiesa. Lo cierto es que Torné iba para deportista, jugaba al básquet con pasión, o incluso para dibujante de cómic. Ni una cosa ni la otra ha cuajado finalmente, “porque soy muy malo, no tengo talento”, dice. “Sigo dibujando, pero lo hago por afición”, añade el escritor que de su amor a los tebeos le ha quedado la manía de ir al cine a por cada nueva película de superhéroes que se estrena. Con el teatro es mucho más ecléctico, la última obra que le tocó la fibra fue el Ricardo III de Lluis Homar, a pesar de que no es una de sus tragedias de Shakespeare preferidas. 

Cada año, Torné pasa unos meses con su mujer en Turín, “por motivos personales”, dice. Pero es un hecho que allí escribe. Y cuando no lee u escribe este traductor de grandes nombres como Ashbery, Montaigne, Samuel Johnson o Wordsworth y editor de no ficción para un gran grupo, ocupa su tiempo libre mayormente en dos actividades: leer o escribir. La literatura es lo suficientemente amplia cree como para dedicarte a ella tanto profesionalmente como en tu tiempo de ocio. Y con sólo tres novelas: Hilos de sangre (2010, Premio Jaén), Divorcio en el aire (2013) y Años felices (2017), Torné se ha colocado en un lugar destacado, se diría que de avanzadilla o a la cabeza, de la nueva narrativa española. 

–¿Cuáles dirías que son los rasgos característicos de tu obra? 

–Me gusta pensar a mi obra narrativa como indagaciones sobre la vida o la sociedad contemporánea desde la novela, que para mí significa una cierta libertad de punto de vista, incluso moral. No se trata de ir al libro con una tesis hecha, sino dejar que la narración la desarrolle. Quizá la primera novela sea una exploración social y política de dónde venimos, la segunda es una historia más íntima sobre cómo viven muchos varones en la actualidad y la tercera es más un cuento de hadas en el que me interesaba reflexionar sobre la amistad, sobre el exilio y sobre las consecuciones de aquello que nos marcamos para ser felices. 

Gonzalo Torné / LENA PRIETO

–Desde lo formal añadiría como rasgos distintivos cierta agudeza de los personajes, la profundidad psicológica de las tramas y una preocupación constante por la dimensión poética del lenguaje…

–Bueno, la verdad es que siempre intento narrar a un tonto y no me sale [risas]. Pero es cierto que busco un registro lingüístico muy amplio en el que jueguen distintos tonos, desde el ingenio más agudo a la broma más gruesa. Y luego de manera voluntaria me interesa hacer una combinación entre combinación y reflexión para que los pasajes abstractos o filosóficos estén localizados. Intento que todos los pensamientos de mis personajes estén muy anclados y relacionados con su situación, con lo que les pasa, para que la reflexión no sea gratuita. Además, siempre los narradores de mis historias son interesados. El truco retórico es que le cuentan esa historia a alguien con una finalidad que puede ser cabrearlo, convencerlo, seducirlo… Eso lo comencé de manera deliberada, y luego me di cuenta de que no sé hacerlo de otra manera. Mis narradores no solo no son imparciales, sino muy tendenciosos. 

–¿En qué tradición te inscribes? 

–La tradición en la que me siento más cómodo es en la narrativa judía norteamericana, que es la que mejor se adapta a esa pretensión de dar cuenta la sociedad contemporánea. Por ejemplo, la operación que hace Below cuando deconstruye el inglés literario con la incorporación de slang y distintos registros para construir una lengua llena de vida. Y en esa lengua se escucha no tanto el habla de la calle como las preocupaciones de la calle. En cambio, en la literatura española que me gusta a mí, como Benet o Ferlosio, es altamente retórica y de hecho son novelas poco narrativas. En la preocupación por reproducir el habla de la calle, crean ritmos artificiales, y lo digo desde la admiración absoluta. En cambio, la narrativa americana intenta tomar el pulso de la calle, no reproducirlo, exponiendo las preocupaciones de la gente en un discurso narrativo, no ensayístico ni sociológico. Ese barrullo contradictorio de la vida es lo que persigo con mis novelas. Y creo que los grandes maestros de este barullo son los narradores judíos norteamericanos.   

–La crítica plantea que Años felices es una novela mucho más política que las anteriores, en tanto que habla, a través de ese grupo de amigos en Nueva York, de la generación de los nacidos durante la Transición… 

–Ninguna de mis novelas es de politiqueo, no hay adscripción política ni de partidos. Pero es verdad que, por ejemplo, en Hilos de sangre había una relectura de la guerra civil en clave del catalanismo que vivió de la fantasía de que se trató de una guerra Cataluña-España y que mayormente se adscribió al franquismo. Era un retrato de esa burguesía catalana y su moral de época contrastada a la nuestra. Divorcio en el aire es una novela sobre la crisis que no se nota, pero recorre una dimensión política. Y Años felices sí es una novela política en el sentido amplio, porque plantea un poco lo que podemos y no podemos hacer juntos. Planteo una situación ideal en la todos son jóvenes, guapos y con dinero, y sin embargo una fuerza centrífuga va separando a los personajes. No se trata de una novela en clave, pero es evidente que no habla de jóvenes en el Nueva York de los 50, sino de mi generación, aunque suelo ser muy poco autobiográfico, no introduzco experiencias directamente vividas. 

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–¿Cómo vives el pulso político y cultural de lo que ya llevamos del procés?

–Pues son dos cosas muy diferentes, aunque la cultura por supuesto que está afectada entre las clerecías y los funcionarios pseudo-culturales. Me resulta todo muy fatigoso, porque la situación política es un insoportable y continuo empate cero a cero. 

– ¿Crees que en esta dinámica Barcelona está perdiendo cosmopolitismo o peso cultural, como denuncian algunos creadores? 

–Tengo que contestar desde mi experiencia personal. Barcelona es una suerte de proyecto utópico que se cumple cada día en la realidad: la convivencia de dos lenguas en la misma cultura. Son dos mundos que tienen relación entre sí, aunque no tan profunda como la que nos gustaría a muchos. Y en este utópico sistema cultural bilingüe yo tengo una situación absolutamente privilegiada como si fuera una suerte de duque o príncipe literario con todo a mi disposición, incluidas las figuras internacionales importantes que están de paso.

Así como tengo relación con escritores catalanes, también la tengo con escritores en español o con escritores latinoamericanos que viven aquí con Juan Pablo Villalobos o tú mismo. Reconozco que mi situación es privilegiada y todo esto lo escribí  en una columna. Si lo comparamos con el espacio cosmopolita de Nueva York, en donde hay unos lugares para hablar en inglés y otros para hablar en castellano y esos espacios no se comunican entre sí, aquí la mezcla es muy buena. Y desde mi experiencia no veo ninguna fractura. Ahora si a tú te consideras un gran poeta o un gran narrador en castellano y a ti no te sacan en el telediario, igual el problema lo tienes tú. 

–¿La cultura funciona de manera más autónoma de lo que parece? 

–Mira, te pongo un ejemplo. Yo mantuve y mantengo una posición muy beligerante en contra del procés y en contra de determinados actores del procés y no pasa nada; TV3 me dedica una larga entrevista por mi novela, el diari Ara me da dos páginas… Al contrario, veo cada vez más interés por la cultura catalana en lengua castellana. No sé cómo serán las cosas en Vic, pero desde luego que en Barcelona no veo ese problema. 

Pero sí que es verdad que en la medida que los medios de comunicación ocupan espacio y minutos en el tema político, nos perjudican a todos los actores culturales en cualquier lengua. Y más cuando dan voz a gente muy posicionada que vive y saca rédito de atizar el conflicto político. La cultura genera contenidos y muchas veces con nervio político, pero el código es muy distinto de la política en si o de la publicidad cultural con fines políticos, que parece un patio de escuela. En ese sentido, la literatura es la mesa de los adultos. Ese es el espacio cultural que debemos proteger en Barcelona, el espacio cultural de las relaciones complejas, contradictorias y adultas. Pero no creo que lo estemos perdiendo a causa del procés. 

Gonzalo Torné / LENA PRIETO

–De todos modos, pareciera que defiendes una posición ambigua, dentro y fuera del sistema cultural. La misma posición que le das al lector en tus novelas, que está a la vez dentro y fuera del relato…

–Sí, mi posición es la del agente doble, y como novelista también. Tengo una columna semanal en un suplemento cultural en la que hablo de lo que pasa en la red y yo no soy ningún experto en el tema, sino un novelista que se acerca a la red. Intento siempre tener un pie en los dos lados, porque lo que necesito es comprender. Mi aproximación a la realidad es la del agente doble. El día que quiera escribir un ensayo de tesis o necesite hacer una declaración política me posicionaré más claramente, pero de momento no lo necesito. Entre otras cosas porque en la misma medida en que no me siento catalán, tampoco me siento español, ni siquiera cosmopolita. Por mucho que me ponga, no me veo ni puedo vivir en China. Como puedo pasar tres meses del año en EE UU, pero no vivir allí.  

–¿Te sientes incómodo con la situación política actual? 

–Lo vivo con un poco de tristeza y desprecio. Yo era muy crítico con la Transición, porque considero que ha perpetuado el caciquismo, pero ahora lo soy menos. Y hace cinco o seis años, en un país agusanado por la corrupción, con la irrupción de dos nuevas fuerzas políticas que planteaban una renovación de la política, Podemos y Ciudadanos, teníamos la gran oportunidad de hacer un pacto de mínimos para limpiar las estructuras del Estado. Y esa oportunidad se ha perdido, porque en lugar de plantear una renovación política, nos hemos enrocado en el conflicto catalán. Es una enorme pérdida de tiempo, un empate permanente con agravios por ambos lados y ¿a quién favorece? El conflicto favorece a las oligarquías a las elites de un lado y otro, y a la vez obtura la posibilidad de una limpieza institucional. No me identifico con ninguno de eso dos proyectos enfrentados: la defensa de la nación española y la creación de la república catalana. La fantasía rebelde del militante del procés postulaba que era posible esa renovación, pero aquí sigue gobernando la vieja Convergencia con otro nombre. Y el conflicto sigue torpedeando la posibilidad de limpiar el sistema político. 

–¿Ves una salida? 

–La verdad es que no. Hay muchos ciudadanos que se sienten cómodos en la radicalización, porque eso te impide reconocer la razón del otro. Y el nacionalismo, por ambos lados, despierta sentimientos muy primitivos. En ese sentido, soy bastante pesimista. No puedes ir a una pelea de farol y llevarla hasta el final. Muchos independentistas estaban convencidos de que era muy fácil y que además el mundo nos iba a aplaudir, y la realidad es que no es así. 

Gonzalo Torné / LENA PRIETO

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–Trabajas día a día y editas muchas cosas en catalán, pero escribes tu obra en castellano. ¿A qué responde? 

–Bueno, de hecho, comencé escribiendo obras de teatro en catalán que creía que las había perdido, pero siguen ahí inéditas. Inéditas porque creo que son muy malas, como imitaciones de Thomas Bernhard. Y también había escrito poesía en catalán. Pero luego continué escribiendo narrativa en castellano, y no tengo muy claro por qué.

–¿Gonzalo Torné escribe conectado a internet? 

–No, escribo a mano y en cafeterías. Me conecto un momento a primera hora de la mañana para consultar el correo y paso buena parte del día sin conexión. Luego paso en limpio en el ordenador, pero eso ya es una segunda fase de la escritura, cuando tengo una buena cantidad de libretas y dos o tres reescrituras a mano. Escribo en libretas Miquelrius, como las que usa Álvaro Colomer. 

–¿Y qué estás escribiendo ahora en esas famosas libretas? 

–La verdad es que no lo sé, porque se trata de una novela que ha mutado. Iba sobre una cosa y ahora creo que va de otra, también iba a ser corta y… No lo sé, es una novela mutante.